La agricultura “protegida” de invernaderos instala un paisaje industrial donde antes había diversidad biológica, pueblos, cultivos, vida silvestre y mantos acuíferos. Llega a las regiones a privatizar, es decir, a aislar de la integralidad o de lo colectivo: el suelo, el clima, el agua, el trabajo y el entorno. Lo convierte todo en mercancía. Impone de forma irreversible plástico, cemento y metal.