Cuando la industrialización toca a la semilla es tiempo de actuar
La agricultura “protegida” de invernaderos instala un paisaje industrial donde antes había diversidad biológica, pueblos, cultivos, vida silvestre y mantos acuíferos. Llega a las regiones a privatizar, es decir, a aislar de la integralidad o de lo colectivo: el suelo, el clima, el agua, el trabajo y el entorno. Lo convierte todo en mercancía. Impone de forma irreversible plástico, cemento y metal.
Con las semillas sucede igual. Al intervenirlas y someterlas a procesos tecnológicos atándolas a paquetes de funcionamiento con maquinaria agropecuaria y agroquímicos dependientes del sistema agroindustrial, es devastador el daño a la convivencia campesina con la semilla. Dejar la semilla en manos de unos cuantos es un golpe letal a la vida como la conocemos hoy. La esencia de la reproducción de las semillas es una práctica colectiva milenaria que mantiene viva la diversidad y la soberanía alimentaria de los pueblos, es decir la capacidad de los pueblos de decidir sus modos de vida y de alimentación.
El control corporativo de las semillas ya se resiente en la reducción de la diversificación y disponibilidad de la alimentación. El aumento del agronegocio reduce a unas cuantas variedades —no sobrepasan mil quinientos tipos de cultivos— en casi todas las regiones del planeta.
En contraposición las comunidades campesinas reproducen y resguardan unos dos millones de variedades de semillas y avanza cada vez más intenso el movimiento agroecológico que —además de proponer el cuidado del suelo, el agua, el entorno, la gente y la salud—, está recuperando, cuidando y difundiendo la necesidad de conservar y rescatar semillas nativas o criollas de los pueblos en sus regiones.
México no es la excepción. Hay contradicción y disputa, como nunca antes, entre el sistema agropecuario industrial —totalmente desligado de las prioridades y necesidades de la población— y el modelo campesino-indígena de producción y distribución local de alimentos.
México es el principal proveedor de productos agrícolas a Estados Unidos. Jalisco es la entidad mexicana que aporta la mayor superficie y producción agrícola, mientras que Michoacán es el primer lugar en valor de la producción gracias al aguacate. Ambas están en el occidente de México.
En estas entidades, al igual que en todo México, crece con fuerza un movimiento agroecológico, indígena y campesino con una crítica integral, amplia y constante al modelo agropecuario industrial que se catapultó con el avance del libre comercio descarnado a partir de 1994.
La lucha por la defensa de las semillas es entonces cada vez más crucial.
Hace casi veinte años, en enero de 2002, la Red en Defensa del Maíz alertó sobre la importancia del cuidado y resguardo de las semillas en manos de los pueblos indígenas y campesinos. Desde entonces se denunciaba el desaliento a la producción nacional, la imposición y caída de precios al comparar el maíz de producción campesina nacional de alta calidad con el maíz comercial de producción agroindustrial de Estados Unidos. Se agravó el escenario con la contaminación del maíz nacional con transgénicos. Esto como primeros efectos del libre comercio con América del Norte.
La Red alertaba: “las políticas agrícolas y comerciales atentan contra la producción nacional de maíz, núcleo de la economía y organización campesina y contra la soberanía alimentaria”, pues con blindajes jurídicos privatizadores, normatividades paralegales propias de los acuerdos comerciales, se busca despojar a los campesinos de sus semillas ancestrales, erosionarlas y criminalizar su custodia, resguardo e intercambio.
Y propusimos en la Red crear colectivos, autodiagnósticos, acuerdos comunitarios, promover la siembra, denunciar contaminaciones, profundizar el aprendizaje y difusión de los saberes y de la agricultura tradicional, así como realizar acciones para no permitir la legalización de los daños al maíz nativo.
En la región occidente de México avanza la agroindustria a pasos agigantados. Pero también avanza la resistencia. La población ve cada vez más evidente la destrucción que este sistema va dejando a su paso.
