El dilema de la vacuna: pandemia, Antropoceno y reinserción social en la biósfera
"A pesar de iniciativas como por ejemplo el Mecanismo COVAX, que ha logrado una convergencia de recursos, conocimientos especializados y acciones para reducir la brecha existente en el plano internacional en cuanto al acceso a las vacunas, el acaparamiento por parte de los más poderosos persiste aún, alimentando una feroz disputa comercial entre corporaciones transnacionales y Estados en detrimento del llamado “sur global” y las poblaciones más pobres. Esta situación es una expresión más de la manera marcadamente desigual como se insertan los países y se distribuyen los beneficios en el sistema hegemónico global".
Desde el año pasado diversos esfuerzos científicos, estatales y corporativos se han concentrado en la elaboración de una vacuna contra el Covid-19, como la solución última y necesaria para poner fin a la pandemia que azota al mundo en los actuales momentos. Un número importante de vacunas experimentales se han desarrollado, han sido objeto de ensayos clínicos con resultados aparentemente prometedores algunas, otras con ciertas dificultades en cuanto a sus consecuencias (lo que ha dado pie a no pocos cuestionamientos, negacionismos, controversias y debates en la propia comunidad científica, incluso más allá en los ámbitos social, político y geopolítico) , y varias de ellas han empezado a ser aplicadas en distintas partes del mundo con diferentes velocidades y énfasis en cuanto a momentos y poblaciones objetivo.
La forma como se ha abordado la infección en Asia y en Europa desde sus inicios ha sido muy variada e incluso desigual. De un comienzo en el que se asumía que el Covid-19 afectaba selectivamente a adultos mayores y personas con ciertas dolencias asociadas, ignorando orientaciones que indicaban la necesidad de aislamiento y cuarentena generalizados, se pasó a diversos métodos de control de infección, cuarentenas selectivas, pruebas masivas, control social sofisticado, luego cuarentenas masivas y finalmente se dio inicio a procesos de vacunación.
En este marco América Latina se convirtió en la región más afectada en términos sanitarios por la pandemia en el planeta, con aproximadamente un 25% de los fallecimientos causados por la infección siendo que su población es menor al 9% del total mundial (Lissardi, 2021). Como resulta obvio, ante un panorama tan dramático como este, los avances en la elaboración de las vacunas generaron grandes expectativas en el continente. No obstante, los esfuerzos desplegados en nuestros países en materia de vacunación (ciertamente con diferencias reales entre los distintos casos), han resultado altamente insuficientes, dejando tras de sí una estela de controversias, retardos, protestas, desencantos y, en última instancia, muertes que pudieron haber sido evitadas.
A pesar de iniciativas como por ejemplo el Mecanismo COVAX, que ha logrado una convergencia de recursos, conocimientos especializados y acciones para reducir la brecha existente en el plano internacional en cuanto al acceso a las vacunas, el acaparamiento por parte de los más poderosos persiste aún, alimentando una feroz disputa comercial entre corporaciones transnacionales y Estados en detrimento del llamado “sur global” y las poblaciones más pobres. Esta situación es una expresión más de la manera marcadamente desigual como se insertan los países y se distribuyen los beneficios en el sistema hegemónico global.
Sin embargo, la injusticia y las desigualdades en el acceso a las vacunas y otros medios para combatir el Covid-19, tal y como ha ocurrido en el caso de otras epidemias, enfermedades y padecimientos que afectan a la salud de las grandes mayorías, responden también a dinámicas, asimetrías e injusticias propiamente internas de carácter económico, ecológico, social y político. Lamentablemente, una vez más, circunstancias tejidas en torno a la precariedad de la infraestructura sanitaria, la falta de insumos, las dificultades para abordar el creciente flujo de personas infectadas, las suspensiones e intermitencias en los servicios de salud esenciales para pacientes que se encuentran en situación de mayor riesgo de contagio y de muerte, la incapacidad (en gran parte inducida) para producir vacunas y afrontar otros retos en materia de salud pública, la desbocada corrupción y un odioso favoritismo político y social, han incidido negativamente en el proceso de lograr la inmunización total de nuestras poblaciones.
