La soledad de Gualeguaychú
En todos los tiempos, los precursores la pasan mal. Como portadores de lo que puede venir, suelen ser enjuciados por extemporáneos. En el mejor de los casos, inoportunos, anticipados, improcedentes. En el peor, delirantes, locos, peligrosos, desestabilizadores. De alguna manera, al mostrarnos lo que los demás no queremos ver, los precursores –seres individuales o colectivos sociales- molestan y, por eso mismo, son apartados, estigmatizados, maldecidos. La soledad, es su condena
Han pasado apenas tres décadas desde que las Madres de Plaza de Mayo fueron maldecidas como “locas”. Sobre ellas cayó, como cólera divina, la indiferencia de una sociedad que no quería ver. Hasta que la obstinación de su presencia las convirtió en uno de los colectivos más apreciados y referencia ineludible. Han pasado menos de treinta años y ya nos olvidamos de los insultos, los escupitajos, lanzados por los indiferentes que no querían ver trastornada su siesta de la plata dulce.
Hace poco más de una década, la irrupción de los primeros piquetes en Argentina fue saludada con la misma indiferencia sórdida, obscena; arriba, pero también abajo. Hasta que se convirtieron en el más importante movimiento social a fines de los 90, y hasta ellos acudieron medios y académicos, cuando ya nadie podía acallar la protesta. Con el tiempo, fueron recibidos en estudios televisivos y despachos ministeriales, donde algunos aún permanecen.
La vida social está saturada de ejemplos en que los malditos de ayer se vuelven respetables por obra de esa milagrosa condición humana, que un día encumbra lo que hasta el día anterior despreciaba. La protesta social de Gualeguaychú no podía ser menos. Desde ambas orillas, se los acusa de lo mismo que hace tres décadas se acusaba a las Madres y hace diez años se reprochaba a los piqueteros. Incluso el presidente progresista uruguayo los acusó de terroristas.
El movimiento que tiene su epicentro en Gualeguaychú, es el primer gran movimiento social que nace bajo las nuevas gobernabilidades progresistas, esas que llegaron para reinstalar la paz social, tejida de continuidades macroeconómicas, miserables planes sociales que mantienen a sus beneficiarios en el límite de la sobrevivencia y una buena dosis de cooptación. Esta fracasó en la ciudad entrerriana, poniendo al descubierto los límites de los gobiernos progresistas. Pero también sus miserias. Ahora los asambleístas enfrentan su soledad, acosados por los gobiernos argentino y uruguayo, las multinacionales, la mayor parte de los grandes medios y la natural indiferencia –o la hostilidad abierta- de poblaciones que sólo piensan en la estabilidad y las vacaciones.
La lucha de Gualeguaychú no va triunfar, si por triunfo entendemos que consigan el traslado de Botnia o impedir su puesta en funcionamiento. Pero habrá marcado a fuego las luchas futuras, las que vendrán, que podrán mirarse en el espejo de la resistencia de la asamblea ambientalista.
Aunque son pocos los que aceptan reconocerlo, todos los movimientos nacen por fuera y a contrapelo de las instituciones. Y las hacen temblar. De este lado del Río de la Plata, la desconfianza hacia los movimientos sociales no institucionalizados siempre fue moneda corriente. Pero esta semana un grupo de ONGs ambientalistas emitieron un comunicado que muestra el grado de penetración de las ideas contrarias a la acción directa. Con motivo de la realización de Primer Foro Nacional de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Sustentable de Uruguay, en Colonia los días 8 y 9 de setiembre, las ONGs REDES, Guayubira, RAPPAL y UNAMU emitieron un comunicado en el que afirman que “se trata de un encuentro dirigido a uruguayos, en el que no participarán activistas argentinos”.
El comunicado pretende salir al paso de una información emitida por un canal de televisión uruguayo. ¿Qué necesidad había de hacerlo? ¿Los ambientalistas uruguayos, que cuestionan la forestación y las papeleras, no saben que en este país cuando se dice “activistas argentinos” se hace referencia siempre a la asamblea ambiental de Gualeguaychú? Llama la atención que días antes el intendente (alcalde) de Colonia, donde se realiza el encuentro, dijo que había que tirar al agua a los ambientalistas argentinos que vinieran al Uruguay. ¿No están haciendo algo similar con su comunicado, sobre todo en un momento en que se está trabajando en ambos países por la creación de un un Congeso Regional Contra la Contaminacion Ambiental. En la tradición socialista en la que me he formado, aprendí dos cosas básicas: que las fronteras nacionales son un modo de dividir a los pueblos, y que las diferencias entre los de abajo que luchan se dirimen entre los de abajo, nunca se ventilan ante los de arriba.
Un reciente artículo del activista canadiense Yves Engler, “Las ONG y el imperialismo” ( Rebelión) se pregunta: “¿Porqué se denomina ONG a una organización que obtiene la mayor parte de su financiación de los gobiernos? ¿Son realmente algunas ONG occidentales sólo un brazo del imperialismo?”. Cita un texto de William Robinson en el que analiza la política imperial de “promoción de la democracia”, en la que el analista estadounidense afirma que “Estados Unidos y las elites locales se infiltran en la sociedad civil y desde allí, se aseguran el control de las movilizaciones populares y de los movimientos de masas”. Por eso promueven “ese tipo” de democracia, en la que las que la cooperación para el desarrollo que encaran las ONG consigue domesticar a los movimientos.
A la década neoliberal privatizadora de los 90, quebrada por los levantamientos populares, le sigue ahora el tiempo de las minas a cielo abierto, los cultivos transgénicos, el etanol y la celulosa, protegidos y estimulados por gobiernos progresistas y de izquierda. Esta es la principal novedad que caracteriza al nuevo ciclo de acumulación, que durante un tiempo conseguirá distraer la atención del mismo modo que la plata dulce anestesió el aterrizaje de las primeras etapas del modelo neoliberal. ¿Cuál será en esta nueva etapa del modelo la forma de contener y domesticar a los disidentes? ¿Aparecerá disfrazada, como la nueva publicidad multinacional, con los ropajes del ambientalismo?
Raul Zibechi