La aceptación social de los monocultivos en la periferia planetaria
Valiéndose de la política de los hechos consumados (los alimentos transgénicos se empezaron a producir, y a consumir en el país sin que existiera la menor legislación al respecto; se podría decir que son perfectamente ilegales), barriendo con obstáculos, invadiendo tierras que eran de selva (de enorme valor ambiental) u “ocupadas” por campesinos pobres y sin títulos (por más que el mismísimo derecho burgués les tendría que haber otorgado la titularidad mediante la usucapión muchas décadas atrás) y que para tales trabajadores y habitantes eran de enorme valor social y económico; barriendo también con explotación lechera (miles de tambos “convertidos” a la soja; pensemos lo pesado o imposible de la reconversión), y hasta con algo de la producción de trigo, alimento humano por excelencia, concentrando los planteles vacunos en feed lot con lo cual aumentan los rendimientos a un costo sanitario no calculado e incalculable, usando –los protagonistas madeinUSA– las tierras argentinas como cabecera de puente para contrabandear material transgénico a Brasil (país que resistiera la penetración de Monsanto y el USDA, seguramente porque no gozó de las “relaciones carnales” que hicieron la delicia del menemato), la soja se ha convertido en “reina”, al decir de sus cultores, ideólogos y abanderados.
Alguna literatura antiimperialista, producciones más o menos intelectuales o militantes de denuncia revelan una idea simplificada de la exacción imperial. Imaginan un ente apropiador devastando la tierra hollada y que en ella sólo quedan los restos del saqueo o en todo caso, los restos de los refractarios que resistieron la exacción.
Imagen que, sin embargo, se basa en verdades, como puede ser la formidable recopilación que hace ya cuatro décadas hiciera Eduardo Galeano en sus Venas abiertas.
Tales descripciones no omiten incluso el placer que la exacción imperial provoca en las capas o castas privilegiadas que “administran” esa relación. Es difícil olvidar, por ejemplo, tras la lectura de la investigación de Galeano, la dispendiosidad que la sociedad potosina en la Bolivia, mejor dicho en el Altiplano colonial, tenía en sus fiestas, estrellando las copas de cristal al estilo que se le atribuía a la aristocracia rusa. Potosí, en el siglo XVII con sus 150 mil, 160 mil habitantes, y sus minerales, pasaba por ser una de las ciudades más populosas y ricas del planeta (Potosí, hoy sin minerales, no llega a los cien mil habitantes).
En la descripción de las viejas economías de enclave con las cuales el imperialismo moderno se fue configurando, mediante asentamientos costeros que servían tanto para traficar esclavos (mediante el eufemístico término de “liberarlos” 1) como para iniciar el despojo de sociedades locales, algo que en América Latina se desplegó bajo las formas de asentamientos mineros y economías de plantación, parece ser muy exiguo lo que le restaba a las sociedades que sufrían dichos asentamientos. Era el extranjero el que se lleva la parte del león. En América, son las plantaciones de caña de azúcar en Cuba o en Haití, son las minas de plata, cobre, estaño.
Aquel estilo o fase de cierta simplicidad política y administrativa para el despojo ha ido cediendo ante el despliegue de formas políticas en las regiones periféricas, ya sea adoptando las estructuras del dominador, ya sea resistiendo y reasumiendo estructuras propias de la sociedad invadida, con la correspondiente constitución de capas dirigentes y propietarias locales. En continentes como el americano, los estados emergentes adaptaron las formas políticas de los conquistadores y el “Nuevo Mundo” no fue sino una reedición, mejorada o empeorada, del Viejo Mundo, aunque en los últimos tiempos esté aflorando con fuerza creciente el tejido social y cultural ahogado por la europeización. Y América fue, de lejos, con Oceanía, el continente más europeizado del planeta.
Así, ya entrando al s. XX será la banana en el Caribe tropical o la lana en el sur templado y tantos otros productos primarios o artesanales la “contribución” americana al mercado mundial, y cada vez más el petróleo, la “sangre” que circula y alimenta la economía moderna.
