Matar la vida: el negocio (del) capital
"Tenemos así una ofensiva, propiamente militar, de la agroindustria sobre los campos argentinos y mundiales. Tenemos sus trincheras mediáticas, como los suplementos rurales de los diarios “principales” de la derecha argentina y la ristra de radios con sus “rincones de campo”, todas o casi todas al servicio de los laboratorios de la invasión transgénica y biotech."
Por Luis E. Sabini Fernández
Uno advierte el empuje de las fuerzas exógenas en los países arrasados por el american way of life, en la forma en que los técnicos cada vez más formados por la ideología dominante procuran “casar” la política oficial, la adoptada por las redes del poder local que absorben con gozo las disposiciones del centro planetario[1] con la conciencia, la dignidad profesional y algún “otro” conocimiento ...
Se ve claramente entre los llamados ingenieros agrónomos, que ya desde el título implantado en la designación de su profesión están conquistados por la concepción tecnocientífica dominante: ingenieros, como si tratar con organismos vivos fuera equiparable a tratar con máquinas.
Pero aun con esa distorsión radical, uno siente que los egresado de las facultades de agronomía recuerdan lo bueno (ya que reconocerlo en la realidades cada vez más arduo). Así, por ejemplo, un i.a. en AM 1030, radio K (o crecientemente K), audición “campera”, con aire dolido nos dice, ante los monocultivos agroindustriales imperantes: ‘lo deseable sería rotación del suelo alternando ganadería y agricultura’, “lo vería deseable pero no posible”.
Y el testimonio de otro i.a. ubicado en” la oposición” al gobierno K [Proyecto Sur] es exactamente igual: hablando de “la sojizaciòn” advierte el empobrecimiento de los suelos, el angostamiento ominoso de la capa de humus, la compactación, la escasez progresiva de nutrientes, como el fósforo (y hasta de calcio) y como pitonisa apostrofa: si seguimos así [¿en milenios, o en siglos?] nos vamos a quedar sin nada…
Si lo del “sureño” es estrategia para “cantar verdades”, no calienta a nadie (algo muy distinto de lo que pasa con los sojeros, ésos sí, calentitos e interesados con la matriz energética, la biotech, y toda “el paquete tecnológico” que promueve hoy la agroindustria).
Recordemos además que la “era K” es la que vehiculiza desde hace por lo menos una década la presencia y el sostén de la soja y el maíz transgénicos totalmente ensamblados con la política imperial “dentro de casa”.
El papel de tales i.a., tanto oficialistas como de la oposición, con sus temerosas advertencias, es el de mera complicidad. No sabemos si por la defensa de la profesión (es decir de los ingresos de su profesión), de lo que estudiaron, de que no se resignan a aceptar que lo criminal, suicida, biocida es tan general…. y le dan la vuelta, para encontrar algo bueno en la invasiónbiotech de los sectores del USDA [Ministerio de Agricultura de de EE.UU.] sobre el país, a través de sus cabeceras de puente, Monsanto, Wal-Mart, Cargill, etcétera.
Si la soja fuera buena porque existe, pero habría que sacársela de encima antes de la desertificación, de la llegada a un mundo sin humedad, ¿a quién le importa? Así, participan de la “fiesta” de la soja y sus dólares; los sojeros y el gobierno que sería su oposición y la oposición al gobierno, ¡qué unanimidad tratándose de discrepantes!
Los lamentos y advertencias de los técnicos de que el conocimiento “tradicional” está siendo arrasado, tenemos que extenderlo a que de modo similar están siendo arrasadas las poblaciones rurales, los sistemas bióticos, las formas de autonomía alimentaria, las nociones mismas de alimentos estacionales y locales, lo cual revela que todo y todos estamos al servicio de una estructura global uniformizante que arrasa con la naturaleza, el agua, los organismos vivos.
Pongamos un solo ejemplo: una vaca suele tener, un ejemplar, en su media tonelada de peso, alrededor de 20 billones de bacterias y microorganismos vivos en sus estómagos. Leyó bien: veinte millones de millones (no son los billions yanquis).[2]
Estamos hablando de un ejemplar, de las decenas de millones que hay por ejemplo en Argentina.
