Transgénicos y ecología: la actitud ante la vida
"Si nuestra ciencia fuera sensata, mucho antes de intentar mejorar los genomas, volcaría todos sus esfuerzos en conservar el maravilloso legado de la biodiversidad. Entonces se daría cuenta de que lo más importante que tiene que descubrir en el siglo XXI no es hacer bacterias sintéticas, sino diseñar una sociedad humana compatible con la vida del planeta, porque la actual está destrozándola a marchas forzadas."
Por Marga Mediavilla
Hay últimamente una campaña de desprestigio a toda la oposición a los transgénicos tachándola de "anticientífica" que ha llegado al extremo de calificar de "terrorismo antitransgénicos pagado por el Estado" a Ecologistas en Acción.
Es difícil explicar por qué el ecologismo se opone a los transgénicos y a la ingeniería genética (sobre todo a algunos transgénicos y a alguna ingeniería genética) y no es ésta una cuestión que se pueda entender en debates superficiales. Sin embargo, hay últimamente una campaña de desprestigio a toda la oposición a los transgénicos tachándola de “ anticientífica” que ha llegado al extremo de calificar de “ terrorismo antitransgénicos pagado por el Estado” a Ecologistas en Acción y que no se corresponde en absoluto con la postura del movimiento ecologista, basada en importantes argumentos científicos .
En algunos debates, por ejemplo, se argumenta que el ser humano ha seleccionado genéticamente animales y plantas desde el Neolítico, por lo tanto, –dicen- no tiene sentido oponerse a esta nueva manipulación si no es desde la superstición y la paranoia. Sin embargo, los transgénicos no son lo mismo que la selección tradicional y hay una frontera entre la manipulación admisible y la inadmisible. De todas formas, como el debate es muy complejo, en lugar de entrar en complicados razonamientos científicos, podemos establecer un símil para abordarlo.
Imaginemos un cuarteto de jazz compuesto por músicos que (como sucede habitualmente en el jazz) estudian largos años de conservatorio, después acumulan una larga experiencia en todo tipo de música clásica, pop o rock y más tarde tienen la paciencia de volver a estudiar la teoría del jazz para llegar a convertirse en los auténticos virtuosos que requiere esta compleja música. Imaginemos que el cuarteto cada año ofrece a su público nuevas composiciones y algunas de ellas conectan con los gustos del público y se ponen de moda. De esta forma el cuarteto sigue innovando cada año, pero tiende a interpretar más a menudo los temas que gustan a su público. En cierta forma, el público manipula a los músicos, pero son los músicos los que crean, y lo hacen mediante su experiencia, su arte y todos sus conocimientos. Eso podría ser una buena metáfora de lo que el ser humano ha venido haciendo desde el Neolítico: la naturaleza ha ido creando la variedad genética y el ser humano ha escogido las plantas y animales más beneficiosos para sí.
Imaginemos ahora que el hijo de un productor musical quiere ser estrella. Es un niño de apenas 10 años que acaba de empezar a estudiar en el conservatorio, pero su padre tiene mucho dinero. Gracias a ello, el niño consigue subirse al escenario y forzar al cuarteto de jazz a interpretar la melodía que él toca con la flauta del cole. La melodía del niño no se inserta con naturalidad en la música del cuarteto: el niño pierde el ritmo, se equivoca… su padre debe estar constantemente forzando a los músicos para que acompañen esa melodía insertada con calzador. En algunas ocasiones, los músicos de jazz tienen tanta habilidad que consiguen algo aceptable del forzado quinteto, pero es obvio que las cosas suenan mejor cuando dejan a los músicos profesionales crear a su aire.
La ingeniería genética es la introducción forzada de una melodía en la complejísima sinfonía del genoma. Para conseguir insertar artificialmente estos genes y evitar los mecanismos de silenciamiento del organismo , se recurre a potentes promotores que fuerzan a las células a replicar constante ese ADN sin poder regular la expresión del gen. A pesar de los avances de las últimas décadas de investigación, nuestra ciencia apenas está empezando a asomarse a la complejidad de la vida y se parece mucho más a un niño de conservatorio que a un experimentado músico de jazz. No es extraño que los éxitos de la ingeniería genética aplicada a la mejora agrícola hayan sido mediocres, que sean muy pocos los cultivos en los que se esté aplicando comercialmente y éstos no hayan conseguido ser significativamente más productivos ni rentables que las variedades convencionales.
La frontera entre lo que se considera admisible en ingeniería genética y lo que no, está en algo tan sutil como la actitud. No es lo mismo acercarse a la vida con la admiración del público ante la experiencia y el arte de los maestros que acercarse como un arrogante niño que quiere, a toda costa, imponer sus inventos y obtener beneficios rápidos .
Este debate estaba ya presente en las reflexiones de Bertrand Russell, quien hablaba del impulso-poder y el impulso-amor en la ciencia. En La Perspectiva Científica , Russell argumenta que la ciencia ha sustituido el impulso-amor inicial de los primeros científicos (cuyo motor era un apasionado amor al mundo), por el impulso-poder que busca manipular para la propia ventaja, o incluso, manipular únicamente con el propósito de demostrar que se puede hacer , independientemente de las consecuencias.
No es cierto, como nos quieren hacer creer, que haya una única postura de la ciencia ante los transgénicos mientras el resto son posturas acientíficas y supersticiones. Hay varias formas de acercarse a la vida desde la ciencia. Cuando la ciencia se acerca a la vida con el impulso-amor contempla la belleza de los ecosistemas y sus complejísimos sistemas de regulación, intenta imitarlos y surge de ello la biomímesis, la permacultura y la agroecología. Cuando la ciencia se acerca a la vida con la actitud de respeto y admiración del público ante el virtuoso, ve la inmensa variedad de la biodiversidad e intenta protegerla antes de que se extinga: entonces surge el conservacionismo. Cuando la ciencia se acerca a la vida con la arrogancia de un niño rico , manipula los genes para vender productos químicos y hacer negocio sin darse cuenta de que esos productos están destruyendo los sofisticados y maravillosos ecosistemas del planeta: entonces surge la actual ingeniería genética (sobre todo la aplicada a la agricultura).
Quizá algún día la ciencia humana sea capaz de convertirse en un “músico de jazz”, y, por méritos propios, pueda subirse al escenario a interaccionar armónicamente con la vida. Pero no es desde la actitud arrogante de la ciencia-poder desde donde aprendemos a convertirnos en esos virtuosos artistas. Si nuestra ciencia fuera sensata, mucho antes de intentar mejorar los genomas, volcaría todos sus esfuerzos en conservar el maravilloso legado de la biodiversidad. Entonces se daría cuenta de que lo más importante que tiene que descubrir en el siglo XXI no es hacer bacterias sintéticas, sino diseñar una sociedad humana compatible con la vida del planeta, porque la actual está destrozándola a marchas forzadas. Si no somos capaces de desarrollar una sociedad que no destruya los ecosistemas, nos quedaremos solos en el planeta tocando nuestras torpes melodías con la flauta del cole y seremos los protagonistas absolutos del escenario, pero viviremos en un mundo donde el arte, la belleza y la fabulosa ingeniería que ahora nos regala nuestra Maestra se habrán extinguido.
Agosto de 2017
Fuente: El Diario.es