EE.UU militariza Paraguay. Soja para el nuevo Cóndor
El Comando Sur norteamericano tiene una fuerte presencia en el Paraguay, según el objetivo de Washington de posicionarse en la zona del Acuífero Guaraní y la Triple Frontera para disciplinar la región, como en tiempos del Plan Cóndor (la coordinación represiva de las dictaduras, en los 70). El negocio de la soja como fondo. El control de los campesinos a través de ayuda “humanitaria” y el entrenamiento a paramilitares
Tras su viaje a Paraguay, escribe Raúl Zibechi
Paraguay está siguiendo los pasos de militarización de Colombia, aunque no existe una guerra en su territorio. El país se ha convertido en una pieza clave en los planes de control y dominación de América Latina por parte de los Estados Unidos, y vive además un proceso de militarización interna, en parte impulsado por la superpotencia pero también por los ganaderos y productores de soja que buscan contener a los movimientos campesinos.
Ambos procesos confluyeron en los últimos años dando paso a la aprobación por el Congreso paraguayo (el 1º de junio de 2005) del ingreso de tropas estadounidenses con inmunidad durante 18 meses, y a la sanción por parte del presidente Nicanor Duarte Frutos del decreto 167 del año 2003, que permite la participación de las fuerzas armadas en tareas de seguridad interna y habilita la creación de “guardias” de carácter paramilitar para proteger a los cultivadores de soja.
La presencia militar de la superpotencia ha venido siendo denunciada por algunos medios internacionales, pero las diferencias entre las nuevas formas de ocupación del territorio y las de períodos anteriores, han creado a menudo distorsiones e imágenes falsas. La ocupación militar tradicional de una potencia implicaba la presencia masiva de tropas y por lo tanto la construcción de enormes bases militares dispersas en el territorio e interconectadas por diferentes medios. Sin embargo, en esta etapa del imperialismo esas grandes bases permanentes con grandes contingentes, si bien siguen existiendo, no son la única forma de operar militarmente, ni siquiera la más habitual. Sin embargo, la no visibilidad de esas grandes infraestructuras no quiere decir que el militarismo no esté avanzando.
Por el contrario, lo hace fabricando “escenarios” y formando una verdadera red de pequeñas y hasta micro instalaciones –que no operan como “bases extranjeras” porque las nuevas tecnologías permiten mayor flexibilidad- que pueden ser activadas en el momento oportuno. Además de construcciones y cuarteles hay que hablar de flujos y movimientos, y sobre de todo de potencialidades. La guerra y la militarización se comportan hoy como la producción posfordista, que combina todas las formas, desde el trabajo semiesclavo hasta el trabajo inmaterial. Del mismo modo, en Paraguay se combinan enormes infraestructuras –como la base de Mariscal Estibarribia que cuenta con la mayor posta de aterrizaje del país-, con operativos humanitarios, pequeñas instalaciones y también la militarización interna del país.
En Paraguay el Comando Sur, con base en Miami, tiene una presencia destacada. Desde el año 2002, según informa Serpaj-Paraguay, se han producido 46 operaciones militares, lo que supone un incremento cuantitativo y cualitativo de la tradicional presencia de Estados Unidos en el país. Diecisiete de esas operaciones se produjeron en Asunción, y otras tantas en el corredor que va del norteño departamento de Concepción hasta los sureños Itapuá y Misiones, precisamente las zonas donde los conflictos agrarios son más intensos. Estos operativos tienen dos aspectos: el entrenamiento de militares paraguayos y las maniobras conjuntas, y las misiones humanitarias.
Realizar maniobras en Paraguay responde al objetivo de Washington para posicionarse en una región de doble importancia estratégica: grandes recursos naturales como el Acuífero Guaraní y una zona como la Triple Frontera donde confluyen los intereses y la cooperación de los dos países más importantes de Sudamérica: Argentina y Brasil. Si el control de los recursos naturales es visualizado por las elites de Estados Unidos como una ventaja comparativa en su competencia interestatal (en particular con los países emergentes) para mantener su hegemonía global, para disciplinar la región busca introducir “una cuña para desactivar cualquier proyecto entre Argentina y Brasil que prescinda de la mediación de Estados Unidos” (1) .
En paralelo, la “ayuda humanitaria” persigue tanto el control de la población como el adiestramiento de tropas sobre el terreno, pero de manera menos ostensible que las maniobras y siempre testeando las respuestas de la población. Una parte significativa de las operaciones militares forman parte de los operativos Medrete (Ejercicio de Entrenamiento de Aptitud Médica, por sus siglas en inglés). El grupo de observación de la Campaña por la Desmilitarización de las Américas (CADA), que esta semana concluyó su visita a Paraguay, pudo recoger testimonios sobre el carácter de estas “operativos”(2) . Grupos de hasta 50 militares estadounidenses llegan a aldeas y pequeñas ciudades campesinas para atender a la población. Se instalan por un período de entre tres días y dos semanas, y convocan a población a recibir atención médica, oftalmológica, odontológica y otras. Militares armados hacen formar a mujeres y niños en filas; un médico las interroga y les llena una ficha con sus datos (se les pregunta si pertenecen a alguna organización campesina) y se les entrega un sobre de plástico con pastillas sin detalles sobre su contenido ni contraindicaciones.
El acuerdo que garantiza la inmunidad de las tropas de Washington prevé que la aduana paraguaya no controlará los materiales que ingresen, por lo que las autoridades desconocen el tipo de medicamentos que se reparten a la población. Por otro lado, no todos los efectivos que participan en el Operativo Medrete atienden directamente a la población. Según los testimonios recogidos, una parte se dedican a hacer filmaciones y a recoger datos de las comunidades. En suma, la “ayuda humanitaria” es parte del conocimiento previo del terreno necesario para todo proyecto de control militar estratégico.
Pero los miembros del Comando Sur también entrenan a las guardias rurales. Hace ya siete años la Asociación Rural había lanzado un grupo armado contra los campesinos que ocupaban tierras. El decreto 167 de Duarte Frutos legaliza la presencia militar y paramilitar en las áreas rurales, ante las dificultades de la policía para contener las luchas campesinas, a través de los Consejos de Seguridad Ciudadana que dependen directamente del Ministerio del Interior. Cien campesinos han muerto desde la caída de la dictadura, en 1989, en conflictos agrarios, y las organizaciones campesinas están siendo sometidas a una rigurosa vigilancia y represión por el Comando Sur, a través de los militares y paramilitares paraguayos. Más de dos mil campesinos están procesados por participar en manifestaciones y cortes de rutas.
De este modo, el gran empresariado y la superpotencia buscan estimular la acumulación de capital, a través del negocio de la soja, y el control militar de una región estratégica. Por ahora la presencia militar directa oscila en el entorno de los 50 efectivos, pero la capacidad para militarizar el país es aún mayor que en los negros períodos de la dictadura de Alfredo Stroessner, cuando se implementó el Plan Cóndor.
(1) Ana Esther Ceceña y Carlos Ernesto Motto, “Paraguay: eje de la dominación del Cono Sur”, en revista OSAL No. 17, agosto de 2005, Clacso, Buenos Aires.
(2) CADA, "Conclusiones generales de la misión internacional de observación", Asunción, 20 de julio de 2006
Fuente: Lavaca.org, 31-7-06