Una amenaza renovada se cierne sobre la soberanía alimentaria y la biodiversidad de los territorios, con el impulso de una segunda generación de transgénicos destinados a actividades extractivistas, denominados como “Nuevos productos obtenidos mediante técnicas de mejoramiento”, entre los que se encuentran diversas técnicas provenientes de la ingeniería genética usadas para editar partes del genoma en casi cualquier organismo vivo. La mayor parte del proceso de edición genética implica la creación de un nuevo producto a partir de cortar o borrar pequeñísimos segmentos de ADN, sin que necesariamente se involucre la transgenie (introducción de genes “extranjeros” desde otras especies). Pese a esto, numerosas investigaciones prueban que las tecnologías de edición genética y sus aplicaciones, claramente encajan en la definición de “organismo modificado”, ya sea que inserten, borren o editen secuencias del genoma”. Esta denominación ha sido construida con el objetivo deliberado de no relacionarse con los “transgénicos”, a fin de evitar filtros de bioseguridad (Ribeiro, 2021) [1].