Glifosato, petróleo y metales pesados: receta para la obesidad
El debate sobre la importación, uso y eventual prohibición del herbicida glifosato fue escalando entre la Semarnat y la Sader hasta que el presidente Andrés Manuel López Obrador dio un manotazo en la mesa y dijo que la utilización del agroquímico se limitará a la producción particular y no lo usará ninguna dependencia federal. Sin embargo, el Estado mexicano no produce alimentos, quienes lo hacen son empresas privadas agroindustriales, productores pequeños y campesinos.
Hace por lo menos 30 años, las empresas productoras de agroquímicos presentaron estudios para lograr la aprobación comercial, para uso en la agricultura industrial, de herbicidas basados en glifosato. En ellos se concluía que éstos eran inocuos o ligeramente tóxicos. Las agencias regulatorias y sanitarias de prácticamente todo el mundo descartaron la toxicidad y aprobaron el uso del glifosato como herbicida para la producción de diversos alimentos. Sin embargo, hoy se sabe que muchas de esas investigaciones fueron dirigidas o manipuladas por las empresas (por ejemplo, por Monsanto, antes de ser comprada por Bayer).
En la agricultura, este químico no se emplea en estado puro. Los herbicidas comerciales son fabricados con entre 36 y 48 por ciento de glifosato, agua, y destilados de petróleo conocidos como Polioxietil amina (POEA), entre otros agentes calificados como inertes o no activos. Para fines de aprobación comercial sólo se evalúa el ingrediente activo, el glifosato en este caso. Además, la composición comercial de los herbicidas y otros compuestos químicos está envuelta en secretos industriales, por lo que no está permitido que laboratorios independientes investiguen con demasiada profundidad sobre esas sustancias.
Recientemente, un estudio realizado a 14 marcas comerciales de herbicidas fabricados con glifosato encontró que contienen metales pesados altamente tóxicos, como arsénico, cobalto, cromo, níquel y plomo. Estos metales pesados se utilizan en niveles muy por encima de las normativas internacionales (por ejemplo, niveles de cromo 40 veces por encima de lo permitido en Europa). La investigación, documentó también que las fórmulas comerciales de los herbicidas (con destilados de petróleo, metales pesados y glifosato) son entre tres y 358 veces más tóxicas que el glifosato puro. La sustancia POEA es 3 mil 450 veces más tóxica que el glifosato solo. ¿Sabía la Comisión Federal para la Protección Contra Riesgos Sanitarios de este estudio internacional de 2018?
Los metales pesados encontrados en los herbicidas y el mismo glifosato han sido clasificados como disruptores hormonales. Estos son compuestos no naturales que interfieren con cualquier actividad hormonal y pueden tener efectos en el organismo, en su descendencia o en las poblaciones. La investigación documentó que las mezclas comerciales de herbicidas con glifosato provocan actividad perturbadora de las hormonas, aún en concentraciones por debajo de la toxicidad para las células.
México padece ahora la concurrencia de diversas epidemias: la de Covid-19, que se agrava por la de obesidad (75 por ciento de la población padece algún grado de ésta), y la de diabetes (hasta 2017, más de 106 mil personas han fallecido por esa enfermedad en México). Aunque la obesidad es un transtorno multifactorial (dieta hipercalórica, susceptibilidad genética, cambio en los patrones alimentarios y sedentarismo, entre otros), existe suficiente evidencia epidemiológica y de toxicología básica para relacionar la exposición a los plaguicidas (el glifosato entre éstos) con las altas tasas de sobrepeso en México, desde el aspecto de alteración endocrinológica.
Por lo menos 51 estudios internacionales publicados entre 2007 y 2019 relacionan a diversos agroquímicos con la aparición de la obesidad durante el desarrollo y en la edad adulta. Muchas de estas investigaciones se concentraron en estudiar el efecto de los herbicidas en la salud. Una de ellas, publicada el año pasado, demostró que las afectaciones por el herbicida glifosato se manifies-tan de manera drástica en la descendencia de la población expuesta al herbicida. Los daños se observan en la segunda y tercera generaciones: enfermedad de la próstata, del hígado, aparición de tumores y obesidad.
La propuesta desde la agroindustria de sustituir el glifosato con algún otro compuesto no es viable ni sostenible. La producción de alimentos emplea cócteles de químicos. Por ejemplo, en la producción agroindustrial de frambuesa se emplean, entre otros, diurón, paraquat, glifosato (herbicidas); carbamilo, imidacloprid, malatión (insecticidas); captan (fungicida). No hay información científica sobre las interacciones (sinérgicas o aditivas) de la mezcla de químicos en los organismos. Tampoco, hay información, desde una perspectiva epidemiológica, sobre la posible sumatoria de afectaciones a la salud de los ecosistemas y de las personas por la mezcla de químicos que comen y beben.
El modelo de producción de alimentos debe cuestionarse a fondo. Se necesita proponer uno nuevo desde la base comunitaria: la salud y buen vivir de las personas, la preservación del ambiente y la diversidad biológica. ¡Debe hacerse ahora!
Emmanuel González Ortega y Mariela Fuentes Ponce son investigadores del Departamento de Producción Agrícola y Animal. Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
Fuente: La Jornada