Reforma agraria en Argentina: ¿Una utopía o una necesidad urgente?
El libro “Experiencias de reforma agraria en el mundo” (Batalla de Ideas, 2020) coordinado por Joao Pedro Stédile, del Movimiento Sin Tierra de Brasil, ofrece conceptos para conocer experiencias de democratización de la tierra en diferentes países. La publicación brinda análisis y datos concretos para pensar el tabú de la reforma agraria en nuestro país.
Por Lautaro Leveratto*
Presentamos en esta ocasión un libro para un debate que resurge tardíamente entre los sectores populares organizados de nuestro país. Decimos que este debate resurge tarde porque en Argentina, como en buena parte de Latinoamérica, desde la década de 1980 se corrobora la desaparición permanente de los sectores menos capitalizados del sector agropecuario. El sector campesino-indígena, los pequeños productores, chacareros y las diferentes identidades que conforman el amplio espectro de lo que hoy denominamos "agricultura familiar" vio reducida su participación en el conjunto de las actividades agropecuarias, y más aún en la propiedad y el uso de la tierra.
Como bien se desprende del Informe Preliminar del Censo Nacional Agropecuario 2018 (INDEC, 2019), entre 2002 y 2018 un 25,5 por ciento de las explotaciones agropecuarias desaparecieron. Y si extendemos la comparación con el censo de 1988 vemos que la reducción de las mismas es del orden del 41,5 por ciento. Esa disminución significa mayor concentración de la tierra: el 1 por ciento de las explotaciones ocupa el 36 por ciento de la superficie total ocupada por el sector, mientras que el 55 por ciento posee sólo el 2 por ciento.
Es por ese motivo que, entrando en la tercera década del Siglo XXI, desde un conjunto de organizaciones y referentes sociales se impulsa un nuevo/viejo debate sobre la necesidad de establecer una política de distribución de tierras, que no es ni más ni menos que hablar de esas palabras que las clases dominantes han convertido en tabú: Reforma Agraria.
El granero del mundo fundado en la contrarreforma agraria
Se han desplegado una batería de argumentos tachando la propuesta de utópica, de poco conveniente, de que ya había fracasado en todos los lugares donde se realizó. Sin embargo, es justamente esa reacción la que muestra la pertinencia de poner el tema en la agenda política. Se refiere al recurso central del que depende la economía argentina.
Discutir la reforma agraria es importante en un país que tiene a la disputa por la tierra como fundamento sobre el que se conformó el territorio y por lo tanto el Estado nacional. Porque cuando se afirma que "en Argentina nunca hubo reforma agraria" se olvida que la actual distribución de la tierra en este país es hereditaria de una (contra) reforma agraria específica, sobre la que se montó el "modelo agroexportador", el país granero del mundo y sus clases sociales.
La actual distribución de ese bien común que es la tierra es nieta de las expropiaciones realizadas en nombre del "orden y el progreso" con el que la llamada "generación del ‘80" justificó las campañas a los territorios indígenas. Esas expropiaciones masivas —basadas en la violencia, el asesinato y luego el desarraigo de pueblos originarios— constituyeron el pecado original del "modelo agroexportador" y de la riqueza de las clases que crecieron bajo su amparo. Nada diferencia este proceso de la llamada "acumulación originaria" con la que se fundó el capitalismo en los países centrales, brillantemente descripta por Karl Marx hace más de 150 años. El poder que detentan las clases dominantes en nuestro país se basa en esa "reforma" y en esas expropiaciones (en los territorios pampeanos, patagónicos y en la región chaqueña).
Es justo recordar también que luego de ese proceso se extendió por vastas regiones del país (principalmente la región pampeana y el litoral) un importante proceso de colonización, donde el Estado distribuía (o prometía distribuir) tierras a los inmigrantes que buscaban trabajarla. La idea de que el latifundio era un factor de atraso para la economía nacional fue fuertemente sostenida por las generaciones de principios del siglo XX. Sobre esa experiencia de redistribución de tierras se forjó buena parte de nuestro territorio nacional. Incluso al calor de las luchas que se dieron en esas regiones surgieron las primeras formas organizativas de los sectores subalternos del agro moderno, entre ellas la Federación Agraria Argentina.
