De diez a veinte mil años, la agricultura ha sido obra y arte de los agricultores y agricultoras del mundo entero. Pueblos de los más diversos rincones se auto-identificaron como cultivadores, y buscaron formas de compartir y fortalecer lo mejor de sus saberes. Fueron ellos, y especialmente ellas, quienes tomaron las semillas cuando emprendieron viajes o fueron forzados a abandonar sus tierras y las compartieron y repartieron literalmente por el mundo. Si hoy podemos asombrarnos frente a la diversidad del maíz, la papa, el arroz, los fréjoles, es porque hubo millones de hombres y mujeres del campo cuidándolos, seleccionándolos, buscando nuevos cruzamientos, adaptándolos a las miles de condiciones que surgen de la combinación de diversos ecosistemas, comunidades, culturas, aspiraciones, sueños y gustos.