Movimiento agroecológico en el Sur de Jalisco
Éste se remonta a cuando en los años 70 y 80 hubo fuertes movimientos en defensa de la tierra y las comunidades campesinas. Se impulsó la agricultura orgánica y el cooperativismo que marcaron la cultura de la región. Todo esto ligado a la iglesia impulsada por el Concilio Vaticano II y al movimiento revolucionario en defensa de la tierra de los años 70 y 80´s.
Actualmente las organizaciones están enfocadas en revalorar la cultura campesina, promover la agroecología y cuestionar el modelo agroindustrial.
Se ha hecho campaña en los últimos cinco años difundiendo pláticas, videos, fotografías y revistas en ejidos, comunidades, con autoridades y con toda clase de grupos sociales —reconociendo nuestra dependencia alimentaria y ambiental de las actividades campesinas en la región y el ataque a la subsistencia cuando los monocultivos industriales ingresan en nuestro territorio. Se han difundido los datos de intoxicación por pesticidas, denunciado las mercancías agrícolas que no son alimento (azúcar, tequila, berries, tomates cherry, aguacate, forrajes, etcétera) y las externalidades o afectaciones al territorio y la sociedad por estas actividades, además de la gran farsa del éxito económico que representa este modelo con corrupción como modo de operar.
Los huertos comunitarios, comunidades de aprendizaje. En toda la región se está revalorando y difundiendo la enseñanza y construcción de una agroecología popular a través de los huertos escolares y comunitarios que rescatan saberes campesinos y las semillas criollas o nativas. La región enfrenta el problema de la demanda de semillas nativas o agroecológicas para recuperar la agricultura local.
Rodolfo González Figueroa, campesino, pensador y promotor de la agroecología en la región nos relata que “la pandemia reforzó mucho el interés que ya había por rescatar la agricultura en pequeña escala. Pero vimos que no tenemos semilla suficiente para la producción de milpa o de hortalizas, frutas y otros cereales. Sí hay variedades pero se han quedado en nichos campesinos de resistencia. Ahora lo que requerimos es volverlas a compartir, darlas a conocer y difundir”.
“También constatamos que las de patente o comerciales no son tan viables. Los que siembran hortaliza en escala mediana y grande tienden a depender de semillas de importación de las que no sabemos su origen. Cada vez se evidencia más que las semillas que se mantuvieron a través de las generaciones son más viables, incluso sin agroquímicos y pesticidas. Tienen más capacidad de reproducción, producción y adaptabilidad.
Los huertos comunitarios son espacios experimentales donde, además de producir, se constata todo esto”.
Se están realizando festivales de semillas y frutas y ferias de comercio local, que sumados a la difusión, producción y recolección agroecológica se está redescubriendo diversidad y la vocación gastronómica del territorio, sobre todo lo que proviene de la milpa.
Las milpas con semillas campesinas son más productivas y menos plagosas. “En el pepino, la calabaza y calabacita, el frijol, maíz, nopal, jamaica, melón, chile, etcétera no hay tanta incidencia de plagas como en los cultivos inducidos, además es mejor si los siembras juntos. Porque siempre quieren medir la producción por hectárea de maíz pero no reconocen la calidad, cantidad y diversidad de los productos criollos de la milpa, además de todas las plantas y quelites que se pueden aprovechar para una buena alimentación y como curativas”.
Con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ahora T-MEC, hay sectores en el gobierno que quieren adherirse a UPOV 91 y con eso criminalizar el libre intercambio de semillas. El Acta UPOV 91 reconoce derechos a las empresas sobre semillas y plantas “contaminadas” con material genético registrado o protegido en favor de la empresa. Eso no queremos.
En Jalisco la Agencia de Sanidad Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (ASICA) pretende regular el flujo de semillas y plantas campesinas y agroecológicas, queriendo inventariar el trabajo campesino y popular que crece día con día. Es un peligro caer en esa trampa. Siempre llegan esos programas simulando un apoyo. Como cuando intercambiaban toneladas de semillas “mejoradas” o industriales por semillas criollas o nativas y así han ido reduciendo nuestras semillas, nuestra cultura y nuestras iniciativas. Esto es una disputa entre el agronegocio y la agroecología.