La (contra) reforma tuvo también su momento de gloria en los años neoliberales, que hizo desaparecer al 41 por ciento de los productores y productoras de alimentos de este país. La desregulación y la liberalización del comercio exterior, con la desaparición de mecanismos como la Junta Nacional de Granos y la Junta Nacional de Carnes, dejaron a los productores desprotegidos. En ese momento muchos agricultores afrontaron el proceso de modernización agraria endeudándose. Buena parte de ellos, al no poder competir con el agronegocio, tuvieron que vender sus tierras y aumentó así la concentración de la tierra en pocas manos.
Este fenómeno no se detuvo tampoco durante el período 2003-2015, dado que los precios de la tierra acompañan la suba de los precios mundiales de los granos y los cereales, si no se establecen políticas para que ello no suceda. De esta manera, continuó creciendo el poder de la clase expropiadora de nuestro país. Una deuda sin saldar.
Hay que decir también que en esta historia hubo intentos (no sistemáticos ni de alcance nacional) por poner en discusión ese tótem sagrado que es la propiedad de la tierra. Juan Domingo Perón sostenía que "la tierra debe ser del que la trabaja, y no del que vive consumiendo sin producir a expensas del que la labora" (Perón, diciembre de 1944). Durante sus gobiernos se pusieron en marcha algunos mecanismos que favorecieron a los arrendatarios rurales frente al poder de clase de los terratenientes, e incluso se realizaron algunas expropiaciones de estancias en favor de colonos que consiguieron arraigarse en el medio rural.
Las condiciones para una reforma agraria en Argentina
Discutir la reforma agraria es una necesidad imperiosa para discutir un proyecto de desarrollo popular para Argentina. Porque un proyecto popular debe fortalecer a las diferentes fracciones de la clase trabajadora, fundamentalmente en aquellas actividades que son centrales en la generación de la riqueza y en la disputa material con las clases que se apropian de ella.
La actual concentración de tierras en Argentina representa un obstáculo para el "desarrollo nacional". En lo económico, representa un gran factor de desigualdad, en base al cual un pequeño sector puede imponerle condiciones al resto del sector agropecuario y de toda la sociedad. A nivel político, esa riqueza concentrada es el fundamento material de los sectores sociales que obturan la posibilidad de realizar o profundizar transformaciones democráticas y populares, como lo hicieron frente a cada intento de tocar mínimamente sus intereses en gobiernos peronistas, desarrollistas, durante el alfonsinismo y en nuestro siglo, en 2008, frente al intento de establecer retenciones móviles. Por último, esa fortaleza económica y política es lo que les permite irradiar su hegemonía sobre vastos sectores de nuestra sociedad, convenciendo a diferentes sectores sociales que sus intereses son los mismos que el resto de las comunidades locales, que "el campo" es uno solo y que es, precisamente, el del agronegocio.
Construir un modelo de desarrollo agrario popular es central para un proyecto de país soberano, independiente y con justicia social y ambiental. Difícilmente podamos controlar los precios de los alimentos, agregar valor a nuestras producciones, industrializar el país y crear fuentes de trabajo estables sin democratizar uno de los principales resortes de la producción material de la riqueza: la tierra. Una reforma agraria integral y popular debe ser un pilar central de ese modelo. Ponerla en discusión es central, ya que con ella también cuestionamos la distribución del poder económico, pero también político, en nuestra sociedad.
En el campo antineoliberal es donde este libro busca dar una batalla programática y prefigurar un bloque político y social que profundice los cambios que la región necesita. Pero además este libro es oportuno porque sale a la luz en un momento de emergencia y de fortaleza de un nuevo sector de la agricultura familiar en el país. Ya no es la agricultura familiar que buscaron delinear los organismos internacionales a través las diferentes agencias de financiamiento, orientándola a "reconvertirse para insertarse en mercados globales" o para ser incluida en las "cadenas globales de valor".
