"No olvidemos nuestra relación con las semillas"

Idioma Español

El mundo entero es hoy testigo de una dura lucha por defender, conservar y proteger las semillas campesinas e indígenas contra los intentos de empresas y gobiernos por conseguir que los pueblos del campo las abandonen. En esa lucha, nos han inundado de propaganda y falsedades, tratando de convencernos de que debemos rendirnos. Hoy se hace más importante que nunca no ceder y continuar defendiendo las semillas campesinas contra viento y marea. Para ello, hay varios elementos que no debemos olvidar jamás.

El primer elemento es que con las semillas se nos va la vida, porque quien no controla la semilla no controla la producción, no controla la alimentación, no controla los procesos territoriales, no controla absolutamente nada.

Y eso los pueblos del mundo lo han sabido a lo largo de la historia, lo han sabido muy bien y por eso que defienden con tanta vehemencia las semillas. En esa lucha hay que recordar ciertas cosas y jamás cedérselas a la propaganda institucional que nos dice justamente lo contrario.

Tampoco podemos olvidar nunca que absolutamente todos los cultivos del mundo, sin excepción alguna, son obra campesina e indígena, que partió por la domesticación y luego por el mejoramiento. Ése es el segundo elemento. Y esa labor de ir creando los cultivos fue inmensa. Fue convertir plantas que eran tóxicas o venenosas en plantas que hoy día son fundamento de la alimentación. Uno de los casos más connotados es la papa. La papa silvestre era una planta tóxica e incluso venenosa, que podía matarte. Y hoy día es la base de la alimentación, no sólo de esta región, sino que del mundo entero.

Transformar una planta venenosa o una planta sumamente débil en una planta fuerte, alimenticia, fundamental para la vida de muchos pueblos, es algo inmenso, es un trabajo genético que ningún científico ni colectivo científico genético de hoy día, ni los mejores investigadores de la genética del mundo actual podrían hacer. Ésa es una obra campesina e indígena, y jamás debemos soltarla como tal. Jamás debemos aceptar que nos digan que quienes saben de cultivos y de semillas y de genética son los científicos, y que el resto son una tropa de ignorantes, porque la historia demuestra algo muy al contrario.

El tercer elemento que no debemos olvidar, es que esa obra fue posible porque fue una obra colectiva. Y no fue una obra colectiva de unos pocos, de tres, de cuatro, de una familia, de cinco familias. Fue una creación colectiva de comunidades enteras, de pueblos enteros y de colectivos de pueblos, donde había millones de personas haciendo ese trabajo de mejoramiento de las plantas, millones. Y es un trabajo que además de ser colectivo se ha hecho a lo largo de toda la historia. El maíz, 11 mil años. Depende a quién le preguntemos, la agricultura nació entre 20 mil y 8 mil años atrás, pero son miles de años. Durante todos esos miles de años se ha estado haciendo el trabajo de mejorar aquellas plantas que inicialmente eran plantitas, como digo, débiles, tóxicas, venenosas, etcétera, y no debemos olvidar que también es un trabajo actual.

El cuarto elemento es que es una labor actual, que continúa, que no ha parado. Hoy día, aunque no se le ponga ese nombre y no se reconozca como tal, en el campo se sigue trabajando en el mejoramiento de los cultivos y en el fortalecimiento de los cultivos. Y eso quienes lo hacen hoy, lamentablemente, ya no son esos colectivos que involucran a pueblos enteros, sino que son personas que han mantenido esa capacidad y ese conocimiento y esa tecnología a través de las generaciones. Pero que nadie diga que una semilla tradicional es hoy lo mismo que era hace cincuenta años atrás, hace cien años atrás, hace doscientos años. Las semillas campesinas siguen evolucionando, y no por casualidad, sino que siguen evolucionando porque las comunidades campesinas e indígenas trabajan sobre ellas, y ese trabajo es invisible, no se reconoce pero tenemos que lograr que se reconozca. Lo que no podemos aceptar como marco teórico, por decirlo así, es que nos digan que las semillas están de alguna forma estáticas, que no evolucionan en forma permanente, porque eso tiene una serie de consecuencias sobre cómo debemos defenderlas.