Los programas gubernamentales son mecanismos de control que impulsan el no guardar y no intercambiar semillas biodiversas, deslegitiman estas prácticas ancestrales y promueven el mercado, las empresas y las variedades “comerciales”. Así es en la caña, los agaves y el maíz.
Entonces frente a la propuesta social de supervivencia las Agencias de Sanidad Inocuidad y Calidad pretenden hacer inventarios de huertos agroecológicos y las semillas para verificar la sanidad, inocuidad y el origen. Nosotros pensamos que es una guerra contra la soberanía alimentaria y la subsistencia. Están pensando regular, e incluso multar, en los mercados municipales, a quienes no demuestren el origen y trazabilidad de sus productos campesinos. Nosotros pensamos que no es necesario llenar de pesticidas lo que comemos, que la producción biodiversa y de temporada y el comercio local es la alternativa para reducir los índices de plagas en la región, además que éstas han aumentado y hecho crisis con el impulso a los monocultivos.
Ha retornado un control caciquil y criminal de la producción y venta de alimentos y nos amenazan con quitarnos el agua y la tierra si seguimos promoviendo alternativas. Los funcionarios tienen tres características: falta de interés, corrupción e ignorancia del problema. Sólo ven los falsos números de la exportación, las externalidades o problemas que nos dejan, y que niegan constantemente.
Quieren regular las parcelas agroecológicas, por ejemplo, desacreditando la agricultura que interactúa con ganadería como se ha realizado tradicionalmente.
“Si deveras hubiera un grupo de estudiantes tesistas o investigadores que se dieran a la tarea de estudiar por ejemplo cómo les llegan las plagas a los cultivos de ‘moda’, cómo algunos jitomates y cómo las variedades criollas o más rústicas resisten a pesar de estar a menos de un metro de distancia, empezarían a entender las múltiples interacciones y beneficios de la agricultura y las semillas tradicionales y agroecológicas”, dice Rodolfo. Las plantas nativas pueden convivir y resistir con “enfermedades y plagas”.
Las semillas de patente requieren conocimientos técnicos y procesos especializados ajenos al desarrollo de la agricultura local sustentable.
Los principales retos en el tema de las semillas para la soberanía alimentaria de los múltiples procesos agroecológicos de los que formamos parte son, primero que nada, combatir la versión oficial de las instancias gubernamentales y comerciales sobre las semillas y los productos. “En la región los agrónomos y “técnicos”, como les dicen, describen nuestras variedades locales y nativas como: limón corriente, mango corriente, etcétera”. Se denigra porque no está en sus estándares artificiales de productividad y rentabilidad. Esto se divulga en el sistema educativo y en muchos sectores de la sociedad. Los frutos que se producen a nivel doméstico no los quieren ni comer y se da en muchas regiones que se llegan a desperdiciar cosechas por falta de interés propiciado por la imposición del sistema alimentario industrial y sus dinámicas de mercado.
Discriminan las producciones pequeñas o locales y dicen que no son productivas y que tampoco cumplen los parámetros de inocuidad y estandarización, cuando es lo que nos ha alimentado y nutrido por miles de años y las comidas industriales nos están matando. Pero con publicidad nos hacen creer que lo propio nos hace daño: descalifican las semillas propias, es un ataque permanente.
Nos dicen “qué zacatero tienen o qué enhierbada está tu parcela o tu huerto”.
Mientras, en todos los cultivos industriales aplican permanentemente herbicidas y otros venenos. Anteriormente la gente cosechaba su tercio de pastos y hierbas para las gallinas y el burro, sacaba quelites de alimento y plantas curativas.
En la versión oficial de las políticas de inocuidad las semillas son de las empresas y las campesinas son malas o corrientes. La empresa promueve pocas variedades, las campesinas son muchas. Sólo que la gran biodiversidad les da temor a los “técnicos”, porque ante esa diversidad uno se siente ignorante. “Ahora que las mujeres están cada vez más reproduciendo y ofreciendo sus semillas se oye decir: ¿cómo la señora me va a vender semillas? Cuando toda la vida así había sido.
