Córdoba de sur a norte, el avance del modelo sojero sobre los alimentos y el monte nativo
La provincia mediterránea tiene más de ocho millones de hectáreas en producción agropecuaria, es la mayor productora de granos per cápita y líder en producción láctea. Pero el modelo de agronegocio provocó la reducción de hasta un 44% de las tierras de pequeños productores, el acorralamiento del cinturón verde, la pérdida del 95% del bosque nativo y una vida campesina en resistencia.
El sistema productivo de Córdoba es tan complejo como diverso. Con una superficie de 165.321 kilómetros cuadrados —sexta provincia a nivel nacional— tiene más de 8 millones de hectáreas destinadas a la producción agropecuaria. Aunque pueda verse a Córdoba como un modelo exitoso de producción y crecimiento, el escenario y las conclusiones pueden cambiar rotundamente en función de dónde tengamos nuestros pies: sierra, pampa o monte.
A tan solo media hora de la ciudad capital, Colonia Caroya es la localidad que ha pasado a la fama nacional por sus quesos y salames, pero hoy sirve de muestra para ejemplificar la situación productiva y ambiental de la provincia. La colonia se encuentra en un punto clave de la geografía provincial: en el centro norte, allí donde la sierra baja para darle lugar a la llanura y la amplitud térmica favorece la producción. Es un territorio en disputa que, a simple vista, parece tomado por el modelo agroexportador de cereales y oleaginosas. Sin embargo, resisten las producciones frutícolas y vinícolas fundacionales de la mano de productores familiares. También resurge la horticultura con los nuevos caroyenses: productores argentinos y otros llegados de Bolivia que ven en esta tierra un escenario perfecto para producir sus verduras.
Por su cercanía a Córdoba Capital, Colonia Caroya es receptora de los productores de verduras expulsados del cinturón verde capitalino, en retroceso por la presión inmobiliaria y la nula planificación urbana. La tierra caroyense también es codiciada por productores del norte provincial, que acompañan el avance de la frontera agropecuaria, desde la depresión de la Laguna Mar Chiquita, y buscan espacio y revalorizan tierras que cotizan en dólares sin importar si arriba hay vides, duraznos o verduras. La competencia son los granos en esa tierra donde, solo una generación atrás, se veían vides y duraznos.
Luego de los jesuitas fueron los friulanos arribados a fines del siglo XIX de Italia los que continuaron con la tradición vinícola local. Así lo cuenta Don Amadeo Tabbia, productor caroyense vitivinícola. Su abuelo comenzó el cultivo en la zona por encontrar el clima del lugar y su cercanía a las sierras, semejante al de su provincia natal, Friuli, en el Pedemonte italiano. Según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) al 2021, Córdoba registraba 135 viñedos (unidades productivas registradas), en un total de 280 hectáreas de vid en producción. Esto representa el 0,6 por ciento del total de viñedos de Argentina y el 0,1 por ciento de la superficie cultivada nacional. En 2010 había 195 unidades en un poco más de 300 hectáreas. Muchas son las familias que como las de Amadeo, resisten. Pero la retracción no cede.
La producción de alimentos frescos acorralada por el modelo agroexportador
La problemática Caroyense atraviesa toda la geografía provincial, pero la cuestión se complejiza aún más cuándo nos acercamos a lo que el Observatorio de la Agricultura Urbana, Periurbana y de la Agroecología (O-AUPA) de Córdoba estudió en la denominada Región Alimentaria de Córdoba, que incluye las producciones ubicadas en el periurbano de la ciudad Capital como las circundantes de Colonia Caroya, Río Primero, Río Segundo y Pilar. El O-AUPA publicó recientemente un informe con una exhaustiva caracterización y mapeo de la producción frutihortícola la Región Alimentaria de Córdoba 2018-2020, que da cuenta de este fenómeno de retracción y reconversión que viene sufriendo la producción de alimentos frescos.
El estudio confirmó que la superficie hortícola de la provincia de Córdoba se redujo un 33,5 por ciento entre 2002 y 2018, según lo indican los últimos dos Censos Nacionales Agropecuarios (CNA). Pero el panorama es más crítico en un análisis retrospectivo: los últimos trabajos de teledetección del observatorio confirmaron una pérdida del 74 por ciento de la superficie desde 1988, momento en que las mediciones contabilizaban alrededor de 37.222 hectáreas de superficie con regadío.