El quinto elemento que no podemos olvidar es que las semillas ayudaron a formar a los pueblos, y los pueblos fueron los que formaron las semillas. Y esa mutua formación es inseparable. Las semillas no van a ser si no hay pueblos, las semillas no van a seguir evolucionando. Si no hay semillas, los pueblos van a tener problemas en su transformación. Ejemplos muy claros hay: aquí en la zona andina existe una riqueza inmensa de tradiciones en torno a la papa, que es muy distinta a las tradiciones que hay en Mesoamérica en torno al maíz. O más aún, es cierto que el maíz se domesticó y se desarrolló en Mesoamérica pero ustedes vienen a esta región y hay maíces andinos que uno los mira y reconoce. Éste es maíz andino y éste es maíz mesoamericano. Se pueden reconocer incluso por la forma, digamos, por el aspecto, y son tradiciones distintas. Y al tener esas tradiciones distintas, cada pueblo seleccionó de un modo distinto. Los pueblos fueron dándole forma a sus cultivos, y esos cultivos permitieron ciertas tradiciones, formas de alimentación, de compartir, ciertas formas de cultivar, de manejar el territorio. Y cuando se separa a los pueblos de sus semillas, mueren tanto los pueblos como las semillas.

Por lo tanto, volvemos al principio: si perdemos las semillas, se nos va la vida como queremos tenerla. No nos vamos a morir, pero vamos a dejar de ser parte de los pueblos que queremos ser.

Ésos son cinco elementos que son el contexto que siempre que estamos discutiendo sobre semillas tenemos que tener a mano y decir no, esto no se puede perder.

Cuando nos dicen que las semillas no sirven, o cuando nos dicen que tenemos que ir a los Institutos de Investigación Agrícola a buscar semillas, tenemos que recordar que cuando ellos producen semillas, lo que hacen es un cambio superficial de las semillas que ya estaban en el campo, producto de la obra campesina. No hacen nada comparable con ese tremendo trabajo de selección, mejoramiento y transformación que hicieron los pueblos a través de la historia.

¿Qué es lo que está pasando hoy día? Hay una pérdida de diversidad, hay una pérdida de calidad, hay una pérdida de acceso. Hay mucha gente que ha perdido sus semillas y que tiene graves problemas si quiere recuperarlas. Y eso es parte inherente de un proceso, un intento, de destrucción de los pueblos.

Lo que actualmente estamos sufriendo son intentos de privatización de las semillas. Es lo que tradicional, histórica y eufemísticamente se le llama modernización. Toda la modernización en el mundo es en realidad el avance del capital sobre el mundo. Y la modernización del campo no es la excepción. La modernización del campo es el avance del capital sobre el campo, y el capital siempre avanza con un afán de convertir en negocio lo que antes era un bien común o un trabajo colectivo o un proceso social. Y el negocio y la ganancia no son para todos, sino para el capital y cada vez más para el gran capital.

No es casualidad que los procesos de modernización de la agricultura, que partieron fuertemente aquí en América Latina en la década del 50, 60 del siglo pasado o por ahí, tuvieron como uno de sus pilares la eliminación de las semillas campesinas. Por eso partieron los Institutos de Investigación Agrícola. Todos parten en la década del 60 con el objetivo central de producir semillas “científicas” o “modernas”. En realidad el objetivo, aunque mucha gente no lo viera, era sustituir las semillas campesinas (éstas que evolucionan, que tienen que ver con la vida en el entorno) por las semillas modernas, de laboratorio —como queramos llamarlas. Incluso muchos de los científicos que trabajaban en ese momento estaban convencidísimos que estaban haciendo el bien, pero el objetivo estratégico impuesto por el capital era esa sustitución a través de una serie de mecanismos. No eran solamente las semillas, era también que la fertilidad de los suelos no dependiera del trabajo agrícola, sino que dependiera también de los laboratorios, que la salud de las plantas dependiera de los químicos, etcétera.

