El pasado 15 de enero, la costa de Perú se tiñó de negro. Las playas de Ventanilla, cerca de Lima, se vieron cubiertas de chapapote a causa de un vertido de petróleo de la multinacional española Repsol, que realizaba una descarga de crudo en su refinería La Pampilla desde el buque de bandera italiana Mare Dorium. El vertido, que el Gobierno peruano calcula en unos 6.000 barriles, tiene una dimensión mucho mayor de la reportada por Repsol, que culpa al oleaje provocado por el volcán de Tonga. Lima afirma que el plan de contingencia de la petrolera no funcionó. Los daños son cuantiosos, tanto en el plano ecológico como en el económico y humano.