Desde la milpa se mira el mundo entero —dieciocho años después—
TERCERA Y ÚLTIMA PARTE
"El mundo es hoy un tramado de fronteras difusas que dispersan y fragmentan la vida y la historia de infinidad de comunidades urbanas y rurales. En este entrevero los focos de esta aparente marginación se multiplican y entonces surgen reivindicaciones de identidad que se hallaban subsumidas. Pero la identidad es en el fondo una reivindicación de historia propia, de historia común, no contada, no considerada. Así nos lo muestran sin fundamentalismo los pueblos originarios campesinos del continente americano, cuando reivindican su resquicio histórico, cultural, territorial. Todo rincón es un centro, el centro del mundo para la gente que habita e interactúa en estas grietas".
El horizonte
Hay un rasgo de la “comuna agrícola” […] que la debilita, que es hostil a ella en todos los sentidos. Es su aislamiento, su falta de conexión entre las vidas de las diferentes comunas. No es una característica inmanente o universal de este tipo de comuna el hecho de que se presente como un microcosmos localizado. Pero allí donde se presenta de esta forma, lleva a la formación de un despotismo más o menos central sobre las comunas. […]Todo lo que se necesita es reemplazar [el control del Estado, y por ende todo su edificio de procesos] [i] por una asamblea de campesinos elegida por las mismas comunas, un cuerpo económico y administrativo que sirva a sus propios intereses.
Karl Marx, primer borrador de respuesta a Vera Zasulich, 1881 [ii]
La historia revisada del devenir de la comuna campesina-indígena en México habla de un aislamiento difícil de entender por ser un encierro-exclusión que obedece al enorme edificio de procesos que enfrenta “este microcosmos localizado”. Para abarcar su sentido, con muchas más herramientas que las existentes en 1881, tenemos que entender el horizonte actual.
Se habla de “globalización” únicamente en términos espaciales, si acaso, y de manera difusa o ambigua. Parecería que el término se aplica a que “algo” alcanzó todos los rincones del mundo. Una imagen “globalizada” de la globalización es aquella de enclaves afines e interconectados para capas de la población que transitan entre pasillos de oficinas y factorías, aeropuertos, universidades, centros de inteligencia, malls, bufetes de abogados, oficinas de patentes, hoteles y lugares de diversión, centros neurálgicos de información, medios de transporte de aceleración creciente, redes electrónicas y satelitales de comunicación. Estos últimos sirven el propósito de interconectar esta capa como si fuera la única realidad. No importa que hablemos de la ciudad de México, Londres o Quito, San Petersburgo o Calcutta, Mogadischio o Tokio: vista desde dentro, con alguna perspectiva, esta capa es verdaderamente uniforme: un mundo global muy solitario, valga la paradoja. En la vecindad de estas capas, o en el mero centro de ellas, las otras capas contradicen la homogenización, por desgracia, en ocasiones, con otras presuntas uniformidades. En la práctica, las capas no conectadas son “exóticas”: su realidad se calibra con muchos espejos fragmentados. Después de usarlas como bienes de consumo (o antes si se las olvida), se les desecha, y no existen más. Si enfocamos en otra capa más invisible, aparece una “red” de proyectos (de producción, ensamble, tecnología o “servicios”) que rompen la lógica tradicional de los espacios geográficos donde se asientan atropellando la lógica social —y por ende política— de los colectivos que ahí sobreviven.
El sistema que tiende a la digitalización de todo el imaginario, el mundo de las redes sociales en Tweeter, Facebook, Instagram o Whatsapp pero, también, la encriptación de los sistemas de contabilidad, administración, contratación, registro, establecimiento de tratos mercantiles y la robotización extrema de la fabricación, el control del acaparamiento de tierras o la propia producción agrícola, parece ser el eslabón final de una automatización general que prescindirá del quehacer humano para siempre. Como dice el Grupo ETC en la presentación de su informe sobre la agricultura digitalizada, “Las fusiones extremas entre las corporaciones de la cadena agroindustrial y el avance vertiginoso de la digitalización de los procesos agrícolas están afectando la agricultura y la alimentación en todo el mundo. En la Agricultura 4.0. convergen plataformas de datos masivos y automatización, genómica y tecnologías financieras y su control busca extenderse sobre los factores más importantes de la seguridad alimentaria mundial. Por supuesto, la soberanía alimentaria no es prioritaria en este esquema" [iii].
