Argentina: "La sabiduría de cómo manejar los recursos de la Patagonia está en la Patagonia misma". Entrevista a Andrés Dimitriu
"Destrozos que se externalizan (una palabra elegante para expresar que se ocultan), como los residuos químicos, la pérdida de biodiversidad e incalculables daños de tipo social. Pero que esto haya sido así por siglos no es motivo para darlo por hecho, naturalizarlo y decretar que es una trayectoria inevitable, que ‘asi son las cosas’ o, peor aún, que así seguirán en el futuro, aunque corrigiendo los ‘excesos’ con más tecnología"
Por Verónica Contreras, La Bitácora
El armado editorial de la revista y la selección de temas se van dando de forma natural en La Bitácora, a veces un poco lenta, pero intentan reflejar quiénes somos los patagónicos, nuestra historia, nuestro presente y qué nos pasa, para ser más conscientes de los objetivos que nos ponemos como habitantes de una misma región.
Muchos de nosotros nos identificamos por estar orgullosos de vivir en tierras llenas de magia, misterios, leyenda, sensación de infinito, y de las menos contaminadas del planeta. Pero el mundo actual es complejo y exigente. Es gracias a los vecinos de Esquel y la comarca andina que nos enteramos que, casi en secreto y como en otros 70 países, funcionarios argentinos sancionaron, en el nombre de todos nosotros, un paquete de leyes que le dan sostén a las descomunales aspiraciones mineras a lo largo de toda la cordillera de los Andes. Esta política, que intenta cubrir algunos baches financieros usando bienes naturales, ha demostrado poco interés por las consecuencias actuales y futuras para nuestro ecosistema y la sociedad en su conjunto.
El mismo dia en el que cerrabamos la revista, en Ingeniero Jacobacci, la ciudad más importante de la Línea Sur rionegrina, vecinos autoconvocados se reunían para rechazar una explotación minera. Una entre muchas. Ese movimiento ciudadano se encadena con los de Esquel y de muchas otras comunidades, casualmente consideradas ‘periféricas’, que reacciona, y no podría ser de otro modo, recién cuando se entera, investiga, analiza y comprende las dimensiones y consecuencias de la minería.
Andrés Dimitriu es uno de los tantos profesionales e investigadores que se integraron formando una poderosa e intrincada red de personas y organizaciones auto convocadas en defensa de una economía ecológica y democrática.
Dimitriu es docente titular e investigador en la Universidad Nacional del Comahue y miembro de la Red Theomai . Recurrimos a él para entender cómo se están desarrollando los hechos en nuestra región.
La Bitácora: ¿Cómo entender el conflicto minero?
El tema de la minería hay que verlo en el contexto de ciclos económicos largos, desde el mercantilismo, el colonialismo, el imperialismo del siglo XIX, hasta las formas actuales, que no son menos brutales y torpes. Algunos países, primordialmente la España colonial, el imperio británico, Francia, Alemania, Italia, Rusia, Japón y más adelante EEUU, Canadá, Australia y China, entre otros, son países cuyos ‘éxitos’ económicos generaron una gigantesca deuda ecológica que borraron bajo la alfombra por más de dos siglos y que por cierto no figura en las estadísticas. Lo que comunmente llamamos ’economía’, entonces, es solo la fina y rutilante capa exterior de algo que esconde monumentales destrozos, sufrimiento y explotación humana en todo el mundo. Destrozos que se externalizan (una palabra elegante para expresar que se ocultan), como los residuos químicos, la pérdida de biodiversidad e incalculables daños de tipo social. Pero que esto haya sido así por siglos no es motivo para darlo por hecho, naturalizarlo y decretar que es una trayectoria inevitable, que ‘asi son las cosas’ o, peor aún, que así seguirán en el futuro, aunque corrigiendo los ‘excesos’ con más tecnología.
LB :¿y eso implica operar sobre las conductas, sobre las creencias acerca de la tecnología?
