Es cada vez más insoslayable enfrentar ya no en nuestro país sino en el mundo entero una crisis, multifactorial, con distinta intensidad en diversas sociedades y regiones, crisis que nos viene acosando, hostigando en varios ámbitos; una pérdida de biodiversidad cada vez mayor, anunciada ya por Rachel Carson en los ‘60 ; una contaminación cada vez más generalizada y cada vez más omnipresente en tierra, agua y aire; la ya registrada en los ’70 desaparición progresiva del ozono, destrozado con cómodos productos químicos (como los clorofluorocarbonados y otros), emitidos con ligereza por una industria siempre en expansión buscando soluciones sin querer advertir que genera problemas; una llamativa pérdida de fecundidad en la especie humana (al menos en aquellas sociedades, como la de EE.UU., donde la intervención química es mayor y a la vez se han elaborado estadísticas al respecto), así como en varias especies animales.