Ese avance del capital sobre la agricultura, primero fue por lo que podríamos llamar las buenas. Nunca fue por las buenas, pero pongámosle, ¿cuál fueron las buenas? La propaganda: produzca montones, especialícese, no sea atrasado, produzca más, gane más plata, toda la propaganda que podía haber. Y la verdad que no funcionó. Hay estudios históricos que muestran que en los primeros diez o quince años de introducción de semillas modernas, la adopción de ellas fue absolutamente marginal. Y no solamente aquí en América Latina, sino que fue el mismo proceso en Europa, en Estados Unidos.

Como no funcionó por las buenas, comenzaron a apretar la tuerca. La primera vuelta de tuerca fue la otra cosa que hacen los Institutos de Investigación Agrícola: la “asistencia técnica” o “extensión técnica”. Y que era decirle a la gente: mire, a usted en realidad le va mal (nadie decía que en realidad le iba mal porque le pagaban malos precios, porque había poderes compradores abusivos, porque había poca tierra). A usted le va mal, decían, porque no sabe cultivar, entonces nosotros le vamos a dar asistencia técnica para que usted cultive bien. Pero si quiere cultivar bien, va a cultivar como nosotros decimos. Y nosotros decimos que tiene que usar semillas de laboratorio. Y como eso por las buenas no funcionó, entonces se empezó a apretar y poner condiciones.

Si usted quiere un préstamo, (que normalmente la gente necesitaba) tiene que usar esta semilla y tiene que usarla con fertilizante, con pesticidas y con toda la cosa. O sea, se fue apretando la tuerca, la asistencia financiera, que podría haberse hecho sin condicionantes, se empezó a condicionar, para imponer esta semilla.

Y este proceso, nuevamente, no fue sólo en América Latina, fue el mismo en el mundo entero. Eso funcionó a medias. Y funcionó, ojo aquí, sobre todo con los hombres. Funcionó muy poco con las mujeres. Una razón es porque la asistencia técnica no le llegaba a las mujeres, pero otra es porque la historia ha demostrado que las mujeres tienen un arraigo cultural a su tierra, y por ser quienes tienen que cuidar el sustento familiar inmediato, la alimentación, se mantienen mucho más aferradas a sus propios medios.

Entonces, no funcionó esto de la asistencia técnica o funcionó a medias. Y ya en la década del 60 a nivel mundial, pero a partir de fines de la década del 70, con el Pacto Andino en América Latina llegaron a la conclusión de que ese apriete de tuerca con el apoyo financiero de “te presto plata, pero tú haces esto”, no era suficientemente fuerte y se empezaron a introducir una serie de leyes. Al principio leyes aparentemente suaves y luego cada vez más brutales y punitivas.

Las primeras leyes que se metieron fueron las leyes de certificación. Hoy día se dice, bueno pero la certificación tiene que ver con la calidad ¿no? No, en realidad es una forma de privatizar. ¿Por qué? Porque exigía cosas a la producción que sólo se puede cumplir si hay semillas certificadas, es decir, semillas compradas.

¿De dónde venía la semilla certificada? De los laboratorios, porque las semillas campesinas no se pueden certificar. ¿Y por qué no se pueden certificar? Porque las reglas de certificación están hechas a propósito para que las semillas campesinas no puedan ser certificadas. Si tuviéramos otro sistema, se podría certificar la semilla campesina, pero está hecho para que no se pueda. Entonces la gente empezó a quedar en el campo cada vez más expuesta a no poder vender, a no poder comercializar en grupos, a no poder cumplir con lo que se llamaban los requisitos de “calidad”, que de calidad no tenían nada, porque, por ejemplo, que una papa sea más grande o más chica, no tiene que ver con la calidad, solamente es el tamaño.

Yo recuerdo que en mi país teníamos una papita que era de un tamaño pequeño, que es la papa más rica que comíamos en todo Chile, una papa deliciosa y que desapareció porque era chica y no entraba en los requisitos de “calidad”, de comercialización que se impuso desde los gobiernos.

Luego fueron aumentando la presión. Después de las leyes de certificación, vinieron las leyes de comercialización, las leyes de semillas. Y cada vez fueron estrujando más a la gente para que aceptara las semillas de laboratorio.

