Feminismo comunitario: una respuesta al individualismo
Las mujeres son la mitad de cada pueblo. Pareciera una obviedad demográfica, pero la sentencia de la que parte Julieta Pareces, boliviana aymara precursora del feminismo comunitario, no es gratuita. Una premisa de esta corriente es que ambos elementos, tanto las mujeres como la comunidad, pueden estar –y lo están– en todas partes, desde espacios rurales hasta ciudades, escuelas, grupos ideológicos y de amistad, y que en todos estos espacios se puede luchar por los derechos de las mujeres.
Por Rocío Sánchez
El 8 de marzo se ha ido llenando de felicitaciones y flores. El Día Internacional de la Mujer, que en su origen fue una fecha de protesta política por la opresión de las mujeres, hoy corre el riesgo de ser “suavizado” por grandes marcas comerciales y algunos medios de comunicación que buscan convertirlo en una celebración.
Hay mujeres, incluso, que cuestionan la necesidad de la existencia del feminismo en la actualidad, pues consideran que la igualdad de derechos y oportunidades ya está conseguida, que todo lo demás es una exageración.
“Para empezar, eso se dice desde un lugar de privilegio”, reflexiona Fabiola Domenique, integrante de la Colectiva de Gafas Violetas, grupo feminista de la ciudad de México. “Si tú no percibes la desigualdad que todavía existe es porque tal vez eres una persona de clase media, que pudo ir a la escuela, pero no te estás dando cuenta de que no todas las personas viven así”.
En charla con Letra S, Fabiola menciona que existe un “velo de igualdad”, es decir, la ilusión de que “porque ya estamos en los mismos espacios, porque nos dejan votar (como si eso realmente tuviera un impacto político), ya somos iguales”. Subraya que “no vemos que hay un techo de cristal; es cierto que somos muchas en las escuelas, pero cuanto más alto te vayas en escalas de poder, cuanto más alto sea el puesto para tomar decisiones, va habiendo más y más hombres”.
Si el patriarcado se reinventa, el feminismo también
El feminismo en general se ha caracterizado por buscar deconstruir el sistema social, pues considera que está basado en una desigualdad entre hombres y mujeres y que coloca a éstas en una situación de inferioridad frente a ellos. Sin embargo, entre los prejuicios más comunes acerca de esta corriente de pensamiento están que lucha “contra los hombres”, que los considera la fuente de todos los problemas de las mujeres y que –también se ha dicho– persigue su eliminación.
Las feministas aclaran que no buscan deshacerse de los hombres, sino del sistema patriarcal o patriarcado. Alda Facio, jurista feminista, en su artículo “Feminismo, género y patriarcado”, define a éste último como: “Un sistema que justifica la dominación sobre la base de una supuesta inferioridad biológica de las mujeres. Tiene su origen histórico en la familia, cuya jefatura ejerce el padre y se proyecta a todo el orden social”.
La activista costarricense agrega que “existen también un conjunto de instituciones de la sociedad política y civil que se articulan para mantener y reforzar el consenso expresado en un orden social, económico, cultural, religioso y político, que determina que las mujeres como categoría social siempre estarán subordinadas a los hombres, aunque pueda ser que una o varias mujeres tengan poder, hasta mucho poder, o que todas las mujeres ejerzan cierto tipo de poder como lo es el poder que ejercen las madres sobre los y las hijas”.
En el caso del feminismo comunitario, esa definición de sistema opresor se lleva también al plano del sistema económico imperante, como en el caso del neoliberalismo y del capitalismo. Es decir, el capitalismo también representa al patriarcado, así como lo encarnó la conquista de los pueblos indígenas originarios del continente americano.
Pero ¿qué es el feminismo comunitario?
Esta corriente del feminismo se autodefine como un movimiento sociopolítico y se centra en la necesidad de construir comunidad. Al haberse originado en Bolivia y contar con un fuerte componente indígena, podría pensarse que al hablar de comunidad se refiere al ámbito rural, pero no es así. Julieta Paredes, a quien se atribuye su creación, en su libro Hilando fino desde el feminismo comunitario, comenta que comunidad es un “principio incluyente que cuida la vida”, y es el espacio donde conviven las personas.
“La comunidad se puede realizar desde cualquier lugar del mundo, porque las mujeres somos la mitad de cada pueblo y porque cada feminismo comunitario que se está creando en cada lugar tiene su historia”, explica Evelyn Rodríguez, otra de las integrantes de la Colectiva de Gafas Violetas.
Su compañera de grupo, Fabiola, recuerda que el feminismo no es uno solo, que hay diversas expresiones de él y que éstas surgen porque a pesar de que el objetivo que se busca es similar, “no se está de acuerdo en cómo llegar ahí”. Además, esas expresiones difieren en la expresión del patriarcado que oprime a las mujeres en distintos lugares y contextos. “Y porque las luchas son distintas, no pueden aplicar los mismos métodos y formas en el norte político, en Europa, que aquí en el sur político, en América Latina”.