Las economías periféricas, empero, conservan un rasgo fundamental de los viejos asentamientos de enclave: su pertenencia a un sistema económico más o menos mundial, con centro en otra parte. Las zonas francas son sus más conspicuas ejemplificaciones. 2
Con ello sobreviene la eterna discusión entre sectores, escuelas y sectas de izquierda acerca de si puede existir, hacerse fuerte, tejer un camino propio, la burguesía nacional. Más allá de los signos identitarios y jurídicos que dan fe de la existencia de tal universo, lo cierto es que los capitales, es decir los capitalistas más fuertes de los países periféricos, tejen sus estructuras productivas en función del sistema capitalista central y mayor, en el cual se sienten contenidos. No es un problema exclusivamente económico, de rentabilidad o de mercado. Es un problema de identidad: nuestros burgueses –argentinos, uruguayos– han tenido demasiado a menudo su capital mental en Londres, París, Nueva York o Miami más que en Buenos Aires o Montevideo.
Avance “argentino” de soja cada vez más arrollador
Para implantar la soja en Argentina como en tierra conquistada sus promotores se han valido del deslumbramiento tecnológico, indisolublemente unido a la idea de progreso. Tales rasgos se despolitizan y naturalizan de modo tal que, los titulares del complejo sojero lucharán por su implantación con la mejor de las conciencias. Como por otra parte, tales avances son pingües negocios, podrán unir la buena conciencia con el bolsillo forrado, lo cual incrementa el celo puesto en la empresa. 3
El complejo sojero se asienta en Argentina a mediados de los ‘90 con la anuencia o la entrega incondicional del menemato a las orientaciones orquestadas desde el norte. Desmontando al estado argentino, el Ministerio de Agricultura de EE.UU. (USDA, por su sigla en inglés) y Monsanto 4 han orientado la producción agraria argentina, con una buena base de apoyo local, es cierto, seducida por la idea del progreso tecnológico.
Para el desembarco en el campo argentino, entonces, han ocupado “las cabeceras de playa” que consideraron estratégicamente claves. Así se han ido haciendo de las semillerías y de las empresas de suministros. Entendámoslos: su objetivo es la total dependencia alimentaria. De todos nosotros hacia el pequeñísimo núcleo de los dueños ya no de los medios de producción en general sino bien en particular, de las semillas para el alimento de cada día.
También han ayudado generosamente a diversos investigadores del área que han visto así mejorar sus equipamientos por fuera de los cada vez más inexistentes presupuestos nacionales. Esos investigadores, que confunden fácilmente sus medios de vida (y de éxito) con Lo Bueno, y Lo Necesario para el país y la humanidad, se han ido convirtiendo en los mejores aliados de la operación de desembarco.
Con ese dispositivo de fuerzas, los alimentos transgénicos se expandieron en Argentina como reguero de pólvora y en pocos años se ha llegado a casi 50 millones de toneladas en la última cosecha, 2007/2008, cubriendo, sólo la soja GM un área de algo más de 16 millones de ha de cultivo, más de la mitad (54%) del total de cultivos actuales en Argentina. No son los números en sí los que alarman sino la tendencia y el ritmo que lleva.
Se trata de toda una apuesta a la cantidad, no a la calidad que una estrategia nacional y racional habría podido valorizar mucho más, dado el carácter de las tierras argentinas, que se contaban entre las menos contaminadas del planeta. Por lo menos hasta la invasión de la soja.
Estamos ante una transformación radical del campo argentino. Y a un ritmo también sin precedentes. ¿Cómo sobrevino, por qué tanta velocidad de arrasamiento junto con la de la forja de grandes fortunas?
La crisis del 2001 no fue de todos, ciertamente
Podemos encontrar un cierto paralelismo que no alcanza para establecer razones causales pero sí tal vez para entender aires de época: la gran ofensiva del trust sojero se produce cuando el desbarajuste social de la Argentina en el 2001.
