Monsanto y la Mano de Dios. La soja transgénica destruye suelos y vidas
Lejos de ser parte de un plan alimentario, la soja transgénica -la panacea del agro argentino de la última década- se vende a toneladas, sí, pero mayoritariamente para darles de comer a los animales chinos y europeos. Mientras tanto en Latinoamérica estamos destruyendo nuestros suelos, la biodiversidad, nuestro hábitat y la salud y las vidas de nuestra gente. La Argentina funcionó como semillero para los países vecinos, con la llamada "soja Maradona". Entretanto, las multinacionales comercializan una semilla tan letal que los expertos la denominan "Terminator"
En la década del 90, la Argentina fue uno de los países que hicieron punta para imponer en Latinoamérica un "nuevo" modelo de producción agroexportador basado en economías concentradas, mucha producción para unos pocos y máximas ganancias sobre todo para una empresa: Monsanto.
En 1996, con 13 millones de hectáreas al borde del remate, los productores argentinos festejaron la llegada del decreto promulgado por el entonces secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca, Felipe Solá, mediante el cual se daba vía libre a la producción de soja transgénica, modificada genéticamente para resistir a un poderoso agroquímico: el glifosato. Un plan magníficamente orquestado, ya que a partir de ahí la expansión de la soja transgenica fue imparable en nuestro país.
Sembrada la tierra libre, se buscaron luego tierras para deforestar y obtener así un terreno propicio. Según los especialistas, la tala indiscriminada es el mayor responsable de las grandes inundaciones que sacuden últimamente a nuestras provincias. Tal es el caso reciente de Tartagal, Salta (ver recuadro).
Pero eso no fue suficiente. La ambición desmedida hizo que algunos productores buscaran las tierras más ricas del país, sin importarles quiénes las ocupaban y qué métodos se utilizaran para lograr su objetivo. Así fue como descubrieron en las tierras campesinas, indígenas, las yungas, la posibilidad de más desmonte.
Los campesinos que ocupaban las tierras con el derecho veinteañal de posesión, comienzan a resistir frente a la prepotencia de las guardias blancas integradas por grupos paramilitares y terratenientes vinculados a empresas semilleras, que expulsan a los campesinos de las tierras. Los grupos más conocidos de esta resistencia son el Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero (MOCASE), el Movimiento de Campesinos de Formosa (MOCAFOR) y el Movimiento de Mujeres en Lucha.
A conquistar tierras de la mano de Maradona
Hace dos años, una de las competidoras de Monsanto, la empresa Syngenta, lanzó una publicidad para uno de sus productos con un mapa bajo el título "República Unida de la Soja", donde se destacaban grandes territorios de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia y se recalcaba: la soja no tiene fronteras.
Ya se estaba caldeando una nueva expansión agropecuaria en el resto de Latinoamérica. La Argentina funcionó como una especie de globo de ensayo, un verdadero conejillo de Indias.
En Bolivia, Paraguay y Brasil se empieza a producir con esta semilla de productores argentinos. Se comercializaba sin marca en bolsas blancas, y la llamaban "Soja Maradona". Una vez instalada la semilla en el territorio, el actual gobierno brasileño tuvo que admitir la producción transgénica como un hecho consumado, forzando a elastizar su legislación.
Norma Giarracca es socióloga rural e investigadora del Instituto Gino Germani. Según la profesora, para expandir el negocio "por un lado se hace la vista gorda para que se produjera la semilla transgénica reproducida por los propios agricultores, y por otro lado, el glifosato en ese período está más barato que cualquier otro agroquímico. Eso funcionó para introducir el modelo y que la gente se diera cuenta que tenía una rentabilidad muy superior a producir arroz, o los tambos, y cambiaban rápidamente a esa producción".
Las modalidades son muy parecidas. En Brasil también hay en este momento una expansión increíble de la producción en zonas que eran libres de soja transgénica.
Carlos Vicente, representante de la ONG GRAIN y responsable de la información para América Latina, enfatiza: "La situación es gravísima, porque los sojeros de Brasil están avanzando con los paramilitares sobre los campesinos que no tienen la titularidad de la tierra. De golpe aparecen con un título de propiedad y sus topadoras para desplazar a la gente".
Por su parte Javiera Rulli, bióloga e integrante del Grupo de Reflexión Rural (GRR), argumenta que "en Paraguay hasta el año 2000 había menos de un millón de hectáreas sembradas con soja convencional. Pero en ese mismo año empiezan a contrabandear soja desde Argentina y ahí es cuando se duplica. Paradójicamente en Paraguay no estaba permitido el cultivo de soja transgénica y cuando en el 2004 se aprueba, ya había dos millones de hectáreas sembradas con esta producción".