Y la vaca es apenas una especie entre los rumiantes; cabras, ovejas, bisontes, bueyes almizcleros, ñus, antílopes, ciervos, corzos, gamos, renos, camellos, dromedarios, jirafas, okapis. También llamas, vicuñas, guanacos, aunque en estos casos se trate de rumiantes con tres estómagos...
Al haber transferido el ganado vacuno (en número creciente y progresivamente acelerado) de pasturas a campos de concentración (con el prestigioso nombre, en inglés, de feed lot), y suministrarle maíz como “alimento”, el ganado vacuno argentino (como el estadounidense, su modelo, del cual es copia; en los ’90 hasta el semen se empezó a importar desde allí) pasa a tener tres estómagos “de sobra” puesto que la función fundamental de los rumiantes de digerir y asimilar la celulosa natural de las pasturas deja de “necesitarse”.
La eliminación de las funciones de los estómagos rumiantes significa el biocidio masivo de sus poblaciones. Microorganismos.
Seguramente la mentalidad imbécil que promueve alguna empresa láctea, o textos escolares promotores de la ”guerra contra los microbios”, los afanes de enseñarnos a tenerle miedo a las bacterias y a construir un mundo “limpio de microbios”, aplaudirán la supresión del rumeo. Sin embargo, ese cambio forzoso de dieta en rumiantes y el exterminio de su microfauna y microflora, no es saludable, en absoluto, para la macrofauna, nosotros incluidos. Un ejemplo: las vacas alimentadas a maíz, aparte de otras lindezas, como su paralización relativa y pérdida de musculatura por dejar de caminar en sus habitáculos concentracionarios y el aumento feroz y voraz de enfermedades generadas por el feed lot, que implica la permanencia en un lago de orines y heces, generan, con la ingestión de maíz, mutaciones en algunas de sus bacterias sobrevivientes que, por ejemplo, dan lugar al síndrome urémico-hemolítico, grave para humanos. La “solución McDonald’s” para esta indeseada micropresencia es cocinar bien, bien la carne, jamás restituirle a la vaca su alimento deseado y natural.
Tenemos así una ofensiva, propiamente militar, de la agroindustria sobre los campos argentinos y mundiales. Tenemos sus trincheras mediáticas, como los suplementos rurales de los diarios “principales” de la derecha argentina y la ristra de radios con sus “rincones de campo”, todas o casi todas al servicio de los laboratorios de la invasión transgénica y biotech. Tenemos sus asociaciones de productores, de profesionales formados bajo los patrocinios del USDA, de la ISAAA[3] o de sus representaciones locales como CASAFE.[4]
Se trata de una santa alanza, donde los think tanks tanto metropolitanos como sus repetidores locales, ponen el plan (basado en la Teoría de las ventajas comparativas) y financian, bien que con dólares de empapelamiento “forzoso”, el camino rentístico que adoptan los países que se autoconsideran modernos o modernizados, como Argentina o Uruguay, en rigor neocolonializados.
Algo que los que provienen de los centros planetarios tienen claro. Escuchemos a un ex-agente de la CIA, que fue, jovencito, hombre de Reagan y del republicanismo, tan imperial como el Partido Demócrata de EE.UU. Bill Christison se presentaba a sí mismo así: “Luego de abandonar la CIA hicimos residencia en Santa Fe [capital del estado de Nuevo México] y empezamos nuestro acercamiento a la izquierda […]”
Y como ex-agente de la CIA publicó en Counterpunch “Por qué la guerra contra el terror no va a servir” (2002). Su editor, Alexander Cockburn, señala que causó revuelo.
El segundo de los seis argumentos que presenta para semejante pronóstico es: “La política de EE.UU. de expandir su hegemonía a través de los grandes consorcios transnacionales, mediante el llamado ‘mercado libre’ y la globalización de alcance planetario crea un abismo creciente entre naciones ricas y pobres [entendemos que se refiere a naciones enriquecidas y empobrecidas] y a su vez entre gente rica y pobre dentro de cada país en la mayor parte de los estados nacionales, un abismo que se ha acrecentado durante los últimos veinte años de globalización que es, dicho con más precisión, la versión estadounidense de globalización.[5]
Observe el lector que la visión sobre el destrozo planetario proviene desde los mismos EE.UU.
