Revista Semillas #75/76
Crisis climáticas y alimentarias. Causas, consecuencias y alternativas
"En este número de la Revista Semillas presentamos reflexiones sobre la convergencia de las crisis climáticas y de los sistemas agroalimentarios que vivimos hoy en el mundo, explorando su origen, las causas, los responsables y los conflictos socioambientales presentes en el ámbito global y en Colombia. También, resaltamos diversas experiencias locales de soberanía y autonomía agroalimentaria y energética, que nos muestran caminos que debemos seguir si queremos permanecer armónicamente en este planeta, de tal forma que nos permita construir una sociedad con equidad y justicia climática, energética, socioeconómica y alimentaria".
El planeta tierra ha pasado por múltiples eras geológicas, cataclismos y reinvenciones. Hace millones de años cuando se dio inicio a la vida, surgieron y evolucionaron múltiples formas de vida, también, muchas de ellas se extinguieron, estos ciclos de creación-extinción han sido una constante en el planeta característica de su capacidad de transformación. Sin embargo, la evolución humana, guiada por principios de superioridad sobre las demás formas de vida, nos ha llevado a creernos la especie dominante y como consecuencia explotar sin límites los territorios y la vida misma.
Esta forma de relacionarnos desequilibrada con la naturaleza y nosotros mismos ha conllevado a la extinción masiva de especies de fauna, flora, ecosistemas y culturas humanas.
El Antropoceno es una nueva era geológica definida por la actividad humana, principalmente desde la primera revolución industrial, que ha generado cambios profundos sobre el planeta. Especialmente, en las últimas décadas estas actividades industriales se manifiestan en cambios alarmantes como el aumento de la temperatura media global, generada principalmente por la quema de combustibles fósiles para la producción industrial, la obtención de energía y para los sistemas de transportes, entre otras. Actualmente, más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas y es responsable del 70% del consumo global de energía. Este modelo de industrialización insostenible está empujando a la sociedad a condiciones en las que nuestra propia supervivencia está en riesgo de desaparecer. Los indicadores climáticos evidencian en sus cambios alarmantes la actual crisis climática.
En años recientes se han registrado cifras record de temperaturas y también de máxima cantidad de CO2 en la atmósfera. Así mismo, es muy crítica la pérdida de biodiversidad, la deforestación de selvas, la contaminación de acuíferos y la acidificación del agua del mar. La degradación de los ecosistemas y sobre explotación del agua, suelo, aire y biodiversidad, entre otros, nos afecta a todos, puesto que se rompen los ciclos naturales del clima y la interacción de los ecosistemas con las poblaciones humanas. Una de las principales causas de las crisis climáticas actuales se relaciona con el cambio en el uso de la tierra, especialmente cuando se eliminan ecosistemas naturales para establecer monocultivos y cria industrial de animales.
Dentro de las prácticas agrícolas que han generado mayores impactos adversos son la aplicación de plaguicidas, que ha aumentado en un 61% desde la década de los noventa hasta la actualidad. Los plaguicidas son responsables de 200.000 muertes por intoxicación aguda al año, de las cuales el 99% se produce en países del Sur. Las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la producción industrial se han disparado en las últimas décadas, especialmente generadas por combustibles fósiles, que son responsables de una tercera parte de las emisiones contaminantes. El sistema agroindustrial, que ocupa alrededor del 33% de la superficie terrestre total, ha degradado los suelos y los ecosistemas, es responsable del 80% de la deforestación global y del 70% del uso de agua dulce, genera entre el 44 y 57% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que incluye actividades de deforestación, agricultura industrial y pecuarias, también el uso de agrotóxicos, fertilizantes químicos y combustibles fósiles. Otras fases de la cadena agroalimentaria también son responsables de buena parte del total de los GEI, como son el procesamiento y envasado de los alimentos y bebidas, el transporte por enormes distancias, la refrigeración de alimentos y el desperdicio de casi la mitad de toda la comida que produce.
La pandemia por la Covid-19 ha dejado varias lecciones profundas. Este virus ha profundizado la crisis alimentaria a nivel mundial y ha dejado al descubierto los mecanismos perversos del sistema capitalista globalizado y del sistema agroalimentario industrial, que han sido en décadas recientes el principal factor de la degradación de los ecosistemas, la contaminación ambiental, y la pérdida de biodiversidad, y se constituye en una fábrica del hambre y de epidemias, puesto que ha aumentado del riesgo de la aparición de nuevas zoonosis, como es el caso de la actual pandemia.
La convergencia de crisis alimentaria, energética, financiera y climática es el factor más importante de la actual crisis global que se ha evidenciado y se ha profundizado por la pandemia. Pero quienes han sido los generadores del tsunami perfecto de estas crisis, ahora nos plantean múltiples falsas alternativas como las “economías verdes” como solución a la crisis climática. Pero, en realidad se fundamenta en la conversión de la naturaleza en mercancía y en la creación de mercados basados en la privatización y financiarización de la naturaleza, que se centra en poner precio a la naturaleza, tanto a los daños como a los beneficios y en el uso incentivo propio del mercado, basado en la lógica de la compensación, mediante la valoración económica de equivalencias entre elementos de la naturaleza en aspectos como: infraestructura, sustitución de combustibles fósiles por agrocombustibles, plantaciones forestales, energías alternativas como hidroeléctricas, gestión ecológica basada en competitividad, mercados de carbono, programas REDD (Reducción de Emisiones de Carbono, por deforestación y degradación de bosques) y regulación del clima mediante geoingeniería, entre otros.