Graves denuncias y escándalos que involucran a ministros y otros altos funcionarios de gobierno, han generado inestabilidades de gabinetes gubernamentales, renuncias y destituciones en algunos países, enrareciendo aún más el ambiente de crisis general que se respira en el contexto de la pandemia (Andreoni et al, 2021;Lissardi, Op.cit). En este sentido, el caso de Venezuela, sociedad atravesada por una profunda crisis estructural y una aguda crisis humanitaria, se revela tristemente paradigmático y particularmente perverso, con un notable rezago en la vacunación, un acceso muy desigual a las vacunas, respiradores, medicamentos, terapéuticas y condiciones físicas y espaciales de hospitalización, marcados fuertemente por el rango político, social y la fortuna, la menor o mayor jerarquía en el aparato del Estado y el partido de gobierno (Partido Socialista Unido de Venezuela) (La Izquierda Diario, 2021; Walter, 2021).
En todo caso, voceros de organismos como la Organización Panamericana de la Salud (OPS) han reconocido que, con el estado actual de cosas, la tarea de vacunar masivamente a la población latinoamericana resulta muy ardua y que debemos esperar a que la Covid-19 permanezca activa un buen tiempo en nuestra región.
Lo sucedido con las vacunas contra el Covid-19 nos lleva primero a preguntarnos cuál es el objeto de la medicina. Seguramente muchos profesionales responderán que, siendo la medicina un conjunto de ciencias relativas a la dimensión biológica humana, su propósito es conocer los factores de salud y enfermedad, favorecer la maximización de los primeros y la reducción de los otros a un mínimo (concepción de la medicina que, hasta donde entendemos, era nada más y nada menos que la del propio Hipócrates). Al asumir esta definición podemos derivar de ella una consecuencia práctica de relevancia: el conocimiento de los agentes causales de salud o enfermedad, vale decir la ciencia médica, sólo obtiene su total eficacia cuando los médicos y demás profesionales de la medicina, que son quienes elaboran esos conocimientos, no son sus únicos detentadores. ¿Por qué decimos esto? Pues bien, si el médico es el que (porque está constantemente estudiándolos) mejor conoce los factores de morbidez y salud, aquellos no serán eliminados o evitados y estos reunidos, más que a condición de que no quede nadie sin tener información acerca de lo que pudiéramos llamar las normas elementales de una vida sana, y de que estas reglas, por otro lado altamente variables dentro de ciertos parámetros, se integren en la cultura y el modo de vida de la gente, de las grandes mayorías populares.
Esta incorporación del conocimiento médico a la cultura, a los saberes (conocimientos y prácticas) del arte de vivir (que involucra el modo de trabajar, comunicar, balancear los días, amar, compartir, educar a la descendencia, proteger a los viejos y cuidar a los enfermos, limpiar una herida, cauterizar una llaga, tratar una indigestión, alimentarse bien, respirar, mantenerse limpios, eliminar desperdicios y velar por la calidad del agua y el aire, entre otras cosas), es lo que generalmente se llama “higiene”. Lo que conocemos sobre las condiciones de salud no puede operar a plenitud sin que se traduzca en comportamientos “higiénicos” que las personas y los grupos adopten por sí mismos para conservar o recuperar el estado de salud.
Vistas así las cosas, los mayores triunfos obtenidos por la medicina científica occidental desde la segunda mitad del siglo XVIII son antes que nada progresos de la higiene. Se han instalado difundido hábitos alimenticios, se han eliminado en sectores más o menos privilegiados del mundo tugurios y cuchitriles; se ha fumigado, desinfectado y desratizado; se ha extendido la distribución del agua potable (aunque de manera muy diferenciada); se han aireado locales de habitación y a la par de luchas reivindicativas también de trabajo; se ha generalizado el uso del papel higiénico y el lavado de los dientes y las manos, etc. A la par de estos logros se ha desarrollado un aparato terapéutico, aunque puede decirse que este factor ha influido menos en las significativas mejoras del estado general de salud de las poblaciones que los avances en materia de higiene.