Lo vemos todavía más prístinamente mediante otra mirada, centrada en su realidad primermundiana, Lierre Keith, vegana, ya citada, que sin embargo capta el sentido geopolítico de las políticas alimentarias en juego:
“[…] En la década de 1970, los programas de New Deal desmantelados y sustituidos por un sistema de pagos directos. El gobierno federal les paga subsidios a los agricultores si el precio cae por debajo de un nivel determinado. Antes, el maíz era retirado del mercado cuando los precios bajaban; ahora, el mercado está permanentemente saturado de maíz.
Ello ha resultado en un interminable torrente de maíz que sofoca nuestras arterias y receptores de insulina, nuestras comunidades urbanas y las economías de subsistencia más pobres del mundo.”
La autora tiene una mirada, lógicamente, centrada en su realidad, pero los ojos le alcanzan para ver el significado político del uso de los alimentos como arma de destrucción masiva (de todo; de naturaleza, bios, humanos incluidos). Keith cita a su vez a Michael Pollan:[6]
“Todo lo relacionado al maíz encaja a la perfección con los engranajes de esta gigantesca maquinaria; ello no ocurre con las pasturas. El grano es lo más parecido a un insumo industrial que produce la naturaleza: almacenable, transportable, fungible, idéntico a cómo era ayer, cómo será mañana. Como puede ser acumulado y trocado, el grano es una forma de riqueza. También es un arma… […] los verdaderos beneficiarios de ese cultivo no son los consumidores de alimento en EE.UU. sino el complejo mílito-industrial de ese país.”
Y comenta nuestra precitada Keith:
“Una vez que puso en marcha esa orgía de carbohidratos baratos, el gobierno se abocó a ayudar a los cárteles cerealistas concediendo exenciones impositivas […], eximiéndolas de leyes de protecciòn ambiental y desarrolló un sistema de categorización de la carne que privilegió el ‘veteado’ graso de la carne de los animales alimentados a grano.
[…] La pastura no es un bien transable. No es fácil de almacenar […] Es como la lluvia y el sol, un recurso absolutamente local y descentralizado. […] Los granjeros que basan su actividad en pasturas no necesitan fertilizantes, pesticidas […] no son una industria; son verdaderos granjeros que se dedican a un trabajo que requiere un acervo de conocimientos, no un manual de instrucciones. [… los] excedentes […] siguen aumentando merced al monopolio constituido por entre tres y seis corporaciones; [7] fijan los precios por debajo de los costos de producción, forzando a los agricultores a producir cada vez más excedentes para conservar sus tierras y su sustento. El paso siguiente es venderles, mediante […] ‘dumping’ esos excedentes a los países más pobres arruinando sus economías de subsistencia locales, expulsando de sus tierras a granjeros/campesinos que terminan hacinados en la miseria urbana. […] el peor lugar para enviar comida barata es aquel donde hay poblaciones crónicamente hambrientas.” [8]
Quien crea que las citas precedentes tienen vigencia apenas dentro de EE.UU. o sólo para el maíz está muy equivocado: desde el USDA se construyó “El País de la soja” en América del Sur, en el cual Argentina cumple un papel protagónico (como lo cumpliera inicialmente, y aunque hoy sea Brasil el principal productor colonializado).
Y todas las descripciones que acabamos de leer sobre maíz, se pueden aplicar, como el guante a la mano, a la soja. Por otra parte, en Argentina, son la soja y el maíz, ambas, estrellas biotech. Incluso, cuando se empezó a percibir el riesgo de cultivar exclusivamente soja, empobreciendo los campos, tras el abandono de la fertilización “natural” mediante rotación y pastoreo, algunos agroindustriales trataron de inventar otra “rotación” entre soja, leguminosa y maíz, cereal, cuyos rastrojos difieren, para frenar el agotamiento de los campos. Pero como le falta estiércol a los campos de la agroindustria, “la solución” es química; fertilizantes y con ellos pesticidas para combatir todas las plagas que son atraídas por los azúcares de los fertilizantes.
