El tema (¿mito?) de los transgénicos, por Dr. Darío Gianfelici
"El concepto de igualdad sustancial entre un producto natural y uno transgénico es sólo una costosa defensa de un interés económico en la producción y venta de venenos agroquímicos. El hecho que la cantidad por unidad de superficie a utilizar de estos venenos aumente campaña tras campaña lo pone en evidencia, además de destruir otro de los postulados de la Biblia transgénica que decía que, con estos productos, iba a disminuir la necesidad del uso de agrotóxicos"
Los seres que habitan este planeta han alcanzado, después de años de evolución, un equilibrio que admite la supervivencia de un sinnúmero de especies. Es lo que se denomina biodiversidad, un fenómeno producto de la paciencia inmensurable de la obra de Dios, el Ser Supremo, el Inmortal Arquitecto, o cualquiera de las denominaciones con que el pensamiento humano se protege de su ignorancia ante tamaño milagro evolutivo.
Pero desde hace una o dos décadas ha aparecido un peligro inminente a la salud de esa evolución: “La revolución genética”, cuya expresión más evidente son los cultivos transgénicos pero que, casi subrepticiamente, afecta también a la crianza de animales y la producción de medicamentos. Y, por lo tanto, al hombre que es el último consumidor de todos los productos que se originan en estas técnicas.
Entre 1950 y 1960, diversos motivos como el descubrimiento de los antibióticos y el gran avance en las técnicas médicas para la prevención de enfermedades epidémicas, disparan un inusitado crecimiento de la población mundial que se hizo mucho más notable en los países pobres.
La humanitaria necesidad de alimentar a una población famélica alumbró la “Revolución verde”, que estaba basada en el uso de plaguicidas para lograr mejores cosechas.
Está fuera de discusión que el objetivo final del proyecto se cumplió, la producción pecuaria se multiplicó por miles. Sin embargo, las hambrunas no terminaron, las poblaciones indigentes siguen siéndolo aún y tal vez ha aumentado su número y la profundidad de su pobreza.
Pero, a todo esto, los efectos colaterales de la contaminación producida por los venenos agroquímicos aún persisten. Los países tecnológicamente desarrollados no han podido limpiar sus tierras y cursos de agua de elementos como el DDT, al margen de que permanecen ocultas las enfermedades y muertes que estos venenos provocaron. Estos países suponen, en un exceso de optimismo, que algunas décadas bastaran para recuperar la salud de su medio ambiente y, con total falta de solidaridad intentan “exportar” las actividades “sucias” hacia los países emergentes.
Entonces, como ahora todavía, uno de los mecanismos de garantía de la inocuidad de los venenos agroquímicos es la Dosis Letal 50 (DL50).
Tratemos de profundizar las características de esta prueba.
Se toman distintas poblaciones de ratas a las que se administran dosis progresivamente altas del veneno en cuestión. La DL 50 será aquella que mate al 50% de la colonia que estuvo expuesta. Si la dosis del tóxico a usar en el sembrado no supera la DL50 será aprobada.
Primera objeción: el estudio se hace en ratas, lo que no garantiza la misma reacción en el resto de los animales.
Segunda objeción la DL50 es la dosis que mata la mitad de las ratas expuestas, cual es la dosis que mata el 25%? cual el 10%?, cual el 5%? Cualquiera de estas concentraciones pueden ser aprobadas. Quienes defienden la DL50 como garantía, admitirían una dosis que SOLO MATE 2 ó 3 seres humanos de cada cien?
Por otra parte las DL 50 se extrapolan para su efecto en seres humanos adultos sanos 70 kg. de peso. Que sucede con los niños? Y con los ancianos? Y, muy especialmente, cual es la dosis a aplicar para no afectar la población no nacida?
Las dos revoluciones, la “verde” y la “genética”, son, en realidad, complementarias.
La esencia de las modificaciones genéticas es producir cultivos resistentes a los venenos agroquímicos o a determinados insectos. No es el caso de la selección de mejores cepas que naturalmente producen mejores rendimientos.
De allí la incorporación a distintas semillas como soja o maíz, entre otros, de genes que los hacen resistentes a herbicidas como el glifosato o insectos que, a veces, ni siquiera existen en el lugar donde son implantados como el caso del maíz Bt en la República Oriental del Uruguay.