Si los importantes progresos del aparato terapéutico han permitido tratar con creciente eficacia las enfermedades infecciosas, la reducción determinante de la cantidad y la gravedad de las epidemias y la desaparición de ciertas enfermedades, no se debe a la terapéutica como bien señaló Iván Illich (2020). En efecto, no es suficiente con que la medicina sepa cómo tratar cada vez con mayor eficacia una determinada enfermedad para que la gente deje de contraerla. En realidad ocurre más bien lo contrario: una terapéutica exitosa puede ser aplicada eficazmente en cada caso particular únicamente a partir del momento en que la enfermedad pierde su carácter endémico. Y esto ocurre no debido a los tratamientos curativos sino gracias a la eliminación de las múltiples causas sociales, culturales, económicas y (muy importante) ecológicas de la morbidez. Esto es evidente para todas las enfermedades de carencia, las parasitosis y la gran mayoría de las enfermedades infecciosas que con raras excepciones afectan a personas y sectores de población con salud precaria, debilitados por la subalimentación, las condiciones de alojamiento insalubres, el exceso de trabajo, la falta de descanso, y las condiciones ambientales degradadas.
Lamentablemente un grueso de la medicina, en tanto que institución que responde a un injusto y ya insostenible orden establecido, ha subordinado a un plano inferior la importancia de esos factores de morbidez, de esas causas y condiciones que, de una forma general, denominaremos ecosociales. La medicina curativa se ha desarrollado en una escala y una velocidad muy superiores a las de la higiene, la prevención social y la consideración sistemática de los factores ecológicos.
La práctica institucional de la medicina moderna tiende a concebir la objetividad y la “imparcialidad” como la aceptación acrítica de las cánones dominantes, selecciona las posibles aplicaciones de los conocimientos científicos, y los propios conocimientos, de modo que resulten potables al modo de vida hegemónico globalmente; privilegia la hiperespecialización, el consumo individual y el sentido mercantil con una perspectiva de “industria inescrupulosa” (Alonso, 2020; Bracho, 1995) que opera en función del cada vez más lucrativo negocio de los farmoquímicos y la inmunología artificial; monopoliza la práctica de la medicina en detrimento de otros conocimientos, como la etnomedicina, que han demostrado su valor y eficacia a lo largo de siglos; hace del paciente un cliente; tiende además a hacer de la salud y la enfermedad estados individuales, atribuibles a “causas” naturales o accidentales, ocultando su dimensión ecosocial; y se fundamenta en la noción de que es posible y necesario controlar y someter a la Naturaleza en beneficio de la salud humana.
A continuación queremos enfatizar este último aspecto ubicándonos, no sólo en el contexto de crisis sistémica (económica, política, social, cultural y ambiental) que estremece fuertemente a la sociedad venezolana y en menor (aunque para nada insignificante) medida al resto de la América Latina (o nuestra Abya Yala como prefieren llamarla personalidades y grupos que reivindican el valor de nuestras ancestralidades).
A la hora de considerar toda la problemática que se ha generado en torno a la pandemia y su pregonada solución: las vacunas, su producción, comercialización, eficacia, límites, condiciones, posibilidades de aplicación masiva y enseñanzas para futuros escenarios de pandemia, es absolutamente necesario que además nos situemos en la perspectiva que da cuenta de las rápidas, profundas, en gran parte imprevisibles y preocupantes transformaciones y consecuencias asociadas a lo que se conoce mayoritariamente como el Antropoceno (Capitaloceno, Faloceno o Tecnoceno para algunos y algunas), término que designa a un nuevo período geológico que caracteriza a la época actual y en el que las actividades humanas tienen un impacto global enorme e inédito sobre el ecosistema terrestre; (Carrión, 2019; (Crutzen y Stoermer, 2000; Haraway, 2016; Moore, 2015; (Ulloa, 2017).
La crisis sanitaria asociada al Covid-19 ha puesto aún más de relieve los cambios inherentes al Antropoceno, en particular la progresiva artificialización de la trama de la vida terrestre, incluyendo en primer término la vida humana, la creciente interferencia humana en los procesos naturales y los hábitats de múltiples especies (Velasco, 2020). En este marco de cambios que se suceden en una esfera humana cada vez más interconectada, resulta lógico suponer que vendrán otras pandemias. Ante las innumerables constataciones de alteraciones y perturbaciones que podrían desembocar en un colapso generalizado de la civilización dominante, hay quienes dudan, niegan y se resisten a cambiar. Intentan estos entre otras cosas perpetuar nuestros sistemas ecosociales con la esperanza de prolongar su funcionamiento y la primacía de ciertos conceptos, supuestos, creencias y privilegios, como por ejemplo se observa en el seno del status quo de la medicina. Existen también quienes se resignan fatalistamente y permanecen en la inacción. Pero hay también quienes nos sentimos estimulados a contribuir a generar cambios fundamentales en nuestras sociedades y en los modos de existencia predominantes en la Humanidad contemporánea.