Aunque en nuestro país la soja se planteó como una panacea nutricional, Europa no consume transgénicos para los humanos. "Hay toda una organización de consumidores que pelea para que a la Unión Europea no entre la soja transgénica ni siquiera para uso animal. Nuestra soja la consumen los animales en China, Estados Unidos y Europa. Y nosotros estamos dejando de producir alimentos, con un 40 por ciento de pobreza, con gente que tiene desnutriciones básicas. Sólo acá se les ocurrió en plena crisis dar eso como alimento para los pobres", aseveró Giarracca.
La pelea por los "royalties"
En los últimos meses, Monsanto reclama judicialmente en Europa que se le reconozcan royalties o derechos por la soja RR de las embarcaciones argentinas. De esta manera, solicita a un juez local que determine si la soja que llevan esos cargueros es transgénica (prácticamente toda la soja argentina lo es), para así tener pruebas en los litigios que inició contra diferentes importadores de soja, a los que reclama 15 dólares por tonelada en concepto de royalties.
De esta manera, como Monsanto no patentó en la Argentina el transgen resistente al glifosato (conocido comercialmente como "Round Up Ready" o "RR") intenta cobrar así las regalías.
Vicente puntualizó que "Monsanto dejó que de 1996 al 2003 la soja se multiplicara y cuando en el 2003 Brasil, Paraguay y Argentina estaban invadidos de soja argentina, dijeron: ‘Nosotros queremos cobrar. Nuestros funcionarios recién ahora visualizan el problema, pero en todo este tiempo nuestro país entregó su agricultura a Monsanto’".
Para Giarracca el patentamiento por las semillas es injusto y hasta puede llegar a ser peligroso: "Los campesinos desde hace años produjeron sus propias semillas. Con este reclamo de apropiación y patentamiento se pierde la posibilidad de recrear y producir semillas. Pero también hay otra cuestión: con las semillas transgénicas se contaminan semillas naturales, que es lo que ha pasado en México con el maíz. Hay un caso en el que agricultores que hacían soja orgánica fueron contaminados por un vecino con semilla transgénica. Entonces Monsanto les hizo un juicio a ellos para que pagaran el royalty de las semillas. Y lo ganaron".
Terminator
En otra instancia para controlar su negocio en el mundo, la multinacional Monsanto —a través de una subsidiaria, Delta Pine— intenta patentar una semilla "estéril".
"Nosotros la llamamos ‘suicida’ o ‘Terminator’. Vos la sembrás, y una vez que termina de dar sus frutos, la semilla que produce es estéril. Es decir, no podés guardar semillas para la próxima siembra. ¿Cuál es la intención de esto? Que cada año tengas que comprarle a la corporación", explicó Vicente.
Para Rulli, "el riesgo de contaminación es grande. Si un vecino que está cultivando semillas ‘Terminator’ de maíz se cruza por contaminación de aire con otras semillas y otros cultivos, va a tener semillas Terminator aunque no quiera, y cuando siembre sus semillas no van a germinar. Por eso ha causado un rechazo global de organizaciones campesinas, científicas, médicas. Es un crimen".
Política de omisión
Según Giarracca, lo que hubo en la Argentina fue "omisión de política. Este gobierno no intervino para nada en la política agraria, porque la producción de soja para la exportación y la posibilidad de gravar esa exportación le daba por un lado un superávit de la balanza comercial, y por otro lado la posibilidad de unos ingresos al Estado que le permitía manejar la cuestión interna de la desocupación, como los Planes Trabajar. En realidad no hay política". A la vez, aclaró: "Tampoco se trata de culpabilizar a la producción ni a los productores. La cuestión era que en otra época tenías una trama institucional que estaba pensando en las ganancias de los productores, en los precios de los alimentos y en un proyecto de país. Hoy no pasa eso".
En cuanto a las empresas, Vicente remarcó que "los Estados nacionales no son los que dictaminan las políticas. Son las corporaciones las que vienen y dicen lo que hay que hacer. Por ende, su poder crece y se concentra".
RECUADRO 1
¡Vení que te fumigo!
Petrona Villasboa vive en Encarnación, Paraguay. En el año 2003, uno de sus siete hijos volvía a su casa en bicicleta con la comida para su familia, y cuando estaba pasando por el camino ubicado entre dos sojales, un sojero alemán estaba fumigando.
