Honduras I. Viva Berta
“Berta es una luz para nuestro país”, exclama Melissa Cardoza cuando vamos llegando al Campamento Feminista Viva Berta. Ubicado en un pequeño prado arbolado a poca distancia de la Corte Suprema de Justicia, el campamento fue escenario de la resistencia a los crímenes del extractivismo que se plasmaron en el asesinato de Berta Cáceres en marzo de 2016, cuyo coautor intelectual, David Castillo, expresidente de Desarrollos Energéticos, estaba siendo juzgado cinco años después del crimen.
El Campamento está rodeado por autopistas pero no parece lejano del centro de Tegucigalpa. Durante tres meses fue el espacio donde confluyeron las organizaciones que resisten el modelo como la Ofraneh (Organización Fraternal Negra Hondurenha), y el Copinh (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras) a la que perteneció la dirigenta popular lenca Berta. Durante semanas convivieron con las principales colectivas hondureñas, como la Red Nacional de Defensoras que en los hechos fue la que sostuvo el campamento.
Antes de iniciar cada actividad, realizan una ofrenda frente al monolito que recuerda a Berta, ubicado en el centro del espacio en el que se pueden ver pequeños carteles que dicen, por ejemplo, “A Berta se lo dijo el río”. Un grupo de más de treinta personas, casi todas mujeres, forma un círculo alrededor del monolito cantando “Berta no se murió\Berta no se murió\Berta se hizo millones\Berta soy yo”.
La espiritualidad indígena y negra atraviesa a todo el movimiento popular en este país, en particular a las organizaciones con fuerte presencia de mujeres, o sea casi todas las que resisten en primera fila. Quizá por eso el campamento está salpicado por llantas pintadas, donde las niñeces juegan mientras sus madres debaten o preparan la comida que siempre va de la mano de las acciones colectivas.
La ronda comienza a cobrar forma y se escuchan las primeras voces. Jessica Trinidad, coordinadora de la Red de Defensoras y miembro de Ofraneh, hace hincapié en el “desánimo” que predomina en el movimiento, que contrasta con las gigantescas movilizaciones que duraron meses cuando fue destituido ilegítimamente el expresidente Mel Zelaya, en 2009. Muestra también su preocupación por la creciente “cooptación” de integrantes de las organizaciones populares por el gobierno “progresista” de Xiomara Castro.
Casi todas las intervenciones van en la misma dirección, quizá porque Honduras, y ahora también Guatemala, son los últimos países en tener gobiernos que se dicen progresistas, pero que continúan con las mismas políticas represivas y extractivas de las derechas que gobernaron este país desde 2009, de la mano de Juan Orlando Hernández, primer presidente extraditado y luego sentenciado por narcotraficante en Estados Unidos, una suerte de afrenta para los movimientos que consideran que debería haber sido juzgado en su país.
Una mujer de la colonia Villanueva menciona el “desinterés” que hoy predomina en la sociedad, mientras otra que integra la Red Mariposa se refiere a la “poca voluntad’ militante y asegura que se siente “defraudada por el gobierno y la impunidad”.
Las reflexiones se van desgranando con duras críticas al accionar de la Policía, como exxplicó la cantante Karla Lara, y con la constatación de Liana Funes, de la Red de Defensoras, de que una parte de los que participaron en las movilizaciones de 2009 se convertieron en “cargos públicos”, abandonado la crítica y la movilización con el consiguiente debilitamiento de los movimientos.
Interesante porque quienes formulan las críticas siguen activas en sus organizaciones, lo que permite que ninguna de las presentes (ni Ofraneh, ni Copinh, ni la Red de Defensoras) hayan perdido su autonomía y se hayan plegado a las instituciones. En realidad no pueden bajar los brazos, porque en los primeros meses del año ya fueron asesinadas 59 mujeres, una práctica feminicida que se mantiene intacta pese a los cambios en las alturas, que se reducen a meros discursos.
La impresión que se recibe es que los relatos no suenan diferentes a lo sucedido bajo los gobiernos progresistas del Cono Sur de Sudamérica, aunque pueden anotarse algunas particularidades hondureñas, y quizá centroamericanas.
La primera de ellas es la estructura político social del país, dominada por la misma oligarquía de la tierra que se benefició de los procesos independentistas y construyó un Estado-nación a su imagen y semejanza, o sea profundamente colonial y patriarcal. A diferencia de lo sucedido en Argentina, Brasil, México y Bolivia –donde a pesar de las particularidades nacionales la presión desde abajo facilitó la quiebra de las oligarquías y el ascenso de una burguesía industrial-, o de las reformas agrarias que los gobiernos militares impulsaron en Perú y Ecuador en los sesenta y setenta, aquí mandan los de siempre y las instituciones son impermeables a los intereses de los pueblos.
La segunda es la cercanía temporal de los levantamientos populares, indígenas y negros contra los golpistas de 2009. La masiva participación en aquellas jornadas, que no fueron una o dos manifestaciones sino un tremendo ciclo de luchas, podría haber generado un nivel de conciencia que mirara más allá de los procesos electorales y los cambios de gobierno. Sobre todo, porque las citadas organizaciones no se rindieron ni se vendieron, sino que sigen empeñadas en aquella propuesta\consigna de Berta Cáceres de “construir poder desde abajo”.
Pero sabemos que los poderes y la casta política dominan el discurso público y son capaces de tomar las banderas y los lemas de los movimientos, solamente para llegar al palacio de gobierno. Y luego hacen lo que quieren, argumentando que “más no se pudo”, aunque ni siquiera lo intentaran.
La buena noticia hondureña es justamente esa: los pueblos originarios no se dejan y, junto a ellos, un puñado de colectivos siguen empeñados en resistir el modelo extractivo: la minería, los monocultivos, el tráfico de drogas ilegales y las grandes obras de infraestructura. A las y los de abajo nos va la vida en ello, porque cada emprendimiento del capital supone muerte y feminicidios, violencias y desplazamientos forzados para convertir la tierra y los bienes comunes en mercancías.
La ronda se desgrana cuando la oscuridad va envolviendo los espacios. Algunas mujeres encendieron un fogón del que salen tortillas y buena onda para despedirnos. En Tegucigalpa la gente se retira pronto a sus viviendas, porque en las noches el crimen organizado extiende sus tentáculos de muerte, sembrando miedo y desolación. Pero el ambiente del Cacmpamento parece inmune a esos temores, quizá porque el espíritu de Berta las proteje desde algún lugar, y se transmuta en afectos cercanos, profundos, vigorosos.
Fuente: Desinformemonos