El proyecto liderado por la arquitecta Beatriz Giobellina (INTA) relevó un total de 354 unidades productivas abarcando casi 10 mil hectáreas en producción, de las cuales 1.600 hectáreas fueron solo hortícolas; 290 hectáreas solo frutícolas y 7.638 hectáreas dedicadas a la producción de papa en la zona sur de la ciudad.
Un dato no menor que corrobora el trabajo tiene que ver con la propiedad de la tierra. En la Región Alimentaria más del 60 por ciento de las familias productoras trabajan en la franja de 1 a 10 hectáreas. Tres de cada cuatro de las unidades productivas son de lote o quinta única y están explotadas bajo la modalidad de arriendo en 44 por ciento de los casos. El 39 por ciento son tierras heredadas o en situación de propiedad familiar indivisa y un 14 por ciento han sido compradas recientemente.
Distinta es la situación si se mira el caso de la producción papera: el 67 por ciento de los lotes son propiedad de las familias productoras y la modalidad más común de acceso a la tierra fue la herencia de la propiedad familiar. “Los paperos somos los grandes de los chicos”, dice un productor de los pocos que quedan al sur de la ciudad capital.
De todas maneras, el 32 por ciento de los lotes paperos están arrendados lo cual no deja de ser preocupante porque las tierras cotizan a un solo valor: el quintal de soja. Es decir, los productores de hojas, hortalizas o frutas que alquilan lo hacen a precios referenciados en la commoditie que cotiza en dólares.
Si se hace foco en las quintas hortícolas diversificadas (alrededor de 2000 hectáreas) podemos ver que las variedades más cultivadas son acelga (87,5 por ciento), lechuga (85,9), zapallito (82,1), espinaca (80,54), remolacha (79,7) y rúcula (78,9). Mientras que entre los productores paperos solo el 12 por ciento de las unidades alternan su producción con zanahoria o batata. El 88 por ciento de los productores paperos hacen rotaciones —según sea papa temprana o tardía— con soja o maíz como cultivos de verano o con trigo como cultivo de invierno. Los alquileres no se pagan solos.
Otra de las certezas que arroja el relevamiento es que las unidades productivas se encuentran administradas mayoritariamente por varones (91 por ciento) de edad adulta —46 años promedio— en su mayoría nacidos en Argentina (69 por ciento). De igual manera, y tal como se observa en todo el país, existe una presencia significativa de productores de origen boliviano, representando el 30 por ciento del total relevado para las quintas hortícolas. Mientras que para las producciones paperas la situación cambia levemente: el promedio de edad baja a 38 años y todos de nacionalidad argentina.
De las unidades productivas relevadas por el O-AUPA, el 13 por ciento fueron producciones paperas, el 11 por ciento se dedicó exclusivamente a la producción de frutícola, mientras que el 70 por ciento de horticultura liviana. En ese sentido, no es menor la confirmación de que la Región Agroalimentaria de Córdoba ha perdido su capacidad de proveer frutas frescas de mesa a escala de la demanda local.
El resultado de esta situación alrededor de la ciudad capital, donde antes existía un amplio cinturón verde de quintas es el éxodo a ciudades cercanas como las colonias al norte o los municipios de Pilar y Río Segundo al sureste. “Aquel cinturón tenía sus sistemas de riego, su paisaje, su distribución de quintas, caminos y equipamientos. Fue evolucionando en un siglo de gestación. Esta zona es nueva para la producción frutihortícola. Los productores están sujetos al mercado de arrendamiento, que no es para nada benévolo con ellos. No tienen infraestructura, no tienen sistemas de riego, tampoco asesoramiento. Los mismos municipios están sorprendidos por esta actividad”, describe el fenómeno la directora de la investigación de la O-AUPA, Beatriz Giobellina.
