El vaciamiento de las Pampas
La extracción de “intangibles ambientales” (que se van con los granos) y por otra parte, la pérdida de nutrientes (que se van con la erosión hídrica y eólica), afectarán en forma directa la estabilidad del propio sistema como tal, y la geopolítica del territorio transformado. Ello desemboca en una coyuntura poco y pobremente revisada por los responsables de políticas públicas rurales, ambientales y sociales, quienes solo se concentran en el lucro inmediato, sin analizar en profundidad los impactos generados.
La exportación de nutrientes y el final del granero del mundo
Desde Argentina, la agricultura industrial es mostrada hacia el mundo, como el emergente de un exitoso conjunto de interacciones tecnológicas, financieras, de capacidades construidas y optimización en el uso de los recursos naturales. Se dice que la llamada “segunda revolución de las Pampas” ha significado una conjunción positiva de factores tecnoproductivos en la historia agrícola moderna argentina.
Pero esta combinación de prácticas de manejo agronómico como la siembra directa, el uso de organismos genéticamente modificados y la utilización de una carga creciente de agroquímicos, en especial, herbicidas (particularmente glifosato) no incorpora en sus cuentas las externalidades que el mismo modelo genera. Además, esta agricultura, insustentable en el sentido amplio del término, lleva a cambios sociales, económicos, ambientales y logísticos profundos que restringen seriamente la estabilidad de los sistemas rurales, urbanos y ambientales.
La transformación de actividades, la llegada de nuevas tecnologías y de entidades con grandes capacidades financieras y tecnológicas; el desplazamiento de cientos de miles de agricultores de pequeña y mediana escala y su reasignación a nuevas funciones productivas, no sólo están afectando la sostenibilidad social del sector rural, sino también las periferias urbanas y periurbanas de pueblos y ciudades localizadas en la Llanura Chaco-pampeana.
A pesar de estas fuertes transformaciones, un componente esencial que atenta contra la estabilidad del propio sistema rural argentino (y de hecho latinoamericano), se relaciona con los intensos cambios en el uso del suelo y por el otro lado, está ligado a la creciente salida de nutrientes y degradación de los suelos de la planicie chacopampeana, poco considerada en cuanto a la estabilidad agroecosistémica del modelo. Ello es extrapolable a toda la Cuenca del Plata.
La extracción de estos “intangibles ambientales” (que se van con los granos) y por otra parte, la pérdida de nutrientes (que se van con la erosión hídrica y eólica), afectarán en forma directa la estabilidad del propio sistema como tal, y la geopolítica del territorio transformado. Ello desemboca en una coyuntura poco y pobremente revisada por los responsables de políticas públicas rurales, ambientales y sociales, quienes solo se concentran en el lucro inmediato, sin analizar en profundidad los impactos generados.
La propuesta globalizadora de la agricultura industrial genera un desbalance importante, en especial sobre los flujos de nutrientes que se están moviendo en los distintos subsistemas.
De esta forma, mientras en una parte de la cadena se produce una extracción minera de los principales elementos del suelo, del otro lado – en los lugares donde se consumen alimentos y fibras- se acumulan residuos derivados, produciendo problemas de contaminación.
A finales de la década de los noventa, el flujo neto mundial de NPK (nitrógeno, fósforo y potasio) en el comercio internacional de los commodities agrícolas rondaba los 5 Tg. Este es el momento en que Argentina inicia su paso desde una agricultura de baja intensidad hacia una fuertemente extractiva, sin reposición natural o artificial y con una creciente demanda de insumos y energía. Este gran movimiento de NPK se estima llegará a duplicarse (10 Tg) en el año 2020, variando ampliamente entre regiones, pero asumiendo que para el caso argentino, será directamente creciente y altamente extractivo, completado solo con una reposición de nutrientes sintéticos, y básicamente insustentable.
Las regiones “importadoras” de NPK y otros nutrientes, son en especial, la Unión Europea, Asia Occidental, África del Norte y China, mientras que los exportadores son de hecho los principales exportadores de biomasa como los Estados Unidos, Australia, Brasil, Argentina y en estos últimos tiempos la Unión Europea.
La escala en que se está planteando la situación a nivel global y regional, supera el mero abordaje de la contabilización agronómica para convertirse en un problema geopolítico y de seguridad alimentaria global.
No han sido pocas las sociedades que a lo largo de la historia, finalizaron sus períodos como civilización, cuando degradaron los recursos de base (tierras, suelos, agua, biodiversidad), sobre los que se habían nutrido, crecido y desarrollado.
Por ello, es imperativo considerar el funcionamiento de estas economías en el marco de una revisión global de los intercambios y flujos materiales bajo el foco de un metabolismo social que incluya indicadores biofísicos y bio-geoquímicos de sustentabilidad. Este análisis debe considerar otros componentes, tales como el adecuado cálculo de los ciclos de vida, el agua virtual, tierra y suelo virtuales disponibles. Acceder a esta visión integral ayudará al mundo a comprender la irracionalidad de la presión y sobreexplotación de los mejores suelos en el mundo, y la exposición de regiones enteras junto con la afectación de la seguridad ambiental y alimentaria local, regional y global a la que nos estamos exponiendo como sociedad.
Finalmente, es importante asumir, que estos suelos, considerados los mejores del mundo por su calidad y estabilidad productiva, son la “canasta de alimentos” de la humanidad.
Conceptos nuevos como los de “suelo virtual”, “huella de nutrientes” se incorporan como herramientas de análisis sobre la forma en que se usa el recurso más vital del planeta junto con el agua, como lo son el suelo y la tierra. Temáticas relevantes para la definición de políticas ambientales y agropecuarias de mediano y largo plazo, bajo la mirada geoestratégica de la biopolítica, frente a un mundo que por un lado pide liberalización del comercio como en el marco de la OMC y por el otro, se cierra al flujo internacional de personas pero no de bienes y especialmente de recursos básicos.
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