Bástenos saber que lo que eran cien mil toneladas en los ’70 ya habían llegado a los 4 millones de ton. a comienzos de los ’80. En 1996/1997, con la producción de soja transgénica ya bien establecida, el país llega a tener 5 millones de ha con dicho cultivo que rendirán 11 millones de ton. Mientras el país va entrando en el embudo de la desocupación y el endeudamiento y la ficción del peso argentino va ensanchando la impotencia económica del país, los sojeros van haciendo su agosto... en dólares. En la zafra de 1999/2000 llegan a los 20 millones de ton. de soja, prácticamente toda transgénica y para el año del descalabro social del país, la zafra del 2000/2001 saltará a unas 26 millones de ton. Aumento anual: 30%. Para la del 2001/2002 vencerán la marca de las 30 millones de toneladas. ¿De qué crisis podrían hablar ellos?
Valiéndose de la política de los hechos consumados (los alimentos transgénicos se empezaron a producir, y a consumir en el país sin que existiera la menor legislación al respecto; se podría decir que son perfectamente ilegales), barriendo con obstáculos, invadiendo tierras que eran de selva (de enorme valor ambiental) u “ocupadas” por campesinos pobres y sin títulos (por más que el mismísimo derecho burgués les tendría que haber otorgado la titularidad mediante la usucapión muchas décadas atrás) y que para tales trabajadores y habitantes eran de enorme valor social y económico; barriendo también con explotación lechera (miles de tambos “convertidos” a la soja; pensemos lo pesado o imposible de la reconversión), y hasta con algo de la producción de trigo, alimento humano por excelencia, concentrando los planteles vacunos en feed lot con lo cual aumentan los rendimientos a un costo sanitario no calculado e incalculable, usando –los protagonistas madeinUSA– las tierras argentinas como cabecera de puente para contrabandear material transgénico a Brasil (país que resistiera la penetración de Monsanto y el USDA, seguramente porque no gozó de las “relaciones carnales” que hicieron la delicia del menemato), la soja se ha convertido en “reina”, al decir de sus cultores, ideólogos y abanderados.
En el verano, sudado verano del 2002, el crac del “estado modelo” del FMI y del PNUD estalla en las manos del gobierno de la Alianza, que ya no era tal. Con las recetas menemcavalísticas, el hambre se había ido haciendo insoportable. Sus causantes fueron la desocupación y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, flexibilizados, miserabilizados, con la anuencia del poder sindical. El complejo sojero es uno, uno más al menos, de los causantes de la desocupación. Una “agricultura sin agricultores”, como fue definida por el Grupo de Reflexión Rural, GRR.
Los sojeros tienen “su oportunidad” social. Bajo la consigna “soja solidaria”, a principios de 2002 aumentaron la apuesta y procuraron no sólo adueñarse de la economía agraria argentina al servicio de la política alimentaria de EE.UU. en el planeta, sino adueñarse de la población argentina, sometida a la condición de cobayo, creando las condiciones para que a la población le cueste mucho no comer soja. “Llenarse con soja”, pareció ser la consigna entonces. En realidad, claro, “llenar” a los pobres con soja… 5
El trust sojero entrevió entonces la posibilidad de quedar bien con poco. Con el 1o/oo de su producción, como ellos mismos confesaran entonces, podían “cubrir las necesidades” o “llenarle la panza” (táchese la que no corresponda) a la creciente masa de hambrientos (eran 30 millones de kilos de grano); escamotear el papel de coautores del desastre; esquivar asimismo el de usufructuarios principales del descalabro, del vaciamiento del campo argentino, cada vez más privado de sus productos de calidad.
Por eso, soja hasta en la sopa. Soja cocida. Algo insensato, puesto que los países que más consumen soja (y lo hacen desde hace siglos o milenios) han aprendido a comerla fermentada, porque es la forma de hacerla más digerible, más asimilable. Pero apurados por sacar rédito de la crisis a la que tanto habían contribuido, el complejo sojero no se ha fijado en tales minucias.
Como vemos con el ejemplo de la “soja solidaria”, el estado nacional y periférico a gatas apareció, a gatas sobrevivió a la ola que todo mercantiliza.
La seducción vence más a menudo que el palo
Dejemos por un momento la historia argentina reciente y volvamos a las relaciones peligrosas “centro/periferia”.
Concedamos que con la formación de los estados nacionales, aquellas simples economías de enclave han desaparecido. O al menos el cuadro de situación se presenta como si hubieran desaparecido. Nuestros estados nacionales legislan, facultan, deciden, regulan, controlan, penan. Aunque cuando, si uno observa de cerca estas funciones en nuestros estados periféricos, el como si va haciendo su streap-tease.
