Uruguay: todos siembran soja y ésta no es alimento
Pensamos que es fundamental para nuestros pueblos poder pensar juntos cómo vamos a construir la soberanía alimentaria, es decir, el derecho de nuestros pueblos de definir nuestras propias políticas, prácticas, sistemas de producción y consumo de alimentos para que sean justos, ecológicos, en base a la cultura campesina, que es lo que nos ha invitado a pensar La Vía Campesina.
Como decían los compañeros y compañeras, esta es una lucha, una propuesta y una opción de vida que La Vía Campesina ha promovido y consolidado en los últimos años, a la cual nos hemos sumado distintas organizaciones desde distintas visiones y perspectivas, pero con una misma lucha y crítica al sistema capitalista que se impone en todo el planeta, no sólo en los espacios urbanos sino también en los espacios rurales. En el campo, se impone cada vez más, a través de la consolidación de los agronegocios.
Sobre esto que parece tan obvio, el derecho de los pueblos a definir y decidir sobre sus propios sistemas alimentarios, nos hemos dado cuenta que la agricultura ya no está diseñada y pensada para alimentar a la gente y las culturas, como tradicionalmente ha sido. Ese diálogo entre cultura y agricultura, está siendo destruido progresivamente. Por suerte, todavía la agricultura campesina persiste, sobre todo en los países del tercer mundo. Es la agricultura campesina la que alimenta al mundo, sin embargo, esta agricultura está amenazada por un nuevo sistema a nivel internacional que impone nuevas reglas de juego. Se trata de un proceso que viene de años, a través de agentes estructurales y todos los condicionamientos que venían junto a las políticas de la Banca Multilateral y las deudas ilegítimas, las cuales dispusieron en nuestros países que gobiernos dictatoriales asumieran para reprimir a los pueblos. Todo este proceso se consolida a partir de políticas que se diseñan, por ejemplo, a partir de la creación de la Organización Mundial del Comercio.
Con EE.UU. y la Unión Europea, en primer lugar, se plantea la obligación de los países de erradicar todas aquellas formas de protección de la agricultura campesina y familiar. Asimismo, se plantea la obligación de abrirse totalmente, tanto a las inversiones como al comercio internacional. Sin embargo, sabemos que es mentira, que en este comercio actúan libremente la oferta y la demanda, sin ningún tipo de control externo. Por el contrario, el 70% de este mercado está en manos de grandes trasnacionales. Esto ha llevado a que nuestros países redujeran o eliminaran muchos aranceles, que permitían defender la producción nacional de alimentos frente a los productos importados o subsidiados, en función de los intereses de las trasnacionales. Estas empresas son las que, finalmente, se benefician hoy con todo este modelo de los agronegocios. Es decir, se impone un derecho a exportar por parte de las trasnacionales y una obligación de importar. Incluso, cada vez más, se está planteando que los países no tengan derecho a poner restricciones a las exportaciones. Con lo cual, se profundiza aún más la posibilidad de controlar los sistemas alimentarios y la agricultura en cada uno de nuestros países.
Hay muchos estudios que demuestran que los países del tercer mundo, antes autosuficientes, hoy se han convertido en importadores de alimentos. Entre el 2007 y 2008, los países más pobres pagan un 76% más del valor de las importaciones, debido al alza de los precios que es un fenómeno nuevo. No es un alza que beneficie a campesinas y campesinos, sino que tiene que ver con todo el fenómeno de la especulación, que se está dando a nivel mundial, por ejemplo, con los mercados de commodities. Estos se vuelven una herramienta más de la especulación, para el beneficio y la acumulación de capitales. Es decir, se da una creciente mercantilización del producto de la tierra que, en realidad, no es alimento. Todos siembran soja y ésta no es alimento. En el mundo se produce, el problema es que más de la mitad de la producción no va al consumo humano sino que se dedica a otros fines, ya sea para agrocombustibles o alimento para animales. Ésto se nos plantea como una solución, por un lado, mayor liberación, lo cual nos ha provocado un problema y, por otro lado, hay mayor productividad. Pero, si bien ha aumentado la producción de alimentos a nivel mundial, de todos modos continúa habiendo cada vez más hambre. Entonces, evidentemente, lo que nos dan como receta no parece, por lo menos a primera vista, responder al problema de fondo que enfrentamos.
El caso de Uruguay es el mismo que Argentina, con la diferencia que al ser más chicos tenemos menos hectáreas. Pasamos de tener 98 mil hectáreas de soja a 500 mil hectáreas en la actualidad. Los productores controlan un 56% de la producción de soja y un 53% de la superficie. También tienen los mismos nombres que en Argentina: Cargill, Pérez Companc, etc. El 95% de la soja se exporta, porque Uruguay nunca la consumió, más allá de que ahora se produce aceite para los sectores populares, que se ven obligados a consumirlo porque es lo más barato. Todo esto lleva a un fenómeno de concentración terrible de la tierra y fusión del sector lechero que tenía acceso al arriendo de la tierra porque, en general, no alcanza la superficie de la tierra para mantener la lechería pequeña. Entonces, la mayoría de los productores lecheros en Uruguay arriendan tierra y hoy es imposible pagar los precios de arriendo, porque han aumentado excesivamente por causa de la soja. También, se usa mucho la modalidad de arrienda para los pool de siembra. La mano de obra es casi inexistente, porque se ocupa una persona por cada 500 hectáreas. Entonces, las mejores tierras del país están en manos de la producción de soja. Hoy, el uso de la tierra está alrededor de 7 mil dólares por hectárea, que es una cifra disparatada e imposible de acceder.
