El sol inmisericorde y cegador del desierto sonorense les hace los mandados. Será porque acostumbrados como están a los climas inhóspitos a los que la "civilización" los ha empujado, no les resultan ajenas estas brasas en la piel. Un desfile de sonrisas francas da cuenta del regocijo que este encuentro les produce, como el de una familia reunida después de muchos años, porque en eso están de acuerdo, son hermanos, se reconocen hijos de la gran Madre Tierra