Suplemento Ojarasca N° 177
"La actual civilización occidental globalizada, en clave capitalista, es la primera que cree que puede prescindir de la mitad campesina del mundo. De hecho, es la primera que cree que puede prescindir del mundo, y en tal sentido es la más suicida de la historia."
Sin campo la vida no vale
A la memoria de Fernando Benítez,
en su primer centenario
Que el campo es la vida lo supieron todas las civilizaciones hasta ahora. La labor de domesticar, crear, cultivar y usar semillas y productos agrícolas ha dado siempre nutrición, sabiduría y razón de ser a las sociedades humanas. De dónde si no provenían los vinos del ágape ateniense, las viandas de Samarkanda o las capitales del imperio chino, la vida fácil de los que mandaban desde pirámides. La actual civilización occidental globalizada, en clave capitalista, es la primera que cree que puede prescindir de la mitad campesina del mundo. De hecho, es la primera que cree que puede prescindir del mundo, y en tal sentido es la más suicida de la historia.
La duda razonable ni siquiera roza la mente de los poderes que avanzan como mancha de aceite y ceniza sobre la Tierra. Quieren cavar minas ad nauseam, sacarle al petróleo hasta la última gota, construir colonias, autopistas, puentes, diques y plantas por el puro interés de invertir, producir mercancía, crecer invadiendo como lo sabe hacer la muerte, inútilmente. Pero como todo ese edificio sigue poblado por los humanos, hace falta alimentarlos, y eso, hasta nuevo aviso, depende fundamentalmente del campo, los campesinos tradicionales, los pueblos originarios y los millones de jornaleros migrantes.
La neo-cultura de doctores neoliberales y administradores de empresas (tales como las iglesias, el Estado, la dictadura bancaria, los pulpos electrónicos y mediáticos, la industria extractiva, el rentable Moloch de la guerra perpetua) ha llegado a suponer que también el campo, sus productos, ríos y animales se pueden embotellar o sustituir por la agroindustria, las procesadoras de chatarra o la torcedura de los transgénicos como porvenir empobrecido en nombre de una falsa, a lo más raquítica, “abundancia” más de mercancía que de alimento verdadero.