Valiéndose de la política de los hechos consumados (los alimentos transgénicos se empezaron a producir, y a consumir en el país sin que existiera la menor legislación al respecto; se podría decir que son perfectamente ilegales), barriendo con obstáculos, invadiendo tierras que eran de selva (de enorme valor ambiental) u “ocupadas” por campesinos pobres y sin títulos (por más que el mismísimo derecho burgués les tendría que haber otorgado la titularidad mediante la usucapión muchas décadas atrás) y que para tales trabajadores y habitantes eran de enorme valor social y económico; barriendo también con explotación lechera (miles de tambos “convertidos” a la soja; pensemos lo pesado o imposible de la reconversión), y hasta con algo de la producción de trigo, alimento humano por excelencia, concentrando los planteles vacunos en feed lot con lo cual aumentan los rendimientos a un costo sanitario no calculado e incalculable, usando –los protagonistas madeinUSA– las tierras argentinas como cabecera de puente para contrabandear material transgénico a Brasil (país que resistiera la penetración de Monsanto y el USDA, seguramente porque no gozó de las “relaciones carnales” que hicieron la delicia del menemato), la soja se ha convertido en “reina”, al decir de sus cultores, ideólogos y abanderados.