Parte del trabajo del O-UAPA acaba de ser tomado como fuente para, por primera vez, legislar sobre el asunto. El Concejo Deliberante de la Ciudad de Córdoba aprobó la protección de 144 kilómetros cuadrados del cinturón verde para resguardarlos para la producción de alimentos. A partir de ahora, el fraccionamiento permitido en esos sectores anexos a la ciudad tendrá un mínimo de 50 mil metros cuadrados. Hasta ahora, era de cinco mil metros cuadrados. El proyecto modificó la ordenanza 8060 de ordenamiento del suelo urbano.
Córdoba de sur a norte, desigualdad y frontera agropecuaria
Córdoba es más que sierras y mucho más que la zona centro. En concreto, el sector serrano abarca solo un tercio de la superficie provincial con tres cordones principales de este a oeste: Sierra Chica, Sierra Grande o Sierra de Comechingones y las Sierras de Pocho-Guasapampa. La geografía provincial se completa con dos zonas que resumen la foto clásica del sistema agropecuario argentino y el avance de la frontera agrícola de los últimos 30 años: las depresiones que integran la pampa húmeda nacional al sur y sureste provincial —integrándose a la zona núcleo productiva del país— y el monte chaqueño al norte y el noroeste de la provincia.
La división geográfica que distingue de manera amplia entre “pampa” y “monte chaqueño” es crucial para entender el sistema productivo y alimentario cordobés. Si trazamos una línea vertical desde el nor-noreste hacia el sur-sureste del territorio cordobés veremos la foto de una Córdoba dividida y desigual.
Esta geografía se explica mejor si sumamos el análisis de la serie histórica del Censo Nacional Agropecuario realizada por Gustavo Soto, Diego Cabrol, Stefan Seifert y Alexander Aguila Wharton en La Argentina Agropecuaria vista desde las provincias: un análisis de los resultados preliminares del CNA 2018 de la Cátedra Libre de Estudios Agrarios Horacio Giberti. La comparativa intercensal explica el proceso de agriculturización de la tierra cordobesa como fenómeno social, económico, productivo y político con una introducción clara: “Existen dos áreas geográficas bien diferentes desde el punto de vista ambiental, social y económico. El sur-sureste y nor-noroeste. El sudeste provincial forma parte de la zona núcleo de Argentina que constituye una de las regiones más fértiles del planeta (…) Una situación diametralmente opuesta presenta el norte y el noroeste provincial. Un ambiente natural menos propicio para los cultivos anuales con una estructura agraria caracterizada por un ‘mar’ de grandes estancias ganaderas salpicadas por ‘islas’ de pequeños productores y comunidades campesinas”
En el norte provincial se encuentran dos ecorregiones: el Gran Chaco Americano y el Chaco Seco. Hablamos no sólo de las zonas más vulnerables de la provincia, sino también de las más presionadas por la expansión de la frontera agropecuaria, el desmonte y los incendios como consecuencias de los procesos de agriculturización y concentración de la tierra. En la actualidad, la provincia cuenta con menos del 4 por ciento de la superficie boscosa original.
La pampa húmeda cordobesa, corazón del agronegocio
Córdoba representó el 29,4 por ciento de la producción de granos a nivel nacional, según datos del Sistema Integrado de Información Agropecuaria (UMSIIA), del Ministerio de Agricultura y Ganadería, para la campaña 2019/2020. En esa temporada, Córdoba registró la segunda mejor cosecha de la historia con 42 millones de toneladas de granos, sobre 141.500.000 toneladas totales en el país.
Según la última estimación realizada por la Bolsa de Cereales de Córdoba (BCCBA), la campaña 2021/2022 la cosecha de granos —trigo, garbanzo, girasol, sorgo, maní, soja y maíz— alcanzaría los 36,97 millones de toneladas, 10 por ciento menos que en la campaña pasada. Para el caso de la soja la retracción finalmente fue del 13 por ciento y el maíz un retroceso de 14 por ciento, a pesar de haber sido la campaña con mayor superficie sembrada de los últimos años (3.292.400 hectáreas sembradas).