Para ello es necesario desprendernos del vano propósito de conquista de la Naturaleza y comenzar a entenderla como un entramado orgánico complejo, con una historia evolutiva en la Tierra de varios miles de millones de años, que despliega procesos de auto-organización y auto-reproducción, de autopoiesis como lo indicaba el recientemente fallecido biólogo chileno Humberto Maturana (1995). Es imprescindible dejar a un lado, so pena de enfrentar muy peligrosas consecuencias, la noción de independencia y superioridad con respecto a la biósfera que nos cobija, nutre y da cuerpo a nuestra existencia. En medio de su siniestra carga de enfermedad, sufrimiento y muerte, la pandemia está siendo muy pedagógica en el sentido de mostrarnos que, a pesar de las cada vez más intensas y poderosas interferencias humanas en los ciclos naturales, en la realidad no los controla nadie.
Esto nos lleva a plantear la necesidad de evaluar críticamente la idea de la vacuna como la panacea por excelencia para detener el avance de la pandemia. Convenimos que en lo inmediato y dadas las circunstancias imperantes, no basta con ingerir ciertas infusiones e improvisar tapabocas sin ningún control de bioseguridad. Ciertamente es urgente poner a disposición de la gente y de las necesidades de los pueblos, las vacunas conjuntamente con lo necesario para garantizar las medidas de distanciamiento social, el lavado de las manos, etc., proceso este que debería democratizarse y dejar a un lado el autoritarismo y la arbitrariedad. Tampoco negamos ciertas posibilidades que puede ofrecer la investigación científica de “punta”. Pero pensando más allá debe ampliarse el debate ya existente sobre los límites de las vacunas, sus riesgos, implicaciones de dosificación, condiciones de producción y distribución y las alternativas ecológicas y culturales complementarias o sucedáneas para garantizar un estado de salud, entendido como un equilibrio entre el ambiente natural y social, la mente y el cuerpo. A nuestro parecer esta tarea debe emprenderse en consonancia con esfuerzos destinados a generar una verdadera revolución cultural orientada por nociones de coevolución, ideas de salud integral, bienestar y vida plena, en sintonía con la reconexión de las sociedades humanas en la biósfera para hacer frente al Antropoceno.
Referencias:
Alonso, Andoni (2020).Némesis médica en la era del coronavirus HORDAGO https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/nemesis-medica-en-la-era-del-coronavirus
Andreoni, Manuela; Kurmanaev, Anatoly; Politi, Daniel y Taj, Mitra (2021). Escándalos de vacunación en América Latina: los poderosos y sus aliados se saltan la fila The New York Times https://www.nytimes.com/es/2021/02/25/espanol/corrupcion-vacunagate.html
Bracho, Frank (1995).Del Materialismo al Bienestar Integral. El imperativo de una nueva civilización. Ediciones Vivir Mejor.
Illich, Iván (2020).Némesis médica. La expropiación de la salud y otros escritos. Editorial IRRECUPERABLES (originalmente publicado en 1974) https://www.traficantes.net/libros/némesis-médica
La Izquierda Diario (2021). Vacunados VIP de Venezuela: diputados de la Asamblea Nacional antes que personal de riesgo y de salud https://www.laizquierdadiario.com.ve/Vacunados-VIP-de-Venezuela-diputados-de-la-Asamblea -Nacional-antes-que- personal-de-riesgo-y-de.]
Lissardi, Gerardo (2021) Escándalos con la vacuna del coronavirus: cómo la lucha contra la covid-19 desnuda viejos vicios de América Latina. BBC News Mundo https://www.m.elmostrador.cl
Maturana, Humberto y Varela, Francisco (1995) De máquinas y seres vivos. Editorial Universitaria.
Velasco, Francisco Javier (2020). Un estornudo que sacude al mundo: algunas consideraciones en torno al coronavirus, la crisis civilizatoria y el colapso global. Observatorio de Ecología Política de Venezuela https://ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/un-estornudo-que-sacude-al-mundo-algunas-consideraciones-en-torno-al-coronavirus-la -crisis-cvivilizatoria-y-el-colapso-global/
Walter, Carlos (2021).“La sociopolítica de la vacunación contra la COVID-19 en Venezuela” https://youtu./mq6belhhuBNPc