Me gustaría recordar aquel lugar que existía a nuestro alrededor donde añosas arboledas cobijaban una innumerable variedad de animales que vivían en armonía y libertad, aquel intenso verdor que desde el filo de la sierra transportaba a las mentes hacia la contemplación sagrada de la vida misma, sus senderos zigzagueantes entre la espesura más profunda, sus aromas penetrantes, etéreos y medicinales que envolvían el aire y colmaban de sensaciones a los seres que lo visitaban o a quienes respetuosos los habitaban desde antaño, sus sabios árboles erguidos como guardianes de la vida, transformando el dióxido de carbono en oxigeno y dando vida permanente al increíble Valle del Conlara.