Las campañas de RRPP de las empresas y del estado, preparadas para convencer a la opinión pública de que estamos frente a una economía racional sin opciones, son tan monumentales como costosas, ambiguas (porque usan palabras y ONGs ‘verdes’ y ‘sociales’) y pocas veces concretas. Por ejemplo es frecuente encontrar la palabra ‘producir’: producir madera, petróleo, pescado, metales, etc, cuando lo que hacen, concretamente, es extraer estos bienes de la naturaleza. No es un juego inocente de palabras. Es el típico caso en donde, a través del lenguaje, asoma lo especulador del sistema. Otros ejemplos de maquillaje economicista son términos como ‘desarrollo sustentable’, ‘estudios de impacto ambiental’, ‘crecimiento’, ‘inversiones’ o ‘recursos naturales’. Curioso que se use la palabra ‘recurso’, pues etimológicamente hablando proviene de algo que es recurrente, que se renueva, que vuelve a crecer, como las semillas, o el ciclo del agua. Pero ir a un campo o un cerro y sacar minerales no tiene nada de eso, al contrario.
La expresión ‘medio ambiente’, como explica un investigador llamado William Rees (el autor de un excelente trabajo sobre las ramificaciones de la ‘huella ecológica’ del actual sistema) implica que hay alguien en el centro del escenario, el ser humano, rodeado por una la escenografía externa y sustituíble, nada menos que la naturaleza. Esa es una separación típica de una modernidad violenta y negadora de otros saberes como lo fue la separación de ciencia y filosofía, o de economía ‘indiscutible y científica’ y política, el producto del trabajador, etc. Fue un instrumento de la dominación, exacerbado ahora por la etapa neo-liberal del capitalismo. Al separar al ser humano de la naturaleza no se los concibe como una continuidad, como en muchas culturas originarias o en las nuevas teorías científicas. Y claro, el estado inercial repite estas fragmentaciones, y sus funcionarios esperan que la sociedad responda con entusiasmo al recorte de la realidad en ministerios, secretarías y direcciones. Es más: les encantaría que nos dividiéramos en miles de ONGs, cada una para responder a un sub-tema diferente.
Por eso, el conjunto de visiones críticas, sumadas a las Mapuche-Tehuelche, son tan relevantes para el presente como para el el futuro porque es totalizador, holístico. Es desde allí que salen las mejores ideas, dando lecciones de teoría económica a los que se consideran a sí mismos el centro intelectual o político del mundo, del país o de las provincias. Esta incipiente red, variada, amplia, democrática, múltiple, confusa, inmadura si se quiere, pero también integradora, productiva y creativa, le está dando respuestas –y generando alternativas- a un sistema fraudulento, empobrecedor y plagado de conflictos por donde se lo mire. ‘
LB: ¿Cual es la perspectiva que tienen los partidos políticos de la ecología?
Todas las tradiciones políticas han evitado, hasta hace poco, la cuestión ambiental o son simplemente oportunistas. En el mejor de los caso han cedido con la excusa de que hay que ir pragmáticamente ‘hacia adelante’ usando maquillaje verde o intentaron competir con los países industrializados destrozando su naturaleza. Gravísimo error. En la mayoría de los casos –y reconozco el riesgo de la simplificación, por eso recomiendo bibliografía más especializada y crítica, porque de la otra sobra- se apoyan en el prejuicio de que ‘crecer’ es algo siempre bueno, un proceso ‘necesario’ que tiene costos altos, pero que eso –aunque lo reconozcan como algo ‘lamentable’- sería inevitable y por eso –solicitan- hay que apostar a las tecnologías verdes, a las normas IRAM, a las carpetas de impacto ambiental o a cuestionables estudios de costo/beneficio. En otras palabras, lo que nos dicen es ‘Alto! ¿Adonde cree que va? Pase por caja, por favor!’ porque si contaminar es negocio, producir el show de la descontaminación y la prevención también. También pasa que, al haber más conciencia pública, se termina el diálogo, los funcionarios se abroquelan o terminan atrapados en las redes corporativas y los países dominantes, no pocas veces, recurren a la violencia directa o indirecta para acceder a la naturaleza y así sostener sus logros materiales.