El capitalismo central, es decir los grandes capitalistas de las naciones enriquecidas, “ofrecen” sus políticas para que las sociedades libres periféricas resuelvan si las adoptan. Política de inversiones, por ejemplo, ofrecimientos de adelantos tecnológicos más o menos formidables. ¿Y quién en su “sano juicio” va a rechazar semejantes ofertones? Eso dicen al menos todas las capas económicas, profesionales, técnicas, políticas que están altamente interesadas en la asociación con la melodiosa voz del amo.
Veamos algunos ejemplos que esclarezcan el cuadro: durante el menemato la cantidad de empresas mineras provenientes del Primer Mundo en Argentina se multiplica por más de veinte; de cuatro a noventa y tantas. Exoneraciones impositivas, regalías entre las más bajas del mundo entero, confianza ciega a las modalidades de extracción ofrecidas por las empresas previa elaboración de informes de las propias empresas sobre impacto ambiental…
Una verdadera fiesta de la minería ajena.
Durante esa misma década, previa desregulación absoluta de la actividad agropecuaria argentina, se deja librada a la actividad privada nacional y extranjera la formación de la política rural argentina: así comenzó la sojización (transgénica) del país.
Estos dos ejemplos nos brindan un hilo para seguir, y es que la dependencia psico-, tecno-, económica sigue estando muy presente, es decisiva en “los acuerdos” productivos entre los grupos económicos que uno ve como argentinos y el capital transnacional.
Pero a diferencia de las economías de enclave de otrora, las economías contemporáneas son más complejas y al menos en la apariencia se trata de economías nacionales por aquí y economías nacionales por allá… y un poco en todas partes, la economía transnacional.
Pero por más globalizada que parezca esta última, todos los acuerdos, las regulaciones (y desregulaciones) se suscriben entre estados, el mismo estado que parece en crisis en los países periféricos o empobrecidos pero que sin embargo, parece gozar de muy buena “salud” en los países centrales o enriquecidos. Y aquí, otra curiosa asimetría: los monocultivos, las monoproducciones en general son periféricas, no se corresponden con las economías centrales. A porcentajes de economía basada en monoproducción, aquellos países que ostentan menores porcentajes de una misma actividad serán indefectiblemente metropolitanos, primermundianos y aquellos con el mayor porcentaje, serán países monocultores, proveedores de materia prima, dependientes, deliberadamente mal llamados “en desarrollo”. ¿De qué desarrollo hablamos desde hace cinco siglos?
Una pregunta que al menos ingenuamente se formula más de uno, cuando aprende el a b c de las diferencias entre países satisfechos, es decir con población con necesidades básicas satisfechas (NBS) y países con población, a veces abrumadoramente mayoritaria, con NBI, absolutamente insatisfechas, es cómo una sociedad puede aceptar semejante distribución de roles. Y la izquierda en general, que es desde donde se suelen plantear estos interrogantes, las más de las veces nos recuerda el poder del fusil, del garrote, de la represión, de la seguridad nacional… de “ellos”. Lo cual no es necesariamente falso, puesto que muchas veces ha sido eso, la ultima ratio, lo manejado desde el imperio (que nos haya tocado en suerte, en el tiempo).
Pero la configuración más habitual suele ser muy distinta. La exacción, el despojo, se produce en medio de una fiesta: de trabajo, de frenesí, de optimismo, de derroche. No es el poder imperial despojando inmisericordemente a la población satelizada y sojuzgada lo que se ve. Lo que se ve es el poder imperial que goza de aliados dentro de la población satelizada y sojuzgada. Con los cuales establece una relación “gananciosa” que sólo los criticones, los refractarios, los “amargados de siempre” rechazan.
Ganadores y perdedores: no hay suma cero
Porque hay toda “una sociedad” dentro de la sociedad general que sale gananciosa. Tendríamos que decir más bien una “asociación”. El ejemplo con la soja en Argentina es paradigmático.