En resumen, producimos agroecológicamente pero remontamos todo un pensamiento”.
Reproducción de semillas en centros penitenciarios
Los huertos en los centros de readaptación social en Zapotlán surgieron para, a través de la agroecología, fomentar la producción de hortalizas y la promoción de hábitos alimenticios saludables, así como el incremento de la actividad física y el bienestar psicoemocional de las personas privadas de su libertad. Primero se reutilizaron los materiales que ya se habían acercado en otras experiencias de huerto convencional, en el caso de los hombres producían orégano para un mercado muy específico. Pero no había producción variada para autoconsumo. La misma institución lo que buscaba de inicio eran ingresos económicos.
En ese momento, nos narra Helen Juárez, investigadora de la Universidad de Guadalajara y promotora de la agroecología en el sur de Jalisco, se recibió una donación de una diversidad de semillas agroecológicas y se amplió la producción de los alimentos, sobre todo especies de verduras que no había en el mercado. Se comenzó a producir lo que les gusta comer, pero era difícil sacar los excedentes a la venta. Se crearon las condiciones para reproducir y resguardar varias variedades de semillas y finalmente se logró la reproducción. Entonces se vio el interés de los productores agroecológicos de adquirir las semillas y comercializarlas en sus redes.
La reproducción de semillas agroecológicas aportó a la rentabilidad y en sus ingresos, y reconocieron que es una actividad agradable y muy reconocida. Quienes entraron al proceso de reproducción de semillas son personas que además de estar presas o presos, se encuentran en procesos de desintoxicación de drogas. Algo que descubrimos es que la cárcel resultó ser un lugar adecuado para esta actividad. Es una actividad terapéutica, está aislada, las personas tienen tiempo suficiente para cuidar las plantas y las semillas de una manera muy delicada y minuciosa a una escala muy manejable, hay muchas manos y las labores se diversifican. Es un grupo muy concentrado en cultivar, producir, procesar, limpiar y seleccionar las semillas que son tareas minuciosas en tiempos prolongados que requieren paciencia.
“Contamos con un espacio aislado, es un resguardo en una clínica dentro del espacio penitenciario con actividades y ocupaciones para controlar la ansiedad en el proceso de rehabilitación con un programa de trabajo donde se incluye la hortaliza. Quienes están en la población general no tienen un programa así de trabajo.”
“Cuando tratamos de reproducir semillas básicas en otros huertos de la región los pájaros se las comían y era difícil cuidar las vainas y en el penal se lograron con mucho mejores resultados. Le ponen atención al más mínimo detalle del huerto.”
Un municipio agroecológico
Las comunidades y ejidos de El Limón Jalisco son fundamentalmente campesinas. Ahora están enclavadas en una región con pretensiones agroindustriales, pero desde hace más de veinte años se vienen formando en agricultura orgánica y participando en redes como la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias, RASA o la Red en Defensa del Maíz, y en múltiples iniciativas de defensa y promoción de la agricultura orgánica, la vida campesina, el territorio, el comercio local y las semillas.
En los últimos años se ha valorado esta experiencia, sumada a la conservación de la vida silvestre, la diversidad, el intercambio y resguardo de las semillas, la práctica de producción agroecológica, el sistema milpa y los sistemas silvopastoriles.
