El metabolismo imposible
Como dice Saul Paau “los cultivos de palma son un delito de lesa humanidad, porque no solamente se está matando diversas especies de nuestros ríos, sino el río que es también parte de nuestra cultura histórica, es parte de nuestro territorio y de él nos alimentamos”.
Como recordarán a mediados de agosto estalló en Tianjin (China) un depósito que almacenaba 700 toneladas de cianuro de sodio. Una triste pero excelente metáfora de nuestra sociedad capitalista que desde hace siglos sufre calentura permanente por una fiebre de oro que ya no remite con el hallazgo de algunas vetas en minas o con puñados de pepitas de los ríos y exige extraerlo a partir de tratar toneladas de roca precisamente con cianuro de sodio. De hecho, cuando nuestra sociedad sea estudiada por un forense, sus informes dirán que, obviamente, no era viable (que no era posible la vida) pues para acumular capital se aceptaba trocear las montañas y exponerlas a excavadoras para luego tratarla con productos tóxicos que, finalmente, contaminaban las fuentes de la vida, como las tierras agrarias y las aguas. Constatarán que era un metabolismo imposible.
Como imposible es cuidar y preservar las condiciones necesarias para la reproducción de la vida a partir de una agricultura enganchada a esa misma fiebre del oro. Bien conocidos y denunciados han sido la implantación de los monocultivos de azúcar, caucho, café, algodón o soja que, diseñados a medida de los intereses de las multinacionales correspondientes, han acabado con los medios de vida de millones de pequeñas y pequeños campesinos.
Pero desde hace unos años hemos deponer en el foco en el imparable crecimiento del monocultivo de palma africana. Su presencia ya es tan gigantesca que estos días la podemos observar a ojos de satélite. Las impactantes fotos de la NASA muestran los incendios en Indonesia y como el humo y polvo alcanza varios países del sureste asiático; retratan incendios provocados para ganar tierra para ampliar estos bosques industriales.
Efectivamente, en Malasia e Indonesia se concentran la mayoría de tierras dedicadas al cultivo de palma africana (de los 60 millones de toneladas producidas a nivel mundial, Indonesia produce 35 y Malasia 21) pero su expansión parece imparable también en África (donde incluso se ha denunciado el acaparamiento de tierras para este propósito con fondos de la cooperación española al desarrollo) como, muy fuertemente, por toda América Latina y el Caribe. Solo en el caso de Colombia hay planes para aumentar antes del 2020 su producción a seis veces la cantidad actual, lo cual significa ampliar en 3 millones de hectáreas sus plantaciones sabiendo lo que representa en cuanto a conflictividad social.
Aunque desde hace varios años son muchas las organizaciones que denunciamos el monocultivo de palma africana, los mayores incendios conocidos nunca antes en la región del sudeste asiático (y que afirman tardarán semanas en ser controlados) es un razón de dimensiones planetarias para que le prestemos la atención que merece, en lo cotidiano y en lo político, ahora que en pocos días va a dar inicio la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en París -COP21.
Diariamente todas y todos consumimos este ‘ingrediente invisible’ pues está presente en muchos de los productos que nos aguardan en las estanterías de los supermercados. Del fruto de la palma africana se extrae un aceite vegetal habitual en la bollería, en las cremas de queso o de cacao para untar, en los helados, en las bases para pizzas, en la margarina, en los fideos instantáneos o en esas presentaciones de queso rallado que como no es queso, es aceite de palma, omiten la palabra queso y lo presentan como “Rallado para gratinar”.
También es fundamental para la industria cosmética, la de jabones, pero, y como confirma el informe de Oil World, “el destino principal del aceite de palma que entra en la Unión Europea es para la producción de combustibles: el llamado biodiesel. La Unión Europea utilizó en 2013 una cifra récord de 6,9 millones de toneladas de aceite de palma, de los cuales 3.7 millones se derivaron a la producción de energía” (ver aquí).
Por eso, y aunque el pasado mes de junio fue cuestionado el apoyo de la ministra francesa de Ecología Segolene Royal a las campañas de boicot contra productos que contienen aceite de palma, en mi opinión, este tipo de medidas para un consumo consciente -siempre que estén bien argumentadas- son una buena medida por el efecto divulgador que genera de cada caso concreto pero, más importante aún, porque ayuda a tomar conciencia y cuestionar la fe, dogma o paradigma que rinde culto al crecimiento económico desbocado que tanto le asombraría al forense que dictamine nuestro colapso civilizatorio.
Como dice Saul Paau, que habita junto al río de La Pasión, en Guatemala, y que han visto como se ha contaminado por los vertidos químicos usados en las plantaciones de palma de la zona, “los cultivos de palma son un delito de lesa humanidad, porque no solamente se está matando diversas especies de nuestros ríos, sino el río que es también parte de nuestra cultura histórica, es parte de nuestro territorio y de él nos alimentamos”
Fuente: Palabre - ando