El extractivismo ambiental y social no se detiene en tiempos de pandemia
Desde el ecofeminismo se sostiene que la violencia hacia las mujeres se relaciona linealmente con la destrucción de la naturaleza. Esto es así, porque mujeres y naturaleza comparten la misma raíz de subordinación: el androcentrismo. Esta ideología, táctica y estrategia que reproduce jerarquías y dominación, vertebra y guía nuestros modos de pensar, relacionarnos y producir en casi todos los rincones del Planeta con el mandato de la supremacía de los varones sobre las mujeres y sobre el resto del mundo vivo. Bajo esa lógica, tanto las mujeres como la naturaleza pueden y son explotadas, violadas y destruidas.
La nueva acumulación del capital según Silvia Federici, se sostiene gracias al trabajo doméstico y reproductivo que realizan gratuitamente las mujeres y por los bienes y servicios que provee la naturaleza. Es de esta forma que la economía convencional extrae trabajo y materiales fundamentales para su soporte, a los cuales invisibiliza y considera externalidades.
Hablamos de la economía de mercado, la que da más valor a las finanzas que al trabajo y la misma que nos quieren hace creer que en la pandemia del COVID-19, se detiene. Muy lejos de esa presunción, el mundo de las finanzas sigue funcionando al igual que la exportación de commodites, la extracción de minerales y el avance de las topadoras sobre el monte nativo. Se siguen fumigando con venenos los campos y desmontando bosques para la expansión del agronegocio. A la vez que se intensifican al interior de los hogares los trabajos que, asignados por la división patriarcal del trabajo, realizan casi en exclusividad las mujeres para la reproducción cotidiana de la vida y de la fuerza de trabajo.
En Argentina durante esta cuarentena extendida que estamos transitando, se han habilitado las actividades extractivas a partir de la decisión del gobierno de considerarlas actividades esenciales a partir de 3 de abril. De este modo, no ha cesado la actividad minera a lo largo de toda la Cordillera de los Andes ni las negociaciones entre empresas para la explotación minera en Esquel, lugar emblemático de resistencia social a esa actividad que en el año 2003 logró su prohibición en la provincia de Chubut mediante la Ley XVII-No 68 (Antes Ley 5.001). Se ha contabilizado además, el desmonte de 9.000 ha de bosque en el norte del país a una taza de extracción de 200 hs por día, principalmente en Salta, provincia que detenta los peores antecedentes por no acatar el cumplimiento de la Ley 26.331 de Bosques Nativos promulgada en el año 2009. Así como registrado, tanto la intensificación de la pesca ilegal en el Mar Argentino como las fumigaciones con agrotóxicos en el centro y noreste del país, las mismas que se han visto beneficiadas a partir del Acuerdo de Complementación Económica del Mercosur para la reducción de aranceles para la importación de insumos orientados a la fabricación de los herbicidas glifosato y 24D.
En simultáneo el otro extractivismo, el social, el que no sale en las noticias y es más difícil de cuantificar, está haciendo del cautiverio forzado un martirio para las mujeres que en los hogares deben conciliar el trabajo productivo de modo virtual con la agudización de los trabajos de cuidados: cocinar para más personas, limpiar más para adecuarse a los requisitos de mantener espacios libres de contaminación, ocuparse de acompañar más que habitualmente las tareas de los hijas e hijos escolarizados, estar más atenta al control de la salud de la familia, autocontenerse y contener al resto de sus integrantes de los miedos, los vaivenes anímicos del aislamiento y la incertidumbre ante el porvenir. Y todo eso, no en pocos casos, en contextos donde algunos miembros del hogar han perdido sus fuentes de trabajo remunerado o visto recortado sus ingresos ante el parate forzoso.
La carga de trabajo y el tiempo de las mujeres se magnifica aún más, en los hogares que detentan vulnerabilidad económica estructural, donde no se cuenta con servicios básicos esenciales, el hacinamiento complica el distanciamiento y donde el elemental y cotidiano acto de alimentarse depende de ir a un comedor comunitario, tanto a buscar alimentos como de organizarse para cocinar para el barrio. Esa explotación de la fuerza de trabajo femenina al interior de las familias, nos muestra que son las mujeres la principal variable de ajuste ante cada nueva y recurrente crisis.
El aumento de esa violencia tan solapada, justificada y disculpada que es la división sexual del trabajo, se corresponde con la forma más letal de las violencias de género, los femicidios, que como categoría de delito es el único que no han descendido en el contexto de encierro obligatorio en Argentina con el triste promedio de un caso cada 23 horas. Tampoco han cesado los asesinatos a defensores y defensoras de los bienes naturales en Latinoamérica.
Asistimos así al poder destructivo del extractivismo: el modo de producción hegemónico de capitalismo patriarcal que enferma y mata las mentes y los cuerpos de las personas, los territorios y la naturaleza.
Se sostiene que el origen del COVlD-19 puede encontrarse en un laboratorio o en la destrucción de la biodiversidad, teorías éstas dos, que se vinculan a la manipulación de la vida para fines que se oponen diametralmente a sus cuidados. También que para acabar con ése flagelo basta con recurrir al control biopolítico y la creación de una vacuna. Se trata de soluciones que aunque pertinentes, como la cuarentena instaurada oportunamente en nuestro país con muy buenos resultados, tienen un efecto limitado, ya sea por las finitas capacidades de control sostenido de los gobiernos y la resistencia social, por las posibles mutaciones del virus o por el dudoso acceso universal a una vacuna producida por los grandes y lucrativos laboratorios farmacéuticos.
Pareciera que desde los centros de poder político nacional y global, nadie está considerando seriamente ir a la raíz del problema y centrarse, como se propone desde la economía ecológica, el ecologismo y el ecofeminismo, en hacer decrecer el metabolismo social a partir de transiciones del modelo productivo actual a otros más equitativos y sustentables Desplazar la centralidad del mercado por el cuidado de la vida y la conservación de los ecosistemas y su diversidad biológica que, como sostiene por estos días en la prensa el biólogo español Fernando Valladares, es la verdadera vacuna que hemos tenido frente a nuestras narices y no hemos sabido reconocer. Vacuna que no sólo sirve para enfrenar al coronavirus, sino también a otras viejas y futuras catástrofes naturales y antropogénicas vinculadas con la aparición de enfermedades o el cambio climático.
El cuidado es la mejor vacuna para acabar con las violencias múltiples que enfrenamos en la actualidad como proyecto de humanidad. Asumir el cuidado -de las personas y en entorno natural- como categoría política a partir del reconocimiento de que como especie somos seres absolutamente ecodependientes e interdependientes, trabajar corresponsablemente entre varones y mujeres e instituciones para sostener las bases materiales que sostienen la vida, producir lo necesario y distribuir equitativamente, se presenta como una ecuación promisoria para salir de esta encrucijada a la que nos ha llevado la dominación masculina y del capital.
Referencias
Federici, Silvia. 2010. Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Tinta Limón Ediciones. Buenos Aires. En: https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Caliban%20y%20la%20bruja-TdS.pdf
Valladares, Fernando. Entrevista. El Confidencial. 28/04/2020 https://www.elconfidencial.com/tecnologia/2020-04-28/entrevista-fernando-valladares-coronavirus-vacuna_2569143/