Pocas veces ha tenido la administración del estado tantas reservas como gracias a las retenciones, impuestos o no, a la exportación, que se le cobra a la soja exportada. Aun con todo lo que debe “marchar” en negro, el estado recauda con pala. Estableciendo esas marcas sin precedentes (se ha dicho que el estado actual tiene más reservas en dólares que las que tenía Argentina y usufructuó Perón al fin de la segunda guerra mundial: claro que dólares no es lo mismo que oro, pero así y todo…).
Pero no se trata sólo de la recaudación pública y sus rebotes, por ejemplo, los ingresos que cubren a desocupados y subocupados, las mejoras jubilatorias, que hacen que tanta gente esté gozando, siquiera infinitesimalmente, de la soja. Y en primer lugar, of course, de la rentabilidad obtenida por los dueños del ciclo sojero. Con tierras, con maquinarias agrícolas o con circuitos conectivos del paquete tecnológico, con la circulación de bienes conectados a la producción sojera, etcétera. En el caso del núcleo fuerte de inversores en el modelo de la soja, las ganancias ya no se miden en 4 x 4 o en apartamentos de Palermo o Belgrano; ahora se trata de inversiones inmobiliarias aquí y en el Primer Mundo, de aviones, de redes financieras multimillonarias de alcance mundial.
Pero además, de la expansión sojera se sirven y a la expansión sojera la sirven: los camioneros, los tractoristas, las redes de los laboratorios que producen los contaminantes correspondientes, la petroquímica y las respectivas fábricas de envases a su vez ellos también contaminantes, la metalúrgica de máquinas-herramientas para siembra directa y la automotriz que recibe la parte final de la cosecha bajo la forma de consumos más o menos suntuarios, como las trajinadas 4 x 4; los aviadores y las correspondientes pistas de aterrizaje, la fabricación de aviones fumigadores, que son los principales agentes de envenenamiento generalizado, las redes bancarias y comerciales que atienden buena parte de los ingresos de la soja y una larga cadena de etcéteras.
En realidad, otros sectores que podrían haberse disparado junto con los ya señalados, pero que brillan por su ausencia, habrían sido el médico-sanitario para enfrentar todas las temibles y atroces secuelas que la contaminación generalizada con agroquímicos está dejando, el sector veterinario o más bien eco-veterinario para aprender a entender la desaparición de macro- y microfauna, de perdices, liebres, pájaros, lombrices, escarabajos y procurar remediarla, o un sector de investigación botánico para poder visualizar todo lo que se pierde entre lo que genéricamente se llama yuyo y es exterminado por el glifosato.
Esos sectores del conocimiento, la técnica y la acción humanos, con sus ramas de actividad, no se han expandido junto con la sojización generalizada. Porque, claro, lo que se atiende con la sojización es la rentabilidad, la ganancia y no la forja de una sociedad, digamos, “entre todos” o respetuosa de humanos y naturaleza.
Por eso tampoco se perciben las pérdidas y los perdedores del reino de la soja: la población expulsada por las buenas, por las malas o por las peores; la pérdida de lugares de trabajo y de la dignidad con ello barrida, la marginación creciente y la parasitización forzada de tantos desplazados con su secuela de deterioro alimentario, de salud y de ánimo, 6 el arrinconamiento de los agricultores familiares o con producción local, generalmente sin agroquímicos, validos de los mejoradores “naturales” de la tierra (estiércol, compostado), la desaparición de bibliotecas sin libros constituidas por los conocimientos agrícolas elaborados a través de la experiencia y las generaciones de quienes fueron mejorando nuestros alimentos; la extinción masiva y suicida de fauna y flora arrasados por la ola de agrotóxicos que no cede, al contrario aumenta. ¿Es que alguien piensa que esto se puede hacer impunemente? Que mediten la frase atribuida a Seattle, cacique suwamish del norte americano: “ ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres.”
Ya la experiencia del menemato nos permitió visualizar este fenómeno de la complicidad o de la coincidencia de fuertes sectores sociales con la “fiesta del importado”, con el festival del trabajo “en negro”, con el placer del dólar barato que facilitaba tanto viajar al “Primer Mundo” y otras “realidades” por el estilo.