Ese proceso no se dio solo. Era un proceso que iba acompañado por los procesos de educación pública, que todos defendíamos. Yo creo que todos nosotros, y sobre todo la gente más vieja, peleamos el derecho a la educación porque es un derecho fundamental, pero ese derecho fue utilizado para alejar sobre todo a las generaciones más jóvenes del campo. En ese entonces estaban los dichos típicos: “Estudiá para no ser como tu padre”, “Ya no seas bruto, estudiá para que te vayas a la ciudad”, o también “estudiá para que sepas cómo hacer agricultura”.

Entonces, fueron procesos simultáneos. Por un lado, empujar a la gente a que no tenga sus semillas, pero por otro lado, a desvalorar lo que se tiene y lo que se sabe. Fue en el mismo tiempo en que se dijo que todo lo que se sabía sobre semillas en el campo era superstición y cosas por el estilo. Y no era así. Eran conocimientos extraordinariamente sofisticados. Y hay cómo demostrar cuán sofisticados eran esos conocimientos.

También tuvo que ver el proceso de urbanización, porque a la gente de la ciudad nos dijeron que todo tenía que ser parejito, del mismo tamaño, del mismo color. Incluso fue la época en que se crearon máquinas seleccionadoras, por ejemplo, de frijoles. ¿Y qué es lo que hacían tales máquinas? Seleccionaban sólo semillas con una determinada forma, un determinado tamaño y color, y todo lo otro era deshecho, era basura, era para los cerdos. Cuando en realidad todos sabemos que las variedades del campo son diversas, son heterogéneas, no son todas las semillas iguales. Y hoy sabemos que eso no solamente es bueno, sino que es necesario para tener cultivos sanos y fuertes, pero se impuso la idea de que todo igualito y parejito era mejor.

Pero a pesar de las inmensas campañas, eso aún no fue efectivo, la gente en el campo, y especialmente las mujeres, no soltaron ni descuidaron sus semillas. Hasta el día de hoy, se calcula que al menos un tercio y tal vez cerca de la mitad de las semillas que circulan en el mundo son de origen campesino. Y la industria, los grandes capitales monopólicos, transnacionales, dedicados a la producción y venta de semillas, se han dado cuenta de la inmensa resistencia y entonces ahora ya no promueven ninguna cosa por la buena, no van tratar de convencer, no se trata de empujar, sino que se van en directo por la amenaza y el castigo.

¿En qué se expresa hoy día la amenaza y el castigo?

En las leyes de privatización que se llaman leyes de obtentor, que se las conoce por las siglas: las leyes UPOV. En términos populares, en Chile las hemos bautizado como “Leyes Monsanto”, porque Monsanto era hasta unos años atrás el que más se beneficiaba, ahora ya no tanto, porque hay otras empresas semilleras más grandes. Son leyes que buscan no sólo empujar a la gente a que use las semillas industriales, sino que les prohíbe usar sus propias semillas. Y no solamente les prohíbe, sino que se les castiga si deciden seguir cultivando con sus propias semillas, incluso con cárcel. En Japón, por ejemplo, la primera vez que uno rompe con esta ley se va cinco años a la cárcel, la segunda vez diez.

Entonces tenemos varias luchas centrales. La primera es recuperar los procesos populares colectivos que nos permitieron en algún momento ser pueblos del campo.

Volver a esas labores colectivas, a esos procesos colectivos que significan tener organización, tener identidad, procesos de lucha, unidad, coordinación. Si no volvemos a ser pueblos y no meramente individuos, el capital a seguir avanzando sin ninguna oposición significativa.

Y la segunda, entender que tenemos que mantener esas semillas contra viento y marea. Y el principal seguro es que las semillas estén en manos de muchos y muchas.

Si estos procesos históricos involucraron a millones, debemos volver nuevamente a ser millones, millones defendiendo las semillas y millones defendiendo la agricultura campesina e indígena.

Transcripción y edición de la exposición de Camila Montecinos en el Foro: Nuevas Tecnologías. Amenazas para la Agricultura Familiar Campesina e Indígena, Universidad Simón Bolívar, Quito, Ecuador, 24 de septiembre de 2024.

- Para descargar el documento PDF, haga clic en el siguiente enlace:

Fuente: Revista Biodiversidad, sustento y culturas #123

Temas: Semillas

Comentarios