Para entender la complejidad de este devenir actual, Larry Lohman, pregunta ante el entusiasmo por la automatización «¿Qué tiene eso que ver con las luchas en curso contra la extracción, la agricultura industrial, el cambio climático, los proyectos y corredores industriales de infraestructura, la destrucción de los bosques comunes, el reforzamiento de la supremacía blanca y todas las demás amenazas reales que enfrentan los movimientos sociales hoy en día? […] no prestar atención sería pasar por alto la avanzada de una política que comienza a tener impactos en todo el mundo, pues plantea nuevos problemas para los movimientos ambientales y laborales pero también para los movimientos que defienden los derechos de los humanos y los no-humanos» [iv]
Entenderlo como otro embate del capital en el interminable proceso de deshabilitación de las capacidades humanas que ha sido su manera de derruir los ámbitos de socialidad común y todos sus saberes mutuos para fragmentar como individuos usables, reusables y finalmente desechables a los seres que utiliza para generar ganancias, nos hace repensar con más cuidado la automatización como la sofisticación última de un sometimiento, pues esa automatización siempre requerirá del trabajo sucio, difícil, sometido de una infinidad de personas, y procesos varios de expoliación, devastación y destrucción de los entornos donde la gente vive. Dice Larry Lohman: «No están intentando comprender o siquiera estudiar las precarias relaciones de confianza y respeto entre lo humano y lo más-que-humano de las que ha dependido durante tanto tiempo el sustento de tantos millones. La Naturaleza 2.0 se ocupa de las rupturas en estas relaciones —que han visto a los campesinos de todo el mundo perder su confianza en las estaciones del año, al mismo tiempo que se ven empujados a perderle respeto al agua y la tierra que les rodea— con los intentos de remplazar la confianza y el respeto con tremendos volúmenes de operaciones criptográficas que consumen energía de un modo intensivo, ejecutadas a velocidades superiores a las del relámpago por procesadores de computadora hechos a la medida. Según dicen, la Naturaleza 2.0 sobrevivirá no a través de la confianza y el respeto, sino liberándose por completo (por medios mecánicos) de necesitar [confianza y respeto].
» […] Hay asociaciones público-privadas que ya dieron lugar a “hectáreas sin manos” en el Reino Unido que se plantan, cuidan y cosechan sin que ningún ser humano haya pisado los campos [v]. Un siguiente paso natural es fusionar dichos esquemas con libros de contabilidad cifrados que puedan hacer que cada detalle de tales operaciones sea visible para los consumidores en el otro extremo de la cadena de mercancías.
»De esta manera, las complejas relaciones de dependencia mutua que un campesino podría tener, digamos, con su vaca y con las fuentes locales de forrajes forestales —que tienden a desarrollarse a un cierto ritmo e implican una buena cantidad de trabajo de improvisación— se consideran mecanizables a través de vastas distancias una vez que esas relaciones son refinadas como conexiones estandarizadas entre “pares” anónimos mediadas por encriptación y desencriptación computarizada» [vi]
Jean Robert lo pone de modo semejante en su libro de próxima aparición Los cronófagos, cuando dice: «El capitalismo industrial se implementó gracias a una ilusión: la creencia de que una “fuerza de trabajo” extraída de la naturaleza —la energía— podrá remplazar todo esfuerzo humano; la falacia según la cual el progreso tecnológico acabará con toda fatiga. Los mexicanos que cruzan el Río Bravo tienen una perspectiva privilegiada sobre la más industrializada de las naciones. Si hubiera que hacer un censo de todo el esfuerzo físico que requiere la buena marcha de una sociedad cuyo ideal es la supresión de la fatiga de sus miembros, los braceros mexicanos podrían servir de testigos [de que no está siendo así]. Saben, porque les consta, que aun allá y aun en la esfera del trabajo asalariado, la energía de los motores no ha logrado ahorrar la fatiga de los músculos. Pero hay testigos mejores: sus mujeres, que son obligadas a caminar diariamente hacia las casas donde “lavan ajeno”, o sus hijos, que pasan semanalmente horas de pie esperando uno de los pocos autobuses o amontonados dentro de él. Todo parece indicar que ninguna sociedad puede funcionar sin ciertas cuotas de esfuerzo físico de sus miembros. Este poder del cuerpo puede ser aplicado directa y visiblemente a la producción de valores de uso o puede ser desplazado y ocultado» [vii]
Al ponerlo así, Jean Robert nos regresa a la crucial discusión que sigue estando en juego desde que se encerraron, secuestraron y acapararon los ámbitos comunes para escindir a la gente de sus entornos de subsistencia, literalmente arrancándoles de ellos y erosionando sus saberes y estrategias, para provocarles una precariedad que les impidiera resolver todo lo que más importa en la vida. En el centro de la discusión resalta el hecho de que para acumular, el capitalismo requiere derruir. Sólo en el aislamiento de las comunidades, que propicia también el capital, puede ocurrir con tanta impunidad este embate, esta guerra a la subsistencia que es el signo más reciente de desenraizamiento (piensen en Polanyi) que el capitalismo busca perpetrar. Dice Jean: «Decir que el capitalismo vive de formaciones no capitalistas es decir más exactamente que vive de la ruina de esas formaciones; y si tiene una necesidad absoluta del medio “no capitalista” con fines de acumulación, lo necesita como un suelo nutricio, un manto donde la acumulación pueda realizarse por absorción. En una perspectiva histórica, la acumulación de capital es un proceso metabólico que se desenvuelve entre modos de producción capitalista y precapitalista. La acumulación no puede efectuarse sin éstos, pero además, vista desde las formaciones no capitalistas, la acumulación consiste en su corrosión y su asimilación. La acumulación capitalista tampoco puede existir sin las formaciones no capitalistas que no logren durar junto a ésta. El desmoronamiento continuo y progresivo de las formaciones no capitalistas es la condición para la existencia del capital» [viii]
¿Es entonces la digitalización lo que realmente va a destruir las comunidades que tantos siglos han alojado la relación de seres humanos con la naturaleza, de la tierra y los cultivos en crianza mutua con las personas y las comunidades?