A esta vasta producción de cereales y oleaginosas se le suma una poderosa industria láctea y cárnica. La provincia ocupa el primero o segundo lugar en totales producidos en estos rubros, según las cifras que se tomen. Si miramos las publicaciones de la Asociación de Criadores del Holando Argentino para el 2020, la producción promedio se ubicó en el orden de los 28,27 litros/vaca/día, destacándose la media de los tambos de la provincia de Córdoba con 31,7 litros, seguida de Santa Fe con 29,16 litros diarios por vaca. En 2021, según lo indica SENASA y el Observatorio de la Cadena Láctea, Córdoba se mantenía como líder en producción láctea y segunda en existencia de animales, también seguida por Santa Fe que tiene más tambos en actividad.
Otra vez, dibujemos la oblicua línea divisoria de la provincia que arranca en la Laguna Mar Chiquita y se incrusta en el departamento de Río Cuarto. Los números récord que se mencionaron arriba son producidos en la mitad sureña de la provincia, dónde la producción se volcó al paquete tecnológico del modelo dominante en el agronegocio alentado por los precios internacionales de la soja, pero fundamentalmente facilitada por las condiciones más húmedas.
Esta situación podemos verificarla también en el Mapa de Coberturas y Uso del Suelo de la Provincia de Córdoba, que publica el programa de Infraestructuras de Datos Espaciales de Córdoba. Allí se señala que la mitad del territorio provincial se encuentra dedicado a la producción agrícola y con mayor preponderancia en la zona núcleo. Por ejemplo, en el departamento Río Cuarto la actividad agropecuaria ocupa el 75 por ciento de la superficie.
En el análisis intercensal de la Cátedra Libre de Estudios Agrarios Horacio Giberti, los investigadores constatan que la superficie ocupada con granos (cereales y oleaginosas) aumentó un 26,77 por ciento entre el censo del 2002 y el 2018. También se observa, por ejemplo, una mayor preponderancia del maíz por sobre la soja sobre todo al norte de la provincia, donde la frontera agropecuaria se extendió sobre el bosque nativo en los últimos 20 años en función de las aptitudes agronómicas, la demanda de alimentos para el ganado y la tendencia a la baja de la rentabilidad de la soja en las últimas campañas.
Como consecuencia de este mismo fenómeno de agriculturización, el ganado bovino provincial disminuyó un 41,1 por ciento; el caprino —característico de las estrategias de reproducción social campesina— un 40 por ciento y el ovino disminuyó a nivel provincial un 15 por ciento. Esta caída ganadera se contrarresta con el significativo aumento de la producción porcina, que saltó un 80 por ciento entre 2002 y 2018, ubicando a la provincia como líder nacional en ese sector.
“Cada habitante de Córdoba produce 3,5 veces más granos que el promedio nacional per cápita”, reza cual slogan de éxito la página de “Córdoba Produce” y destaca que “cada hectárea de este suelo tiene un rendimiento 23 por ciento superior al promedio nacional”. Con dos frases el gobierno no solo deja de lado las diferencias regionales de la provincia, sino que invisibiliza los contrastes en materia de ingresos —en una provincia que hoy tiene el desempleo más alto del país— y de acceso a recursos, infraestructura, servicios y prestaciones —incluso las brindadas por el mismo Estado— que tienen los productores del norte frente a los del sur.
Córdoba, agronegocio y concentración de la tierra
El proceso de agriculturización no sólo extendió la frontera agropecuaria sobre los montes, sino que tendió a generar procesos de concentración en la tenencia de los recursos. Desde la década del noventa en adelante, Córdoba fue un claro exponente de la "Revolución Verde" y de la fuerte tecnificación del modelo agroexportador, con políticas públicas de Buenas Prácticas Agrícolas incluidas.
El crecimiento de la productividad trajo consigo cambios estructurales en el uso y la tenencia de la tierra: se consolidaron los productores medianos y grandes, capitalizados, con fuerte inversión tecnológica, mientras que el sector de los productores familiares tendió a disminuir y desarrollarse como una actividad de subsistencia.
El análisis de los registros intercensales hecho por la Cátedra Libre de Estudios Agrarios Horacio Giberti vuelve a echar luz sobre el proceso: los establecimientos con menos de 1.000 hectáreas fueron los más afectados —con reducciones de 44 por ciento en las explotaciones de 5 a 10 hectáreas y de 14 por ciento en las de 500 a 1000 hectáreas—, aun cuando en Córdoba siguen representando una proporción mayoritaria en términos del total de superficie y el total de establecimientos.