Al hablar de comunidad, entonces, según Julieta Paredes, se habla de las comunidades urbanas, rurales, religiosas, deportivas, culturales, políticas, de lucha, territoriales, educativas, de tiempo libre, de amistad, de barrio, generacionales, sexuales, agrícolas, escolares, etcétera. “Es comprender que de todo grupo humano podemos hacer y construir comunidades; es una propuesta alternativa a la sociedad individualista”.
Sobre esto último Fabiola y Evelyn precisan en entrevista que, aunque el feminismo comunitario sí es un proceso individual (es indispensable que la mujer se asuma feminista para involucrarse en la lucha), la suma de estos procesos es lo que permitirá crear comunidad y de esa forma combatir el individualismo.
Pensar desde el propio lugar
Para Evelyn Rodríguez, la existencia del feminismo comunitario es importante porque las mujeres de Latinoamérica deben crear su propia lucha. A este territorio prefieren llamarlo Abya Yala, que es el nombre que el pueblo kuna, de Panamá y Colombia, le dio al continente americano antes de la conquista de los europeos.
“Nosotras no somos hijas de la Ilustración”, señala. “Existe un feminismo creado en Europa desde la Revolución francesa, pero el feminismo de Occidente no vino a darnos ese don de ser capaces de analizarnos, de confrontar nuestra realidad como mujeres”. De hecho, ya en 1781, en La Paz, Bolivia, Gregoria Apaza y Bartolina Sisa peleaban junto a los reconocidos líderes incas Túpac Katari y Túpac Amaru, tomando decisiones políticas y militares; esto fue antes de que la francesa Olympe de Gouges escribiera la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana (1791).
De esta manera, desde el territorio mesoamericano, el pensamiento feminista comunitario contempla cinco ejes de acción.
El primero es el cuerpo, al cual debe verse como una unidad (energética, sensible, espiritual, sensorial) y no separar el alma del cuerpo, como propuso la cultura europea colonizadora. En Hilando fino…, Julieta Paredes sostiene que las mujeres “queremos mirarnos al espejo y amar nuestras formas corporales, nuestros colores de piel y los colores de nuestros cabellos, porque estamos hartas de una estética colonial de lo blanco como bello, (que es) parte del culto a la apariencia que el neoliberalismo implantó”.
El segundo eje es el espacio, entendido como “un campo vital para que el cuerpo se desarrolle”. Puede tratarse de la calle, la tierra, la casa, la escuela, el barrio; es donde se hace la vida comunitaria. Puede ser tangible, como los ya mencionados, o intangible, como el espacio político o cultural.
El tercero es el tiempo. Se concibe que la vida “corre gracias al movimiento de la naturaleza y los actos conscientes”, y que es percibida como tiempo. En este concepto, Paredes distingue entre lo que el patriarcado considera el “tiempo importante”, que es donde se ubican los hombres, y el “tiempo no importante”, donde las mujeres desarrollan sus actividades, principalmente las más tediosas y repetitivas como las tareas del hogar, y también otras fundamentales como el cuidado de otros hombres y mujeres de la comunidad.
El cuarto eje de acción es, precisamente, el movimiento, donde se clasifican la organización y las propuestas políticas. “El movimiento nos permite construir un cuerpo social, un cuerpo común que lucha por vivir y vivir bien”, dice la feminista boliviana. También considera importante hablar del movimiento en cuanto a que permite la relación entre mujeres de unas comunidades y otras, así como las mujeres de comunidades y las instituciones.
El quinto eje es la memoria, que es vista como el camino ya recorrido por las antecesoras, las abuelas, “savia de raíces de las cuales procedemos”. Sin embargo, las feministas comunitarias tienen muy claro que el precolombino no era un mundo idílico para las mujeres, ya que el patriarcado también existía entonces. Al encuentro y la suma de la opresión precolombina y la opresión europea contra las mujeres, Paredes la denomina “entronque patriarcal”.
Seguir construyendo
Esta corriente del feminismo apuesta por la memoria, la identidad y la comunidad. Actualmente, dice Evelyn, hay feministas comunitarias en Oaxaca y Chiapas, creando comunidad desde sus campos de acción: unas son maestras, otras son mujeres indígenas. También en el Distrito Federal se forman grupos, como el convocado por Yan María Yaoyólotl Castro, lesbiana feminista de larga trayectoria en diversas luchas sociales del país.
Para las jóvenes citadinas universitarias como Evelyn, Fabiola y muchas de sus compañeras en la Colectiva de Gafas Violetas, la apuesta es la misma: los feminismos (el comunitario, el lesbofeminismo, el anarcofeminismo y otros) como postura política. Apenas están por cumplir un año de su conformación, pero tienen claro que están dispuestas a trabajar para terminar con la sociedad patriarcal y vivir desde la congruencia. “No quiere decir que nosotras seamos perfectas”, explica Domenique, “todas las personas hemos sido criadas en una sociedad patriarcal, pero lo importante es avanzar y deconstruirnos”.
Está consciente de que es un proceso que tomará tiempo: “yo me voy a morir y el mundo va a seguir patriarcal; sabemos que es un cambio que no vamos a ver en diez años, pero eso no quiere decir que no valga la pena”.
Fuente: La Jornada