LB: Hay gente que propone desarrollar una minería nacional ¿es esa una opción?
Quienes hablan de minería ‘nacional’, y definen, con la misma mentalidad extractivista, a la cordillera como ‘recurso’ y a las montañas como ‘obstáculo’ que se interpone entre los peculiares ‘destinos de grandeza’ que dicen defender y los medios para lograr metales o mierales están del mismo lado que las mineras, solo que proponen agregar una oblea celeste y blanca que dice ‘Extracted in Argentina’. Probablemente querrán que creamos que es posible y deseable comprar soberanía extrayendo más para luego ofrecerlo a un mercado anónimo, insaciable y altamente riesgoso. Pero, como dicen los amigos de Esquel, no hay cianuro canadiense o de los EEUU ‘malo’ y cianuro nacional y popular ‘bueno’. Una cosa es reconocer los ideales y los avances de un proyecto industrial que intentaba un crecimiento interno, como en la época de los generales Savio, Mosconi o más adelante Perón y hasta cierto punto Don Arturo Illía, y otra es soñar con la repetición automática de aquellas condiciones históricas, que también estaban atravesadas por contradicciones y problemas. La ilusión de un minería nacional –inevitablemente más cercana al ‘Algarrobo-Cola’ del noticiero de Les Luthiers que a la realidad concreta- solo confunde las cosas porque oculta las condiciones visibles y subyacentes de ese negocio con un discurso emocional.
LB: ¿Cómo comprender hoy el concepto de riqueza, entonces?
El oro, por dar un ejemplo de cómo se combinan entre si los mapas, el poder, la codicia y los imaginarios sociales desde el mercantilismo hasta nuestros días, es definido como un bien que ‘está allí’, esperando ser sacado luego de ser ‘descubierto’, palabra que proviene de aquella bula papal de 1493 que le daba la propiedad al que ‘descubriera’ territorios. ¿Qué avivada!. Pero resulta que las cosas cambian. El oro, o cualquier otro metal, es hoy mucho más valioso dejándolo donde está y tratando a la montaña o la estepa como un sistema complejo de cuencas, de la relación de suelo, aire, flora, fauna, humedad, vientos, pequeñas ciudades o actividad agropecuaria orgánica que son los elementos esenciales para una Patagonia libre de -o de muy baja- contaminación. Y no hay razón para excluir de nuestras consideraciones otros valores, no siempre traducibles en dinero, sean estos valores estéticos, espirituales o culturales.
Al contrario: es desde ahí que hay que redefinir la vida material y la producción. El gran desafío industrial, científico y político no es seguir ‘siempre para adelante’, como repetirían obedientemente los tripulantes del Titanic, sino buscar caminos diferentes, impulsados por una ciudadanía protagonista.
Ahora el problema no es solo de Esquel, Andalgalá, San Juan, Andacollo, Jujuy, o Jacobacci, el problema es de todos, de Buenos Aires, de San Pablo...es mundial, porque la pauta se repite en todo el mundo, y las consecuencias también. Las actividades extractivas amenazan la gran ventaja comparativa de la región, que es una naturaleza poco contaminada, una de las pocas en el mundo. No queremos que la desembocadura del río Colorado, Negro, Chubut o Santa Cruz sean un depósito de tóxicos como las del río Po o el Ruhr en los mares (si es que se pueden llamar así) Adriático o del Norte. Si quieren que ese sea el futuro de los ríos y mar de la Argentina no cuenten con nosotros. Queremos agua limpia sin el vicioso círculo privatista/mafioso de ‘ensucio-filtro-te lo vendo limpito’.