El rango de establecimientos agropecuarios de entre 50 y 1000 ha representa el 77 por ciento del total y ocupan el 50 por ciento de la superficie del total provincial, mientras que a nivel nacional esta franja solo ostenta el 25 por ciento de la superficie.
El monte y la vida campesina
“El proceso de agriculturización genera ganadores y perdedores, ocasionando graves consecuencias ambientales y sociales. Desde el punto de vista ambiental se avanza sobre el último relicto de bosque nativo provincial —que en la actualidad es de menos del 4 por ciento de la superficie boscosa original—, genera pérdida de fertilidad de los suelos, contaminación masiva y fuerte disminución de la biodiversidad”, señalan los autores del capítulo cordobés del libro La Argentina Agropecuaria vista desde las provincias: un análisis de los resultados preliminares del CNA 2018.
Y agregan: “Desde el punto de vista social se produce la exclusión de pequeños (y en menor proporción medianos) productores y comunidades campesinas, concentrando –aún más- la propiedad de la tierra y dando como resultado la migración de población rural hacia centros urbanos cercanos o lejanos”
Si uno de los problemas de la agriculturización es el avance sobre los bosques, la legislación provincial de Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos (OTBN), sancionada en agosto de 2010, es la mejor manifestación del conflicto del modelo agropecuario en la provincia. Según lo analiza el doctor en Geografía, Esteban Salizzi, en un artículo reciente publicado en la revista científica Territorios, luego de la puesta en marcha del OTBN se observó una concentración del proceso de deforestación en el sector de montes bajos en la depresión de Mar Chiquita (departamentos Río Seco y Tulumba) por haber sido excluidos como zonas de protección en la legislación.
Para Mauricio Muchiutti, miembro del Movimiento Campesino de Córdoba (MCC) y referente de la asociación de Pequeños Productores del Noreste de Córdoba, el avance sojero y la expulsión del ganado dio de hecho origen a los conflictos por la tierra, que fueron en parte “el origen fundacional” del movimiento en la provincia. “Esa lógica, esa matriz de producción, extractivista agropecuaria sigue intacta, las luchas campesinas de los pequeños agricultores, y de toda la diversidad rural pobre de Córdoba han ido arrancando algunas pequeñas concesiones” dice en referencia a la legislación del OTBN.
Tanto el integrante del MCC, como Salizzi, coinciden en el diagnóstico: desde 2003 se empezó a registrar un retroceso en el nivel de desmonte tanto por la presión social cómo por el propio agotamiento de los recursos forestales. Sin embargo, Salizzi advierte que efectivamente la tendencia de retroceso se revirtió en 2016, año en el que se venció el plazo de plazo de cinco años que establece la Ley de Bosques para la actualización de los ordenamientos provinciales.
“Lo que tuvo positivo el proceso de ordenamiento territorial es que aprobó un mapa y, a partir de ahí, se pudo trabajar en la defensa del bosque y el reordenamiento territorial”, valora Muchiutti y contrapone: “Cada tanto, la provincia y la voz del gobernador y el agronegocio lo ponen en discusión e intentan avanzar con algunas argucias legales o administrativas”. Hasta el momento, la provincia no actualiza los mapas del OTBN y continúa avanzando sobre el bosque nativo con ese proceso vencido.
Rocío Loza Serra es abogada e integrante de la Asamblea del Monte en Unquillo (AMU). Explica que hay efectivamente una omisión y un incumplimiento por parte de los funcionarios públicos cordobeses de actualizar actualizar el OTBN. “La provincia ha presentado una especie de mapa provisorio, que fue modificando en función de lo que la Dirección de Bosques de Nación solicita. Actualmente hay una aceptación provisoria que permite que Córdoba reciba los fondos de bosques nacionales. Como asamblea exigimos conocer esa información y avanzar con la actualización del mapa”, explica la abogada.
“Del lado del pueblo, del lado del campesinado resistimos y seguimos estableciendo sistemas productivos que hagan frente al modelo extractivo y que demuestran la enorme potencialidad del bosque nativo para la producción agropecuaria. Dependemos del monte, que nos protege y nos da el sustento” afirma el integrante del MCC.