El ingeniero Adolfo Boy describe el proceso de incorporación de ADN heterólogo como la realización de una fotocopia en la que a un texto se incorpora otro para dar origen a una nueva composición literaria. El ejemplo es bastante simple y se aproxima bastante a la realidad, pero la genética es, por desgracia mucho mas compleja.
Desde Mendel hasta acá conocemos lo primordial de la recombinaciones genéticas y su efecto sobre el fenotipo, es decir, las características visibles del individuo.
También es conocido que el sexo se determina por un par de cromosomas, que tendrán una forma similar a letras XX en el individuo femenino y XY en el masculino.
Algunas características genotípicas no se hacen evidentes por ser recesivas, quiere decir, están reprimidas por otro gen que se llama dominante que impide su expresión en el fenotipo, lo visible.
Por ejemplo, la hemofilia, una enfermedad en que el individuo afectado nace con una incapacidad para de coagular la sangre que lo expone a morir desangrado ante heridas o traumatismos mínimos, es, típicamente, una enfermedad de transmisión recesiva ligada al sexo.
Esta patología, es transmitida por los individuos femeninos pero sufrida por los masculinos.
Cuando el gen recesivo aparece en una parte de esa “X” en la mujer, siempre encuentra un dominante en la otra “X”. Pero si aparece en la “X” del hombre puede estar en el sector no cubierto por la “Y” que lo acompaña y se manifiesta la
enfermedad.
Según las leyes de Mendel, uno de cada cuatro hijos de una mujer portadora de este gen recesivo puede sufrir de hemofilia. Es bueno agregar, a fin de ser estrictamente didácticos, que en cada embarazo se juega esta funesta lotería genética. Por lo cual si una pareja ha tenido un hijo hemofílico no tiene garantizados tres hijos sanos a continuación sino, por el contrario, todos pueden sufrir la enfermedad.
Cuando se juega con los genomas como si fueran esos equipos de piezas para armar, que en mi infancia se llamaban “Mis Ladrillos”, no es tan fácil como sacar una pieza roja y poner una amarilla. Hay una ilimitada posibilidad de recombinaciones muy difíciles de detectar que se producen en el laboratorio y, lo que es mucho peor, se van a seguir produciendo en la naturaleza fuera del control de los científicos.
Ya han sucedido “accidentes” en los que por manipulación de una virus inocuo se produjo uno fatal que obligó a destruir la cepa antes que se disemine o, por lo menos, eso queremos pensar.
El justificado temor de quienes no vemos con agrado este juego parecido al del aprendiz de brujo es ¿cuántos genes recesivos se han producido ya en los cultivos transgénicos y están esperando la oportunidad de producir sobre los animales y el medio ambiente efectos catastróficos?
No hay, a pesar de las declaraciones de quienes solo buscan proteger sus intereses, ninguna seguridad de que esto no esté sucediendo ya.
El concepto de igualdad sustancial entre un producto natural y uno transgénico es sólo una costosa defensa de un interés económico en la producción y venta de venenos agroquímicos.
El hecho que la cantidad por unidad de superficie a utilizar de estos venenos aumente campaña tras campaña lo pone en evidencia, además de destruir otro de los postulados de la Biblia transgénica que decía que, con estos productos, iba a disminuir la necesidad del uso de agrotóxicos.
El otro gran argumento que cautiva especialmente la imaginación de los ingenieros agrónomos, es la necesidad de alimentar al mundo.
Innumerables autores han dicho, con acierto, que el problema del hambre no es producción sino de distribución. La pobreza, la marginalidad y la desnutrición de la población carenciada, especialmente la infantil, no sufrieron desde la aparición de los productos transgénicos sino un aumento constante.
La soja, en todo caso, contribuyó a este panorama desolador destruyendo fuentes de trabajo, eliminando tambos y fabricando una agricultura sin agricultores, al decir de Jorge Rulli, cuyos excluidos van a engrosar los cinturones de pobreza de las grandes ciudades donde son víctimas de la violencia marginal o pasan a formar parte de ella.
Sólo si los encargados de conducir los destinos de los pueblos advierten que lo urgente no debe impedir lo necesario e implementan políticas sustentables de economía y producción pero ademas en lo social, relacionado a la salud y al medio ambiente se podrá invertir este proceso de deterioro mundial del cual fenómenos como el agujero de ozono y el cambio climático son alertas que se pueden ignorar. (Cerrito (ER), 13 de mayo de 2004).
Dr. Darío Gianfelici
E-mail: gianfelici@uolsinectis.com.ar