Definimos al agua como un recurso social, y tenemos por objetivo lograr que sea potable en todas partes, que se pueda tomar directamente de los ríos o canales de riego, sabiendo que baja limpia de la cordillera, que llega al mar sin agroquímicos, cianuro, radioactividad o metales pesados.
LB: ¿Estamos construyendo otra historia, otro presente y futuro en la Patagonia?
Si hace cien años, en la época de Mitre o Roca, la burocracia porteña pensaba que podía dibujar la Patagonia a su antojo, o como respaldo territorial a sus crisis financieras con la banca británica (1870 y, epa, 1879, casualmente!) o para hacer negocios inmobiliarios alrededor del ferrocarril o los parques nacionales (con los Ezequieles Ramos Mexía y Bustillo), declarando esta región un ‘desierto’ (de gente) ahora esto cambió, sin retorno. Hay una ciudadanía variada e interconectada que rechaza al sistema porque descubre sus inconsistencias y las vive en carne propia, vinculada a muchos amigos y visitantes que aman la Patagonia. Una región que se defiende vale más, tiene identidad clara, es más atractiva para ser visitada, es la mejor base para una vida económica, cultural y política activa. Este arco iris social y político está en mejores condiciones de explicarle al resto del país y del mundo cómo es y cómo debería ser la Patagonia, de manera que los mapas centralistas, especialmente los mapas que ‘designan’ o ‘disponen’ usos territoriales, como en el caso de la minería, el petróleo, los transportes, o cualquier otra actividad en gran escala, deberán ser sometidos a un proceso de legitimación social y, más que probablemente, revisados totalmente. La razón es muy simple: es ilegítimo hacer gaseosos e inconsistentes planes de ‘crecimiento económico’ sin el consentimiento informado de la población, sin su participación efectiva en el gobierno. La política minera debe ser reconsiderada totalmente y sometida a una consulta pública nacional vinculante, contando con recursos y condiciones iguales para exponer argumentos.
LB: ¿Entonces deberíamos rechazar toda actividad minera?
Obviamente no. Hay rubros como la construcción, ornamentos, o sectores realmente vitales y estratégicos, pero no para una ‘humanidad’ abstracta o para ‘estrategas’ privilegiados sino para una economía real, social y ecológicamente hablando, para nutrir un mercado local de artesanos, pequeñas y medianas industrias, para cubrir necesidades regionales y nacionales, empezando de abajo hacia arriba. Pero aún suponiendo que se considerara algun tipo de minería, en escala acotada y para fines muy claros, habría que partir de una base totalmente diferente a la que nos proponen. Por empezar no aceptamos ni la división de tareas heredada ni la que nos quieren imponer desde centros imperiales. Nos interesa controlar la totalidad del ciclo: ambiental, tecnológico, laboral, financiero, la renta y el destino de cada mineral o metal que se extraiga. Algo así como los ‘ethical funds’, y eso sólo para empezar, que obligan a los bancos a invertir en cuestiones legítimas. Estamos más allá del cianuro, ni hablar, o los puestos de trabajo, más ficticios que reales, o las ‘regalías’, no solo por ser ofensiva la palabra en sí (que despues de leer esto pueden cambiar al día siguiente) sino por representar un torpe simulacro de producción. Por eso ni vale la pena ni corresponde hablar con el sector minero y/o su contraparte estatal (minería de Nación, COFEMIN, direcciones provinciales de minería). Sería como pedirle peras al perejil.