Entonces se plantean soluciones a la crisis alimentaria. El Banco Mundial y las Naciones Unidas parecen estar preocupados, pero cuando vemos las soluciones que nos ofrecen, evidentemente, su preocupación no es necesariamente la misma que la nuestra. Posiblemente, se esté aprovechando la crisis para acumular más. En ese sentido, tenemos que ser sumamente cuidadosos y conversar sobre esto, porque nos tratan de convencer que la soja es alimento, que se necesita producir más e incorpora más tecnologías.
Es importante decir que los transgénicos ya están y, de hecho, se impusieron por medio de estrategias intencionales de producción ilegal y contaminación, en todos nuestros países. Aún así, la mayoría de los países del mundo han resistido porque los campesinos se resistieron a la imposición de los transgénicos. De hecho, el Instituto a la Industria, que es el que maneja las cifras de la maravilla de los transgénicos y de cómo se van imponiendo en el mundo, habla de 14 países biotecnológicos. Uruguay, con 550 mil hectáreas, ocupa el noveno lugar. Es decir, que estamos hablando de muy pocas hectáreas. Sudáfrica y Filipinas están entre los catorce países biotecnológicos, con 50 mil hectáreas. Más allá de algunos países del Cono Sur, EE.UU. y Canadá, no es cierto que los transgénicos hayan sido aceptados a nivel mundial. Por el contrario, ha habido mucha resistencia.
Pero, una vez más, la crisis se aprovecha para tratar de imponer eso. Lo mismo ocurrió con los procesos de liberalización comercial. En nuestros países, hemos resistido al ALCA, hemos logrado a través de la movilización popular parar esa imposición. Sin embargo, nos han ido metiendo acuerdos bilaterales, pero no sin una oposición desde la sociedad, las organizaciones y movimientos sociales. Entonces, de nuevo se utiliza esta excusa de la crisis alimentaria para ejercer mayor presión, como hace pocos días ocurrió en Ginebra, para que los países acepten lo que EE.UU. plantea acerca de una apertura total de la agricultura. Lamentablemente, algunos países no han respetado a la población y al campesinado, sino representando los intereses de los agronegocios, adhiriéndose a esta liberalización total.
Pero hay resistencia, todavía pensamos que es posible seguir luchando contra estas políticas. Es importante analizar estos discursos dominantes, que se nos van imponiendo para tratar de convencernos de que la vida va por el lado de más capitalismo y concentración de las inversiones extranjeras, los agronegocios y las trasnacionales. Sin embargo, hay una población a nivel mundial, movimientos sociales organizados, como el Movimiento Campesino, que ha estado mirando este proceso de resistencia y esto es algo positivo, sino sería terrible. Si miramos Uruguay o Argentina es un desastre, nos están invadiendo y ya no quedan muchos espacios en donde construir o reafirmar nuestra capacidad de alimentarnos. Pero, por otro lado, en América Latina hay un proceso a nivel social que nos llena de optimismo.
Los pueblos quieren otra cosa, están cansados y no quieren más de lo mismo. Por esto es que nos hemos ido juntando, a lo largo de los últimos años, para ver cómo vamos construyendo estrategias comunes y cómo vamos sumando gente de la ciudad. No puede ser sólo una lucha del campesinado sino que, como organizaciones de la ciudad, nos tenemos que comprometer con esa lucha. Sin dudas, alimentarnos pasa por la organización con el movimiento campesino y por una lucha conjunta.
Respecto al problema de los territorios, es fundamental la defensa de nuestras tierras. No permitir que nuestros territorios sigan siendo ocupados por el capital trasnacional. Esta lucha es la que nos une hoy en día y la que nos llama a trabajar conjuntamente, creando nuevos vínculos y relaciones entre el campo y la ciudad. En este sentido, los invitamos a participar de ese proceso, tratando de hacer correr la voz para que cada vez seamos más en esta lucha.
Karin Nansen - REDES-Amigos de la Tierra, Uruguay.
Exposición de la charla "Construyendo Soberanía Alimentaria", Viernes 8 de agosto, Centro Cultural La Toma, Rosario, Argentina. Esta actividad fue desarrollada durante el Seminario Internacional ‘Cambio climático: Impacto en las mujeres y en la soberanía alimentaria’ que fue realizado por la Vía Campesina y la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC).
Fuente: Programa Argentina Sustentable