Por su experiencia y viendo la amenaza latente de la agroindustrialización en la región, en marzo de 2021 los regidores del ayuntamiento, por consenso, decidieron declarar al Municipio de El Limón, Jalisco, como Municipio Agroecológico, lo que implica entre otras cosas, fomentar y priorizar la producción agroecológica, la práctica tradicional de la milpa biodiversa, los huertos de árboles frutales, el respeto y cuidado de la vida silvestre y las prácticas de recolección de alimentos; defender el agua como un ámbito de comunidad, promover prácticas de ganadería regenerativa y sistemas silvopastoriles que promuevan la diversidad biológica y que favorezcan la captura de dióxido de carbono, generar acuerdos con productores para eliminar el uso de agrotóxicos, promover la educación ambiental y la participación de las escuelas en acciones de formación, donde se difundan los conocimientos de prácticas agroecológicas y los huertos y parcelas escolares, establecer parcelas demostrativas y centros de producción de biofertilizantes, realizar intercambios, festivales y encuentros sociales donde se festejen y difundan las prácticas campesinas y la agroecología y apoyar a las redes e iniciativas comunitarias que promuevan la agroecología y los circuitos cortos de comercialización de alimentos orgánicos y naturales producidos y transformados localmente.
La Red de Guardianes y Guardianas de Semillas de Jalisco ha sumado a un buen número de iniciativas campesinas de reproducción de semillas, promueve el intercambio consciente, busca identificar las semillas con su nombre como se conocen, origen, fechas y otros datos para mantener la relación con quienes van intercambiando y experimentando con sus semillas.
Uno de los grandes temas que hemos identificado en Jalisco es que hay grupos de semillas que incluso dan origen a festivales y fiestas tradicionales y agroecológicas. Unas son las semillas para la milpa que en México se vienen intercambiando y conservando desde tiempos inmemoriales, entre las que se encuentran las múltiples variedades de maíz, amaranto, chile, tomates rojos (jitomates) y miltomates milperos (tomatitos verdes de cáscara), calabazas, jamaica, pepino, melón o sandía y múltiples flores, plantas medicinales o quelites (yerbas amarantáceas). Por otro lado, se intercambian y recuperan semillas silvestres y de especies nativas. Y en otro gran grupo las frutas, verduras, cereales y flores para los huertos y hortalizas, incluso los esquejes.
En cada segmento se han venido multiplicando las reuniones de reflexión y capacitación para recuperar los saberes y complementarlos para reproducir, conservar y almacenar semillas. Para eso se hacen talleres, festivales y ferias como los que realizaron este año las iniciativas de Semillas Colibrí, el grupo de campesinos orgánicos de La Ciénega, “Mujeres, comunidad, territorio y vida digna” y el Colectivo por la Autonomía.
La reproducción de las semillas es un factor clave en todo este proceso de resistencia y propuesta de subsistencia. Las semillas deben estar libres y defenderlas sembrándolas como insiste la Red en Defensa del Maíz ya que como han venido diciendo las compañeras de Anamuri en Chile:
a) No es del interés de campesinos y pueblos indígenas que sus variedades estén registradas o formen parte de colecciones.
b) Es imposible capturar en cualquiera de los dos casos la inmensa diversidad de variedades vegetales en manos campesinas e indígenas
c) Las variedades campesinas están en permanente proceso de selección y cambio y las que pasaron a formar parte de colecciones públicas años atrás ya han dado origen a nuevas variedades.
Ahora más que nunca valoramos los miles de años de seleccionar, conservar y cuidar las semillas campesinas. La industrialización de las semillas reduce las especies y variedades. Ahora las quieren registrar, proteger y meter a sistemas de propiedad. La modificación de la agricultura y sus múltiples consecuencias promovidas por el libre comercio pretenden homogeneizar el gusto y los productos: mercancías de consumo global, reduciendo aún más la variedad de especies cultivadas. Esto deja paisajes y sociedades desoladas.
Frente a esto el movimiento agroecológico y campesino global reflejado en cada región pone su semilla y reconoce sus diferencias para resistir a la homogeneización de las semillas y la alimentación industrializada.
En México y en muchos lugares de América Latina la cultura campesina es tan arraigada que nos cuesta creer que podríamos estar cruzando un umbral de la industrialización sin retorno, las comunidades campesinas han hecho su parte por miles de años pero la semilla diseñada desde los centros urbanos se esparce. La industrialización está llegando a la semilla, es tiempo de actuar y defender las semillas propias sembrándolas y defendiendo a los pueblos que las cultivan y sus territorios.
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