"El hombre gira con el mosquito, ve al niño, le da igual, no para la máquina y rocía al niño. El niño llega a casa, le pasa la carne a la hermana, quien prepara la comida. Ese día había 22 personas que comieron y que cayeron enfermas. Luego de unos días el chico muere. Desde ese momento, Petrona está llevando la única lucha legal que hay por contaminación. El es un caso totalmente certificado. Si el caso se gana, el caso sentaría jurisprudencia", relata Rulli.
RECUADRO 2
"Que se vayan todos"
Hace tiempo que desde EL MEDICO venimos denunciando la cantidad de gente con cáncer en el barrio Ituzaingó Anexo, ubicado en la periferia sur de la ciudad de Córdoba, a causa de los agroquímicos que rocían en los campos de soja transgénica lindantes al barrio. A esta altura, los muertos por cáncer ya suman más de cien.
Pero esta vez un estudio difundido por la Municipalidad de Córdoba les dio la razón a los vecinos que vienen luchando desde hace cuatro años. Dicho trabajo detectó un plaguicida prohibido, con niveles por encima de los valores de referencia, en la sangre de 23 de los 30 niños (de 4 a 14 años) a los que se les tomaron las muestras. La investigación comenzó en agosto de 2005.
Los análisis dieron como resultado niveles en sangre de alfa hexaclorociclohexano, un peligroso contaminante cuya fabricación o uso están prohibidos en Argentina. Esta sustancia, utilizada como plaguicida en algunos cultivos, está prohibida en el país por la ley 22.289, sancionada en 1980, y está catalogada como "probablemente cancerígena".
Uno de los autores del Informe Intermedio del Estudio Epidemiológico Analítico Transversal, el doctor Edgardo Schinder, coordinó durante diez meses un censo epidemiológico en Ituzaingó Anexo y comprobó que esta ciudad con más de cinco mil habitantes tiene "incidencia de cánceres un 50% superior a la habitual".
El año pasado, el médico caracterizó la situación sanitaria del barrio como un "Cromañón ecológico", y luego de entregarle los resultados del trabajo a la Agrupación de Madres, sugirió como solución la "relocalización del barrio".
RECUADRO 3
Paraguay: la cara más violenta
Aunque las modalidades de expansión se reproducen casi de manera sistemática y en forma muy similar, por su historia Paraguay es quizás la cara más violenta de esta lucha contra la soja, en un país donde el 50 por ciento de la población es campesina. Con dos millones de hectáreas sembradas, una superficie de más de 400 mil kilómetros cuadrados y con una población de 6 millones de personas, la controvertida siembra cubre más del 50 por ciento de la superficie agrícola del país.
Javiera Rulli hace un año que viaja al país vecino. En su evaluación, contó que "históricamente, Paraguay tiene una distribución de tierras muy injusta. Las comunidades campesinas han tenido siempre una proporción reducida de la tierra. Menos del dos por ciento de la población controla el 70 por ciento de la tierra. El 8 por ciento de las tierras es de pequeños campesinos, que con su agricultura cubren casi todas las necesidades del mercado interno". Con el ingreso de la soja transgénica, el país pasa de tener un millón de hectáreas a dos millones, es decir, se duplica.
Como en Argentina, primero avanza sobre los bosques y luego sobre las tierras campesinas. "Encima que estaban acorralados y era bastante injusta la distribución de la tierra, la soja avanza sobre las tierras de pequeños campesinos. Y ahí es cuando la gente empieza a ser expulsada. Es una población campesina que no quiere cultivar soja y que está sufriendo un exterminio. Para seguir adelante con ese modelo de agricultura el paraguayo va a tener que dejar de existir", diagnosticó Rulli.
Según la bióloga, en Paraguay el problema se acentúa porque el dictador Alfredo Stroessner hizo una distribución inequitativa de la tierra, bajo el programa de Reforma Agraria en los años 60, mediante el cual regaló 12 millones de hectáreas a sus aliados militares paraguayos y corporaciones y empresarios extranjeros, sobre todo brasileños. Una mínima proporción de esas tierras quedó en manos de los campesinos. Es decir: allá una familia campesina que no tiene tierra tiene derecho a pedirla, y está todo el aparato legal para hacerlo justo. Pero ese aparato legal se malinterpretó y se usó para dárselo a otra gente.
Autor: Silvia García
Fuente: Revista del Médico