Pero la producción no se lleva todos los árboles puestos. O no lo hace sola. Entre las causas también se suman la explotación forestal no sostenible, las urbanizaciones sin planificación y los incendios forestales descontrolados. Tan solo en 2020, según el reporte de incendios del Ministerio de Ambiente, 331.676 hectáreas quedaron bajo el fuego.
Córdoba ha perdido el 95 por ciento de su reserva de bosque y monte según el relevamiento del colectivo Montes de Córdoba. Río Primero, Río Seco, Ischilín, Roque Sáenz Peña y Unión son todos departamentos ubicados al norte provincial, donde se reportan la mayoría de las pérdidas en los últimos veinte años. No es que el sur provincial no perdió bosque nativo sino que fue arrasado mayormente en el siglo anterior.
La Córdoba agroecología para “un mundo más amable”
“La producción de alimentos no puede estar salpicada en medio de los campos de soja. Los municipios deberían definir zonas de producción ecológica, aplicar figuras de ordenamiento donde concentrar producción hortícola y, al mismo tiempo, centralizar los servicios que estas requieren”, dice enfática Beatriz Giobellina, la técnica del INTA e investigadora del cinturón verde de la región metropolitana cordobesa.
En territorio cordobés ya son muchas las experiencias en este sentido. Según el CNA 2018, en Córdoba, existen 108 establecimientos agropecuarios de agricultura orgánica, 30 de agricultura biodinámica y 114 de agroecología. Aunque, de las provincias de la zona núcleo, que comparte con Buenos Aires y Santa Fe, Córdoba es la que menos experiencias alternativas al modelo dominante registra.
El movimiento agroecológico está presente y comienzan a institucionalizarse espacios como el que reúne a los organismos públicos como INTA y SENASA junto a la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Córdoba en una red de técnicos que investigan y acompañan las diversas experiencias cordobesas. Incluso en el sur provincial, allí donde el modelo agroexportador hace pie firme, surgió también en plena pandemia la recopilación de Córdoba agroecológica del agrónomo y docente, Claudio Rubén Sarmiento y el periodista e investigador del Conicet, Leonardo Rossi.
“Huertas, chacras mixtas, campos ganaderos, cultivos extensivos, todos bajo modalidades agroecológicas, se combinan en el territorio para demostrar que otro modo de producir alimentos ya habita nuestra geografía y nos aguarda para que seamos parte”, reza el libro.
De nuevo en Colonia Caroya. Un grupo de cinco familias migrantes de Bolivia, los “hortícolas tarijeños” ya arraigados en tierras caroyenses, son parte de estas recientes experiencias agroecológicas.Ellos iniciaron la transición agroecológica al tiempo que se instalaba el confinamiento obligatorio con la pandemia por la Covid-19. Empezaron repartiendo treinta bolsones de cinco kilos con ocho variedades de frutas y verduras por semana a consumidores del pueblo. Para finales de 2021 ya les demandaban 250 bolsones semanales.
Estas familias son parte de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) y abastecen quince nodos de distribución en la zona serrana y centro de la provincia. Ya fueron a encuentros de biopreparados, asambleas y reuniones de género. “Ahora todo es agroecológico”, valora Cristina Tapia, oriunda de Tarija, Bolivia, cuando le consultamos por la achicoria que está embalando. Ella se sumó sola al principio ya que su marido “no creía”. Hasta hace unos meses seguían utilizando agroquímicos ya que no lograban darle en la tecla con las lechugas. Hoy sí. Otro de los productores, Florentino Castro ya piensa en el próximo paso, quiere hacer papa agroecológica. “Es dar el salto”, dice entusiasmado.
"Yo creo en esto. La agroecología no es sólo disputar el modelo técnico de cómo producir, aunque lo hace y es importante. Sino también definir precios en acuerdos. Con respeto por el trabajo de cada productor y productora. Tenemos que poder armar un mundo más amable y eso también es parte del camino agroecológico", dice Emilia Solfanelli, integrante de UTT Córdoba y coordinadora de este espacio productivo que contiene a veinte familias de Caroya, Río Primero y Villa Retiro.
Fuente: Agencia Tierra Viva