LB; Es decir que el objetivo es mucho más abarcativo
Estamos frente a un cambio político paradigmático, en donde una ciudadanía activa empieza a identificar y fijar objetivos económicos generales y pensar en cómo lograrlos. Este conjunto de organizaciones sociales y personas quiere, por dar un ejemplo, que ningún metal que salga de acá sea usado para motivos bélicos (aunque mueva 2 millones de dólares por minuto, como actualmente ocurre segun la ONU), ni para joyería y decoración de lujo (80% del oro se destina a ese rubro, es decir para especular), ni para competir con mercados latinoamericanos, ni para inundarnos luego con productos cuyo valor agregado quede en otras latitudes, sin olvidar que las ganancias deberían ser reinvertidas íntegramente aquí, en lo que se decida participativamente, y que las actividades no causen contaminación, ni distorsión de precios urbanos o de los campos, etc. ¿Utópico?¿Difícil de lograr? Ajá, seguro que si, pero infinitamente preferible al delirio destructivo y parasitario actual. En primer lugar, como dicho más arriba, las tierras que pretenden destinar a la minería, y las que las rodean, deben ser usadas para cubrir las necesidades básicas de los argentinos, y dedicadas íntegramente a la agricultura orgánica, a la recreación, la salud, la educación, a múltiples actividades de alto valor agregando o simplemente como espacio para vivir con voluntaria sencillez. Para esto las organizaciones sociales de la Patagonia exigen el mismo territorio que ambicionan las mineras (un par de empresas, un gigantesco territorio paralelo a la cordillera entre Chile y Argentina), que fue puesto a su disposición por el gobierno en los 90 sin el consentimiento informado de la población. Quieren además recuperar las tierras robadas, apropiadas con avivadas legales, con prepotencia, o desigualmente asignadas por el estado nacional en la llamada ‘época de los pioneros’. Y por supuesto que estas condiciones incluyen el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas. Con ese territorio, con las mismas condiciones impositivas, favores y subsidios que supo conseguir para sí el sector minero y, si fuera absolutamente necesario, con socios internacionales mucho más interesantes, se pueden ofrecer tierras para nuevas colonizaciones para un millón de familias, comunidades solidarias o cooperativas argentinas, y crear fuentes de trabajo digno, creativo y sustentable por siglos, frente a los 26.000 sueldos, ‘regalías’ y devastación que propone esta política minera que, en el mejor de los casos, tiene un horizonte de 10 o 15 años.
Antes que salir a mendigar capitales o nuevas ‘inversiones’ hay que frenar la gigantesca hemorragia financiera, sea en tarifas, fondos de jubilación, etc, además de recuperar toda la renta generada aquí y que no es reinvertida.
En otras palabras: cuando uno pone realmente todas las cartas sobre la mesa no quedan muchas actividades extractivas, industriales o comerciales en gran escala que sean aceptables. Y porque no queremos volver a las cavernas pensamos una producción mucho más profunda, diversa, abundante, innovadora, democrática y ecológica, diametralmente opuesta al economicismo actual, basado en la obsesión acumulativa, el individualismo, la competencia beligerante y la concentración de poder. Las especulaciones que rodean a la minería son, financieramente y políticamente hablando, más ‘calientes’ y exclusivas, quien lo duda. Uno de los grandes obstáculos es un estado colonizado con ideas y percepciones tecnocráticas del mundo, sostenido por funcionarios que, fiel a su formación y pactos de interés, encaran estos procesos como si fueran cuestiones meramente administrativas con una sola salida. Es un estado que, aún si excluyeramos los arreglos entre corrompidos y corruptores, o la violencia de las tiranías privadas/estatales como la de los 70, acepta con entusiasmo actuar dentro del insignificante margen que resulta de la extorsión globalizada.
Si hay motivos para festejar no es por las estridentes campanadas de las llamadas ‘bolsas de valores’ o la hueca felicidad de accionistas lejanos y anónimos. Es porque hay muchos hombres y mujeres de la Patagonia o del resto de la Argentina, y con ellos compañeros de todo el mundo, que se plantaron y empiezan a marcar otro rumbo.
Entrevista publicada en La Bitácora, Patagonia, Argentina, Nº 23, otoño de 2004, e-mail: slainte@ciudad.com.ar. Puede ser reproducida citando esa fuente.