Clorando papel, agua, nuestros cuerpos
En el río Uruguay, “enfrente” han aparecido dos proyectos, de igual tenor, dos papeleras, una española y otra finlandesa, que se proponen producir celulosa en gran escala a transferir hacia los países que precisamente han hecho las instalaciones. Las cuentas parecen claras: nos traen los chirimbolos técnicos, nos usan la materia prima, nos dejan los desechos y se llevan lo que “ellos” necesitan
No es nada demasiado nuevo. Es lo que se ha estado haciendo en el último medio milenio, océanos por medio (probablemente algo ya se hacía antes, pero sin saltos transoceánicos).
Pero el trámite y los “actores” en juego son peculiares.
Veamos primero de qué se trata:
La naturaleza material del proceso. Generalmente se reconocen tres métodos “madre” para la confección de celulosa, materia básica para la elaboración de papel: un proceso con uso ingente de cloro, de altísima contaminación, otro con uso restringido de cloro, de contaminación limitada, y uno sin cloro, con agua oxigenada, aparentemente falto de contaminación. Si hay dos sistemas contaminantes y uno inocuo, ¿por qué no recurrir todos, y siempre, al inocuo? Por las razones del poderoso caballero. El último método reseñado cuesta unas diez veces más que el anterior. Por eso, y por la presión del factor ambiental, las papeleras se han ido desplazando del primer método al segundo, pero evitan entrar al tercero.
La contaminación papelera. Dista de ser de fácil “recuperación”. No es solo “el mal olor”. Porque el cloro es un producto, que así como rinde para la limpieza o para elaborar papel, tiene también otras capacidades menos simpáticas para los organismos vivos, como fijarse en los tejidos grasos y desde allí alterar nuestras fisiologías, hacia cánceres, por ejemplo.
Veamos ahora a “los actores” que complican el cuadro:
El neoecologismo de las autoridades argentinas. Nos enteramos de repente que personajes como nuestro elegantísimo ministro Bielsa, que se apresurara con su flamante traje de canciller en aclarar que los productos transgénicos iban a seguir constituyendo la base de la producción argentina –declaraciones más coherentes para un jerarca de transnacionales del ramo que para un canciller–, descubrió ahora con las inminentes fábricas en suelo uruguayo que la contaminación existe. La misma contaminación que jamás había percibido ni con el polo petroquímico de Gualeguaychú (que a su vez también se derrama sobre la costa de “enfrente”) ni siquiera con las papeleras que desde hace ya años o décadas funcionan, producen –y contaminan– sobre el río Paraná, es decir tierra argentina por ambas márgenes. No son pocas y tienen un llamativo origen: son siete; tres argentinas, dos chilenas... y dos uruguayas. Con similar sistema productivo que las proyectadas en las afuera de la ciudad uruguaya de Fray Bentos.
También nos enteramos del repentino ecologismo del gobernador entrerriano Busti. En este último caso, más allá de todo el apoyo popular que recibiera, aceptaremos sus observaciones ecologistas luego de que explique qué conversaciones tuvo con la empresa finlandesa que terminó asentándose del lado uruguayo. Mientras tanto...
La movilización popular de Gualeguaychú y alrededores. La población movilizada también pareció asomarse virginalmente al tema de la contaminación que hasta entonces no existía. Y con la inocencia, o la mala conciencia, de los descubrimientos repentinos, se cayó en posiciones difíciles de entender o aceptar. Así, el “Ejército Alpargatista de Liberación Nacional del sureste entrerriano” rechaza todo tipo de elaboración de celulosa partiendo de la premisa (negada por tantos técnicos) de que no existe método alguno no contaminante. Como a la vez, ha usado alguna vez trozos de sólidos blancos, con largo, ancho y con espesor mínimo, de centésimas de milímetro, nos quedamos sin saber si sus reparos a la producción papelosa no siguen formando parte de su humor.
Los actores uruguayos y el cambio de gobierno. Los contratos de las papeleras española y finlandesa, fueron con el gobierno de Jorge Batlle, un liberal conspicuo entregado desde su más tierna infancia política al american way of life, a las excelencias de la modernidad, Occidente, la cultura europea y todo lo fino que en el mundo habita (solo que con la desgracia de haber nacido en Uruguay, apenas le ha alcanzado para ser cuarta generación presidencial de su familia; no confundir con reinado alguno). Para Jorge Batlle, ¿qué más “natural” que poner la tierra, el agua, otorgar exenciones impositivas a una “valiosa inversión”, financiar las carreteras necesarias para el emprendimiento, ampliar o construir un nuevo puerto para facilitarles traslados, prestar la mano de obra local en régimen de “zona franca”, es decir extraterritorializando la zona, permitiendo que en los recintos fabriles no rijan ni las leyes laborales, ni las impositivas ni las ambientales que malamente rigen, al menos teóricamente, en el resto del territorio?
Nadie se extrañaba, por lo tanto, de que el Frente Amplio Encuentro Progresista Nueva Mayoría (nombre largo si los hay) repudiara desde la oposición semejantes componendas.
El detalle es que como el huevito que encontró el dedo gordo en el nido, Jorgito lo llevó a la casa pero fue el nuevo gobierno el que se lo comió. Y aparentemente sin quejas. O con quejas. Porque medio FA quedó de un lado y otro medio, del otro. La diputada frentista local, organizaciones frentistas de base, en contra; en las cúpulas la opinión mayoritaria parece ser favorable.
Un poquitín de historia. Todo esto no sobreviene de golpe, porque los finlandeses o los gaitas descubrieron una vez más el Nuevo Mundo. En realidad, desde los tiempos dictatoriales, por lo menos, “el paisito” se fue convirtiendo en presa de intereses metropolitanos, primermundianos o imperiales (elija el lector): Uruguay es uno de los países con mayor porcentaje de plantaciones de árboles (mal llamada forestación, que confunde en un único vocablo a los bosques con los plantíos uniformes de monocultivos) en el mundo. Desde hace dos décadas por lo menos. No hay que sorprenderse.
Uruguay tenía un 87 % de tierra arable o fértil sobre su área total; el porcentaje más alto en el mundo entero. Decimos “tenía” porque las plantaciones de monocultivos de árboles, de eucaliptos en particular, tiene la “capacidad” de agotar los suelos, desertificar. Y nos tememos que ese porcentaje se vaya haciendo cosa del pasado.
Aquí también alguien plantó un arbolito, le echó el agüita, y ahora viene otro gordo, gordo, y se lo come.
Sería bueno saber que una tonelada de papel “se traga” 14 árboles y varias toneladas de agua. Agua que tardará mucho en recuperarse.
Habría que aprender a ahorrar, no a dilapidar, tan precioso invento chino.
Desde Buenos Aires, 1/10 /2005.
El autor es Editor de la revista Futuros, coordinador del Seminario de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de DD.HH. de la Fac. de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.