Estos festivales repentinos, afiebrados, transitorios, suelen caracterizar a los países dependientes o neocoloniales.
Un estado primermundiano no suele permitirse estas ligerezas. Porque no las necesita. Las NBS les dan otro aplomo y no están urgenciados por una ganancia de coyuntura, cuando viven ya en la ganancia.
La fiebre de riquezas es propia, precisamente, de sociedades esquilmadas que ven a la riqueza sobre todo como un espejismo, como un anhelo. Que para mucho “medio pelo” es el recurso para distinguirse de los que no son “como uno”.
Con la soja encumbrada (y la ignorancia gubernamental) hemos presenciado el revival de la Argentina blanca, genocida, clasista y presuntamente educada. Los que tenían pavor de que se terminara la fiesta de la soja. Y que ahora “reposan” y unen “campo y democracia”. Sin los remilgos de “reforma agraria” o producción limpia.
A pura rentabilidad. Como si el rey Midas pudiera alimentarse con sus manos.
*Luis E. Sabini Fernández Miembro del equipo docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos, Facultad de Filosofìa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, periodista y editor de la revista semestral futuros del planeta, la sociedad y cada uno.
1 Los barcos esclavistas iban a las costas africanas a “liberar” esclavos. Porque previamente habían hecho acuerdos con los reinos costeros para que les consiguieran “prisioneros de guerra”; rehenes, secuestrados, a cambio de los cuales les entregaban mercancías interesantes. La entrega de dichas mercancías era lo que ellos llamaban liberar o “rescatar” esclavos. Que de inmediato eran depositados en cargueros que enfilaban al Atlántico. En condiciones ya documentadas, donde los malos tratos y las pésimas condiciones provocaban una mortandad en la travesía que superaba la de las duras condiciones sufridas durante sus capturas.
2 Véase “Zonas francas: esclavitud de nuestro tiempo”, futuros, no 2, 2001.
3 Los métodos de implante tienen rasgos comunes con otras formas de dominio cultural en áreas aparentemente muy diversas. Por ejemplo, con la imposición (desde el centro planetario) o si se quiere, con la adopción (desde la periferia) de productos “culturales”, las más de las veces modeladores de imaginarios castrados en la población.
Tomemos el caso de la distribución cinematográfica (con toda la penosa confusión entre cultura y espectáculo, puesto que el cine participa a la vez de ambos): para “bajar” la producción de Hollywood a los cines rioplatenses (y a todo el resto del mundo, incluido Europa), compañías estadounidenses de distribución de películas compran las redes locales tanto de distribución como de exhibición (existe una ley en EE.UU. que prohíbe la propiedad de cines por parte de extranjeros en su territorio); no queremos ni imaginar las restricciones para que extranjeros ejerciten la distribución cinematográfica en EE.UU.
4 El laboratorio más grande del mundo, líder en los ‘50 de la implantación de termoplásticos en el mundo y la consiguiente contaminación fuera de control; en los ‘60 puntal de la “Revolución Verde”, y su difusión de agrotóxicos; en los ‘70 proveedor clave de la guerra química de EE.UU. en Vietnam, fabricante principal del “Agente Naranja” que devastó tantas tierras en Asia, en los ’80, tiene el dudoso privilegio de recibir la habilitación para el edulcorante Aspartame, que había esperado década y media una aprobación de la FDA (Dirección de Alimentos y Medicamentos de EE.UU.) que con Reagan se logra en cuatro meses… y desde los ‘90, vanguardia en la implantación de plantas y alimentos transgénicos y voraz adquirente “global” de semillerías.
5 Sobre los resultados de tal política, de la cual sus mismos autores han procurado desligarse, véase mi “Ahora, en Argentina los sojeros enseñan a comer…”, www.ecoportal.net; www.rebelión.org; www.biodiversidadla.org
6 Alejandra Dandan da sólo para la provincia del Chaco casi un tercio de su población “desplazada”, marginada por la sojización progresiva. Cien mil seres humanos. Si las cifras fueran proporcionales para todo el país, tendríamos que hablar de por lo menos diez millones de perdedores con el modelo cuyo éxito disputan campestres y gobierno… (véase “Desplazados”, Página 12, 20/7/2008).