Es como estar en Disneylandia, me dicen. Sobre lo que eran sencillas tierras agrícolas sin más distinciones y matices que las que imprimen el ciclo de los cereales y el despertar de los mirlos, se levantan ahora extraordinarios pabellones cual castillos de ocho torreones que por la noches se iluminan con más colores que los que el arcoíris inventó. Donde deberías cruzarte con personas paseando o trabajando en sus cotidianidades o con pastores con sus rebaños y los perros que los guardan, son mascotas de marcas comerciales cubiertas con pieles de terciopelo suave, las que salen a tu encuentro. Y las niñas y niños al verlas corren tras ellas y disfrutan a lo grande el rato que allí pasan. Es bonito ese lugar, me cuentan, es fabuloso, concretan y solo ponen una objeción, “es tal cual como un cuento de hadas”, pero los cuentos de hadas y los disneylandias son mentiras.