Derechos de las mujeres, dulces caseros y agroecología en Colonia El Simbolar
Un grupo de mujeres trabaja en el agregado de valor a la producción frutihortícola en Santiago del Estero. Se trata de una cooperativa de quince familias que mantiene vivo el espíritu campesino ante la concentración de tierras y el modelo agrotóxico. Cultivan y siguen el proceso de elaboración, mientras construyen derechos ante la falta de políticas de género en la ruralidad.
“Aquí nos juntamos y hablamos, nos reímos. Por ahí, alguna de nosotras está sentimental y se desahoga”, dice Ángela Colombres y sonríe cuando habla. Sus ojos vivaces acompañan el gesto, sus rulos castaños completan su aire alegre. Cuenta con ganas lo que para ella significa el espacio productivo, la cocina, que comparte con otras siete mujeres y en la que elaboran derivados de frutas agroecológicas de la "Cooperativa Agrícola, Avícola, Forestal y Granjera La Colonia Identidad y Futuro" en Colonia El Simbolar, en el centro geográfico de Santiago del Estero. Mientras trabajan y agregan valor a lo que cultivan, van generando de forma espontánea un espacio donde acompañarse en las tareas de cuidado, ante la falta de acceso a la salud y en un contexto de violencia de género a nivel local y provincial.
Entre mates dulces y pan casero, van contando por qué la cooperativa es mucho más que un lugar de trabajo. "Nos ayuda psicológicamente porque, más allá de conocernos, compartimos nuestros problemas. Nos apoyamos unas a otras", dice Patricia Páez, también integrante de la cooperativa. En 2017 el espacio de la economía social (creado en 2007) se sumó a la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT). La cocina donde trabajan se ubica en un galpón gestionado por la organización.
Mientras cuecen dulces o caramelos, al calor del fuego, va circulando la palabra: las historias de vida, aprendizajes compartidos sobre salud y sexualidad, los temas tabú que la complicidad de la cocina permite desplegar. Esas palabras van completando los huecos que deja la falta de acceso a la salud para las mujeres del pueblo.
Cincuenta kilómetros separan la capital de Santiago del Estero de la Colonia El Simbolar, en el departamento Robles. La entrada al pueblo es una rotonda con una construcción de cemento que indica el nombre de la localidad. Detrás de las letras, unas figuras grabadas sobre grandes pilares blancos ofrecen una pista de la historia del lugar: un tractor con arado, un labrador de la tierra, un tanque de agua, una fábrica. La colonia fue una experiencia que, en los años 70, buscó desarrollar —a través del Estado provincial— una política agraria en la zona de riego del río Salí-Dulce.
En 1964, donde hoy se ubica la colonia, había un campo que era propiedad del Estado santiagueño. Las 16 mil hectáreas de tierras fueron cedidas a la Corporación del Río Dulce, un ente público que se había propuesto la colonización en la zona para desarrollar la actividad agrícola. El objetivo, según el análisis del historiador Dardo Ibáñez, era fomentar el arraigo rural y detener el éxodo de las familias agricultoras de Santiago del Estero hacia otras regiones. Para ello se cedieron a grupos familiares casas con fincas de hasta 25 hectáreas para ser cultivadas con hortalizas. La intención era también mejorar el servicio de riego a partir de canales.
Sin embargo, la condición de que los colonos trabajen la tierra con mano de obra familiar dejó de ser un requisito para la entrega de tierras hacia 1980. De esa manera, la mayor parte de las parcelas de la colonia pasaron a manos de productores con mayores recursos de capital, lo que devino en la concentración de la propiedad. El proyecto original quedó desdibujado.
En la actualidad, dicen Colombres y Páez, muchos de los habitantes de Colonia El Simbolar trabajan en campos que no les pertenecen o en lavaderos de verduras. No es el caso de quienes integran la cooperativa: son 15 familias que tienen entre una y diez hectáreas pero que ponen en común lo que van produciendo. En total, calculan, suman unas 30 hectáreas en las que cultivan cebolla, zanahoria, melón, sandía, alfalfa, ajo, calabaza.
La lógica de las y los integrantes de la UTT es no usar agrotóxicos y diversificar los cultivos. Pero no es la regla en la zona. Así lo grafica Colombres: “Un campo produce solo cebolla, otro solo zanahoria. Ahí está el pecado, porque no hay planificación y luego no hay dónde ubicar esa producción”. La mujer no es una colona: oriunda de la capital santiagueña, decidió iniciar una nueva vida en el campo. Pero reconoce en sus raíces a los abuelos que vivían “monte adentro”. Hoy, junto con otra compañera, comparte un terreno de dos hectáreas y media donde, además de cultivar, cría vacas, cerdos, caballos, ovejas, gallinas, gansos y patos.
Para sus cultivos, decidió dejar atrás los tóxicos: "Así no envenenás a tu familia ni a vos mismo". Usa purines de cebolla, de paraíso o de albahaca o té de sauce. Son los bioinsumos que fabrican desde el Consultorio Técnico Popular (CoTePo) de la organización. La productora también enseña lo que fue aprendiendo. Cuenta que, pese a haber transicionado a la agroecología, aún se ve perjudicada por las derivas: “Aunque no use venenos, el veneno llega por el aire”.
A la producción en los surcos, las mujeres le agregan valor con la elaboración de dulces, que —al igual que las hortalizas frescas— se venden en ferias de la colonia y de Santiago capital. También trabajan con frutos del monte, como el chañar o la algarroba. Colombres y Páez relatan que buscan aprender nuevas recetas todo el tiempo. Hacen talleres, investigan en internet, van experimentando. Sus últimas incursiones son los caramelos de zanahoria y la mermelada de tomate.