La agricultura familiar hoy es un sector que sabe que su futuro está ligado al de la clase trabajadora en su conjunto. Que se organiza en sindicatos y centrales sindicales junto al resto de quienes viven de su trabajo y que se piensa a sí mismo como un actor central de las luchas sociales en el país. Este sector busca ahora emparentarse con la tradición revolucionaria del campesinado latinoamericano, presente en todas las revoluciones ocurridas en el continente. Se piensa como artífice de la soberanía alimentaria, del derecho de los pueblos a decidir cómo alimentarse. Sin su voz, sin sus manos y sin su trabajo, poco podremos avanzar en la transformación social para el Buen Vivir de nuestros pueblos.
En Argentina, la agricultura familiar aporta más del 60 por ciento del empleo total agropecuario a nivel nacional. Al mismo tiempo, representa un factor fundamental en el poblamiento del campo, con más del 60 por de la población rural formando parte de la agricultura familiar. A nivel productivo, su presencia es determinante en cultivos como tabaco, algodón, yerba mate y caña de azúcar, donde representan más del 90 por ciento de las explotaciones. En la papa, cebolla, tomate y verduras de hoja (acelga, espinaca, rúcula, entre otras) representa más del 85 por ciento. Así podemos ver que el grueso de los alimentos que se consumen diariamente en las mesas de los argentinos y de las argentinas son producidos por la agricultura familiar. Sin embargo, esta producción se realiza en poco más del 15 por ciento de la superficie ocupada por la actividad agrícola y lo hace cuidando los bienes comunes de la naturaleza.
Por estas razones decimos que en Argentina nos debemos la reforma agraria y a ello viene a aportar este libro. En él se recogen las experiencias pasadas de varios países de la región y del otras partes del mundo. Estas representan insumos para pensar las transformaciones necesarias; sin embargo, debemos pensar una Nueva Reforma Agraria, que deberá recoger nuevos aprendizajes.
La reforma agraria debe realizarse de la mano de una visión clara y concreta respecto a la igualdad de género en la distribución de la tierra. Actualmente, solo el 1 por ciento de la tierra en el mundo está a nombre de las mujeres, y ellas sin duda son el factor fundamental para la organización territorial de los movimientos rurales y sus unidades productivas, y para la administración de esos territorios de forma sustentable y sostenible.
Las mujeres rurales, en su gran mayoría también pobres, indígenas y pertenecientes a las poblaciones afrodescendientes, son quienes llevan sobre sus espaldas el peso del sistema agrario extractivista y concentrador. De su sudor se extrae la mayor cantidad de riqueza tanto en la producción agraria como de las tareas de cuidado.
Agroecología: horizonte y realidad
Retomar modos de producción en armonía con las personas y con la naturaleza implica un gran desafío para nuestros pueblos. La agroecología —como horizonte, pero también como realidad— debe estar en la agenda de esta reforma agraria, a fin de impulsar un desarrollo agrario que contemple la necesidad imperiosa de cambiar la manera en que producimos los alimentos para la población.
Ante el desafío que nos impone la crisis climática, la reforma agraria debe dar un impulso a las prácticas agroecológicas y en general al cuidado de los bosques, los ríos, la biodiversidad, convirtiéndose en un freno a la destrucción ambiental que genera el agronegocio. Es imprescindible conocer y debatir estas cuestiones, por eso celebramos este aporte.
Para finalizar, queremos resaltar que este libro no podría haber llegado a vuestras manos sin el incansable esfuerzo de coordinación por parte de João Pedro Stédile, economista, investigador y dirigente del mayor movimiento campesino del continente (el MST —Movimiento de trabajadores rurales Sin Tierra— de Brasil).
Con su publicación tenemos una nueva herramienta para profundizar el debate entre miles de pequeños productores y productoras, mujeres y hombres del campo, comunidades campesinas y pueblos originarios, y en general todas aquellas personas que se interesan en la lucha por un nuevo modelo productivo, donde no sea la ganancia el motor de la actividad humana sino la reproducción de la vida y el Buen Vivir su objetivo principal.
¡Ni un campesino ni campesina sin tierra! ¡La tierra es de quien la trabaja! ¡Tierras, Hombres y Mujeres Libres!
*Lautaro Leveratto es coordinador nacional de la Federación Rural para la Producción y el Arraigo (UTEP-Agraria), organización que coeditó la publicación.
**El libro fue publicado en 2020 por editorial Batalla de Ideas.
Fuente: Tierra Viva Agencia de Noticias