Sebastián es considerado por muchos como un loco. Viste andrajos y no se ha cortado el pelo y la barba desde hace más de dos décadas. Sus zapatos son bolsas de plástico anudadas a los pies. Pero se distingue de otros que viven en la calle por su porte erguido y por el insólito cumplimiento de la promesa que se hizo a sí mismo cuando fue expropiada y ocupada por la fuerza su chinampa en el pueblo de Iztapalapa. Sebastián Guillén no se ha cansado de ir a reclamar a las autoridades el pago de la expropiación, como lo sigue haciendo ante las ventanillas gubernamentales y a grito pelado en la plaza Cuitláhuac. A quien pregunte le platicará cómo destruyeron con maquinaria pesada su casa y todas sus pertenencias