Mucho más que una cocina, derechos y agroecología
Páez cuenta que empezó a trabajar en la cooperativa para salir de su casa. ”Ahí uno vive lavando, limpiando: a la antigua, que siempre las mujeres se dedicaban a atender a los hijos y a las cosas de la casa. Yo le he dicho a mi marido que quería salir. Me han invitado para venir aquí y aprendí muchas cosas”, cuenta. Y aprendió: no sólo a hacer mermelada, sino también a cultivar agroecológicamente, a fabricar bioinsumos, a trabajar con plantas medicinales.
Pero salir de la casa no fue fácil. “Tengo mis hijos y es un combo buscar un horario. Pero menos mal que tengo mis otros hijos que son mayores: de 19, de 18 años. La nenita me complicaba mucho porque es chiquita, tenía dos años cuando empecé a venir. Ahora me he complicado más porque tengo un bebé de 11 meses“, dice entre risas. “Pero igual sigo en la lucha. Menos mal que tengo compañeras que son buenas, que muchas veces cuando se enferman nuestros hijos, nos apoyamos”.
Tener un espacio de contención, donde hablar y ser escuchadas, donde la propia palabra tiene valor, es crucial en una provincia que ranquea entre las primeras en materia de violencia de género. A nivel nacional, a Santiago del Estero le corresponde el sexto lugar en cantidad de femicidios en todo el país (según datos de la Defensoría del Pueblo de la Nación de 2024). Sin embargo, ocupa el segundo lugar en relación a estos crímenes a nivel nacional, si se tiene en cuenta la cantidad de víctimas sobre la cantidad de habitantes (11 femicidios sobre 539.363 habitantes de sexo femenino, también según la Defensoría del Pueblo).
Para Colombres, en materia de derechos de las mujeres "falta mucho". Añade: "El pueblo es muy machista. Hay muchos casos de mujeres golpeadas, maltratadas, echadas de sus casas pero nadie hace nada. Se denuncia, pero recién cuando a la mujer le pasa algo se ocupan. Necesitamos que el comisionado (gobierno local) ponga los puntos sobre los derechos de las mujeres en la ruralidad. Eso no se ha hecho y esperamos que se pueda realizar".
La principal preocupación de las trabajadoras, dicen, es la economía. Para ellas, la importancia de la cooperativa es que les ayuda a tener un ingreso. Pero otro tema que las inquieta es la falta de acceso a la salud para ellas y sus hijos. “No tenemos un hospital como corresponde. Por más lindo que esté el pueblo, no tenemos un pediatra, no tenemos medicamentos. Para hacerse un control, hay que ir a La Banda o a Santiago del Estero”, dice Colombres. Páez completa: “No tenemos primeros auxilios”. La situación generó diversos reclamos por parte de la población, pero no hubo respuestas.
En 2024, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) publicó un informe sobre el acceso a la salud por parte de las mujeres en la ruralidad. El mismo concluyó que las mujeres de zonas rurales no cuentan con disponibilidad del mismo tratamiento que en zonas urbanas, sobre todo cuando se trata de acceder a métodos anticonceptivos, controles ginecológicos frecuentes, el seguimiento de un embarazo o las posibilidades de su interrupción, y a una adecuada atención del momento del parto y el postparto. Y señala, además, que para poder acceder deben viajar largas distancias, lo que impide por ejemplo tener rutinas de control: solo se acude a la consulta cuando ocurre algo grave.
En Colonia El Simbolar tampoco hay una ginecóloga. Para una consulta sobre salud sexual, las mujeres también deben viajar a La Banda o a la capital. Tal como señala el informe del CELS, controles como el papanicolau —que ayuda a prevenir el cáncer de cuello uterino— quedan relegados. “Eso ni se hace, ya tengo mi cuarto hijo y no sé lo que es eso… Por eso después viene el cáncer de útero, porque una tiene hijos y después se olvida de su cuerpo”, afirma Páez.
El intercambio que generan mientras trabajan las fue ayudando a tomar conciencia sobre el cuidado del propio cuerpo. Mientras cortan la fruta o revuelven la mermelada en el fuego, las mujeres van hablando. “Hacemos pequeños talleres mientras trabajamos”, define Colombres. Y explica: “Charlamos sobre cómo es el cuerpo de la mujer, cómo hay que auscultarse, tocarse, mirarse. Hablamos sobre violencia sexual, sobre sexualidad”.
Pero no sólo hablan sobre salud sexual, sino de otros problemas estructurales que afectan a la salud. Por ejemplo, la escasez de agua. Pese a que el proyecto original de la colonia buscaba mejorar las condiciones de riego para la producción, hoy en el pueblo el agua se da "por hora", según el barrio. Para sortear esa situación, desde la organización pudieron gestionar un tanque de mil litros.
Otra amenaza es el uso de tóxicos por parte de quienes producen verduras y frutas de forma "convencional". Estos químicos generan —entre otros perjuicios— trastornos de fertilidad, abortos involuntarios, nacimiento de niños y niñas con bajo peso, riesgo de parto prematuro, preeclampsia (complicación del embarazo caracterizada por una presión arterial elevada), aumento de hospitalizaciones post parto por infecciones en mujeres, malformaciones congénitas, infecciones y hasta aumento en la probabilidad de muerte de recién nacidos.
Atardece. En la cocina solo quedan los frascos con dulce, el mate desarmado y ordenado para el otro día. Las mujeres y sus niñas y niños vuelven a sus casas. Después de una tarde de trabajo, en el patio de Ángela Colombres el viento de una noche despejada refresca los cultivos. Ella dice que en ese lugar se siente tranquila, que algunas noches como esa duerme en el patio porque ahí no hace tanto calor. En esas dos hectáreas, la mujer siembra otro modelo.
Fuente: Agencia Tierra Viva