El despojo de la riqueza biológica
En este libro se esbozan los antecedentes históricos de la erosión genética por los monocultivos y otras actividades depredadoras promovidas por las empresas transnacionales; las respuestas ante este problema y el análisis de diversos tratados internacionales, que fomenten la expansión agresiva de tales corporaciones.
Por Silvia Rodríguez Cervantes
Dentro de sus límites territoriales, los países poseen una muy diferente dotación de recursos, según sea su ubicación en el planeta tierra. Hemos venido conociendo que la diversidad biológica de los países tropicales es incomparablemente mayor que la de los países templados. Sabemos también que, por el contrario, estos países son los que cuentan con una gran cantidad de industrias algunas de las cuales demandan un constante abastecimiento de materia prima no generada en su territorio. Ante esa necesidad, desde hace varios siglos han organizado expediciones con destino a los países tropicales en la búsqueda de nuevas especias primero y luego de otro tipo de plantas y animales. Empezando con los viajes de Marco Polo, seguidos por las expediciones de los conquistadores europeos y concluyendo con investigadores, el trasiego se dio sin la necesidad de observar ninguna reglamentación ni condición impuesta por los países de origen. La costumbre fue así cimentando la idea de que los recursos biológicos eran regalos de la naturaleza para toda la humanidad, de manera que cualquier persona podía seguir llegando a nuestros lares, incursionar en bosques, praderas y mares, utilizar incluso el conocimiento tradicional local desarrollado de generación en generación sobre las propiedades de los recursos de los complejos ecosistemas tropicales y, por último, extraer el material deseado.
Una vez identificadas las cualidades de las plantas y Silvia Rodríguez Cervantes 44 los animales, los siguientes pasos de los exploradores/investigadores consistían en trasladar algunas muestras a sus países o aclimatarlas en tierras bajo sus dominios con ecosistemas similares al del lugar de origen, producir nuevas variedades, hacer extractos químicos, fabricar medicamentos y devolver con precios muy altos esos y otros productos industrializados a los países tropicales cuna de la mayor parte de la materia prima obtenida de manera gratuita. El tiempo no pasó sin que eso empezara a generar un estado de incomodidad, sobre todo en los países de origen de los recursos. Poco a poco, en foros e instituciones internacionales se fue difundiendo la idea de que esa situación era totalmente injusta y que deberían darse los pasos necesarios para transitar de la consideración de la riqueza biológica como “patrimonio de la humanidad” a ser decretada como recursos bajo la égida y control de cada Estado-nación en el que tuviera su asentamiento. En los años ochenta, a este clamor de justicia social se le agregó un nuevo ingrediente —producto del debate de algunos ecologistas. Era la época en que iniciaba el discurso del desarrollo sustentable con una propuesta de búsqueda de justicia no sólo para los pueblos de los países biodiversos sino también para la naturaleza. Se suponía que cada Estadonación debería ser responsable de cuidar sus propios recursos, administrarlos y poner las reglas para el ingreso de los exploradores que alrededor de 1993 empezaron a llamarse bioprospectores. (Extracto de la Introducción)
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