En el país los modelos de desarrollo insostenibles que se han perpetuado desde el siglo pasado, fundamentados en la destrucción de valles interandinos, cordilleras andinas, sabanas y selvas tropicales, han transformado estos ecosistemas naturales para ser destinados principalmente para ganadería extensiva y para plantaciones de caña de azúcar, palma aceitera, banano y arroz y cultivos de uso ilícito. Así mismo, muchas de estas áreas se han destinado para actividades de explotación minero-energética. Actualmente, se presenta una crítica situación de deforestación y de incendios, especialmente en la región amazónica, con consecuencias irreversibles sobre la pérdida de la biodiversidad y degradación de los suelos y de las fuentes de agua; que se han realizado principalmente para actividades de extracción de madera, ganadería extensiva y agronegocios industriales.
En el país el uso de plaguicidas de síntesis química se ha incrementado en un 360% en los últimos 20 años, sin que exista una regulación que controle las sustancias más peligrosas. El 54.2% de los hogares están en inseguridad alimentaria. La situación es más dramática en los pueblos indígenas y afrodescendientes, donde la cifra es de 77% y 68,9%, respectivamente.
En Colombia, desde hace más de treinta años se importan muchos de los alimentos básicos, productos que compiten con la producción local de alimentos, bajo condiciones ampliamente desiguales, causando que la producción nacional sea inviable, especialmente la agricultura campesina. La cadena de intermediación de la comercialización de alimentos genera que el campesinado reciba precios injustos, y la mayor parte de las ganancias se quede en manos de los distribuidores. Muchos de los productos procesados, como comestibles y bebidas, se comercializan como alimentos, pero entre sus ingredientes algunos no tienen valor nutricional o pueden generar graves daños en el organismo. Los hábitos de consumo de alimentos han provocado la reducción de alimentos básicos, como cereales, tubérculos, frutas y hortalizas, mientras que el consumo de alimentos ricos en azúcares añadidos, grasas y sal ha aumentado.
Estos hábitos han generado una situación nutricional crítica, que se expresa en aumento de sobrepeso y la obesidad y desnutrición. Hoy día en medio de la crisis generada por la pandemia, se hacen más evidentes y vigentes los caminos para buscar soluciones, no para volver a la normalidad, puesto que la normalidad de un modelo insostenible fue lo que nos llevo a las crisis mismas, sino para reconfigurar los escenarios tecnológicos, económicos y políticos sobre los cuales debería fundamentarse la producción y el consumo de los bienes comunes, de nuestros sistemas alimentarios y de salud, tanto del planeta como de la sociedad.
La Covid-19 nos deja ejemplos de acciones que deberíamos implementar para mejorar nuestros sistemas alimentarios y que nos invitan a volver a lo básico, como: recomponer los sistemas agroalimentarios nacionales, basados en sistemas de producción agroecológicos biodiversos. La red campesina nos ha demostrado que ha sido la forma más sostenible para producir los alimentos básicos que requerimos, puesto que nutren a más del 70% de la población; a pesar de que solo posee menos del 25% de las tierras agrícolas para cultivar alimentos y usa solo el 10% de la energía fósil y no más del 20% del agua que demanda la totalidad de la producción agrícola.
A pesar de su mayor exposición a los riesgos climáticos, originados por los modelos de desarrollo insostenibles, los campesinos de los países del Sur cuentan con prácticas que han logrado reducir la vulnerabilidad a los fenómenos climáticos extremos. Las pequeñas fincas campesinas son más biodiversas, utilizan agroforestería; las cosechas de agua y suelos son más eficientes energéticamente que los sistemas convencionales de monocultivo, superan en productividad por unidad de superficie a los monocultivos de gran tamaño. La política de desarrollo agrario integral se debería orientar a asegurar progresivamente que todas las personas tengan acceso a una alimentación sana y adecuada y que los alimentos se produzcan bajo sistemas sostenibles. Para lograrlo el gobierno nacional debe fortalecer los sistemas agroalimentarios campesinos, familiares y comunitarios, mediante políticas públicas rurales que permitan recomponer la autonomía alimentaria nacional mediante acciones como: la implementación de una real reforma rural integral, que incluya acceso a tierras, infraestructura, asistencia técnica, créditos, circuitos cortos de comercialización justos, políticas de compras públicas de la producción campesina, empoderamiento de las organizaciones y especialmente de las mujeres rurales, programas educativos y de concientización a las alcaldías, gobernaciones y a los consumidores, sobre aspectos como soberanía alimentaria, agroecología, comercio justo, consumo consciente y responsable, políticas de protección de los derechos de los consumidores, igualmente acciones para la prevención de pérdida y desperdicio de alimentos, entre otras.
Se debe construir de abajo-arriba, de lo local hacia lo global, pasando por lo regional. Especialmente, en lo alimentario se deben combinar acciones desde lo rural y lo urbano, articulando la producción biodiversa de alimentos campesinos con las economías populares, los intercambios y las alianzas territoriales con ejes metropolitanos y regionales, según las huellas ecológicas, la comercialización justa y el consumo responsable de alimentos.
En este número de la Revista Semillas presentamos reflexiones sobre la convergencia de las crisis climáticas y de los sistemas agroalimentarios que vivimos hoy en el mundo, explorando su origen, las causas, los responsables y los conflictos socioambientales presentes en el ámbito global y en Colombia. También, resaltamos diversas experiencias locales de soberanía y autonomía agroalimentaria y energética, que nos muestran caminos que debemos seguir si queremos permanecer armónicamente en este planeta, de tal forma que nos permita construir una sociedad con equidad y justicia climática, energética, socioeconómica y alimentaria.
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Fuente: Grupo Semillas