La máquina se alimenta a sí misma. La máquina montada desde el centro imperial seduce mediante lluvia de dólares (en brutal proceso de depreciación). La máquina agroindustrial que contamina, envenena, arrasa poblados, gente, campos, arroyos, comadrejas, lagartijas, abejas. Que fabrica villas miserias. El USDA planteó el negocio fáustico: les vendemos el alma (en un país, eso es su tierra y su gente) y “ellos” te otorgan una catarata de dólares. Pero esos dólares, que se embolsan los capitalistas agroindustriales y que administran los reguladores dizque públicos, ¿pagan la enorme e irreversible destrucción ambiental, solventan nuestro futuro?
- Luis E. Sabini Fernández es docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros.
Notas
[1] En noviembre de 2012, en un lugar muy significativo, políticamente hablando, el Hotel Conrad, de la ciudad igualmente significativa de Punta del Este, el presidente del Uruguay José Mujica, elogia, una vez más, al mundo empresario: “nos enseñaron a trabajar la tierra, y ahora somos un país agrícola [sic], cosa que no éramos, porque la siembra directa no se conocía.” (cit. p. Carlos Santos, La Diaria, Montevideo, 14/3/2013). Agrega, ahondando todavía más el simplismo y la ignorancia, que la soja “merece un monumento porque es una planta sagrada que nos trajo rentabilidad.” (íbíd.) Confunde agricultura y siembra directa ignorando los miles de años de labranza de todo el planeta y nos quedamos sin saber si la soja será sagrada por los dólares que le deja... a los sojeros y residualmente al país.
[2] Lierre Keith, El mito vegetariano, Utopía realizable ediciones, Buenos Aires, 2012.
[3] International Service for the Acquisition of Agrobiotech Applications (Servicio internacional para la adquisición de aplicaciones agrobiotecnológicas). Su propia denominación revela su carácter dependiente. De Monsanto, aunque su nombre se refiera a que es un ente internacional. Trabaja mediante el establecimiento de oficinas de difusión en la mayor parte de los países del Tercer Mundo o empobrecidos, como los africanos.
[4] Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes, Argentina (verdadero oxímoron en su nombre; ¿de qué sanidad pueden hablar fomentando fertilizantes?).
[5] Christison señala como otras razones que auguran una mal final al dominio yanqui, su identificación con Israel (tema peliagudo si los hay porque aquí también juega el poder israelí que se ha adueñado de buena parte de los resortes de poder imperante en EE.UU.), el abuso de poder en toda la región árabe, en particular el destrozo de Irak y el uso de drones [Y Christison hacía referencia a los drones de comienzos del s. XXI con semejante técnica en pañales, incomparable con el flujo presente de miles de acciones terroristas mediante tales armas sin presencia corporal].
[6] Omnivore’s dilema. A Natural History of four meals, Pengun Books, N. Y., 2006
[7] No las menciona pero están seguramente entre: ADM, Cargill, Monsanto, Dow, todas de EE.UU. y Syngenta (Suiza); Bunge (originalmente holandesa, pero mediante paso por Argentina es hoy un emporio asentado en EE.UU) y algo por el estilo, Dreyfus.
[8] Hay análisis sobre esa política de postración, como el realizado por el técnico agrónomo Hernán Pérez Zapata, desnudando la postración progresiva a que ha sido sometida Colombia mediante esa política, quebrando la autonomía alimentaria que caracterizara al país hasta fines de la década de los ’80. Pérez Zapata remataba su nota al diario El Mundo, Medellín [c:a 2002] con esta frase: “El imperio pretende arruinar lo que queda de nuestros campos […] abolir nuestra seguridad alimentaria autoabastecida […] Con amigos así, para qué enemigos […].” (futuros,no 4, Río de la Plata, 2003).
Fuente: ALAI