No es el único peligro. Éste es una eventualidad extrema que podemos vislumbrar como un fuerte ataque junto con los transgénicos y sus nuevas versiones de biología sintética que en realidad sustituyen todos los procesos humanos posibles en aras de una producción o “agricultura” de laboratorio. Edición genética, automatización y transgénicos de última generación son sin duda el horizonte que la guerra corporativa utiliza para impulsar ataques masivos que escinden del todo agrícola (controlado, digitalizado) a grandes conglomerados humanos, y trastocan la agricultura en una actividad aséptica en apariencia pero devastadora en extremo.
Uno de los enormes embates que las comunidades tienen, además del crimen organizado, los caciques, los partidos, las sectas religiosas, los megaproyectos y todo tipo de invasores de la “intimidad” de lo social en los ámbitos de convivencia decididos por la gente, son los programas de gobierno.
Con éstos, las dependencias buscan reconvertir el quehacer de la gente, el quehacer campesino, a sus premisas, es decir, hay de facto una sustitución nada equitativa, nada respetuosa de todo lo que la gente podría buscar en una labor cotidiana, colectiva, pertinente, creativa y animosa. Programas como Sembrando Vida [es tan ejemplificativo que no cesa uno de citarlo], buscan individualizar el trato, que las comunidades no recurran a su núcleo para decidir. No quieren que, como dice Marx, la gente cuente con asambleas que configuren “un cuerpo económico y administrativo que sirva a sus propios intereses, decidido por la propia comunidad”. Buscan que la gente que entra a ese programa responda a los instructores —generalmente técnicos con mayor o menor experiencia, pero bisoños si se les compara con la cauda de siglos que llevan las comunidades entendiendo lo que hace falta para reequilibrar la entropía propia de los años de utilizar un entorno. La secretaría de Bienestar en este caso, con María Luisa Albores, hoy secretaria del Medio Ambiente, promovió y promueve pagos directos de cinco mil pesos siempre y cuando la gente abandone sus quehaceres, sus cuidados, sus búsquedas cotidianas, para hacer un trabajo aparentemente “agroforestal ecológico”, que en los hechos ha desatado una serie de conflictos regionales en las zonas donde se ha buscado implementar el programa y dónde se reportan anomalías, deforestaciones para luego reforestar, menosprecio por los saberes campesinos, como suponer que el entrevero de la milpa es ignorancia campesina. “Tu milpa está muy sucia”, dicen, “hay que sembrar por hileras. Lo más preocupante es que buscan reconvertir miles de hectáreas de uso común en parcelas individualizadas (incluso geoposicionadas); buscan erradicar una estrategia milenaria de cuidado del monte que hoy en todo el sur global quieren hacer ver como la responsable los tantísimos incendios (cuando es muy sabido que tras los incendios está la mano del capital que busca abrir la frontera boscosa del planeta para continuar contabilizando sus ganancias).
La agricultura de montaña, itinerante, NO es roza, tumba y quema como se busca que la opinión pública crea. Aun agrónomos estadunidenses reconocen la antigüedad de estos sistemas y su viabilidad donde hay “una baja densidad de población, orientada a la subsistencia, con una alta concurrencia de bosques y producción simultánea de varios cultivos con distintos plazos de cosecha” [ix]. Según Frank Wadsforth, hablamos de unos 250 millones de familias que siguen utilizando agricultura itinerante, territorial o “migratoria” en todo el mundo. Y Wadsforth continúa: “Los cultivadores itinerantes generalmente tienen una preocupación particular en la subsistencia. Por consiguiente, sus parcelas cultivadas consisten por lo común en una mezcla compleja de plantas”. Hay quienes sugieren que esta mezcla termina rindiendo menos que los cultivos “puros”, pero Wadsforth aclara el punto: “Algunos sugieren que las interacciones interespecíficas no sólo protegen a los cultivos mixtos contra las plagas y enfermedades más que un cultivo puro, sino que además pueden hacer que las mezclas sean tan (o aún más) productivas que los cultivos puros”. Varias investigaciones terminan equiparando sus rendimientos, con el de los monocultivos. Pero su fortaleza y su resistencia son factores importantes [x].
Si nos hemos detenido en esta demostración recurriendo justamente a investigadores de Estados Unidos, tal vez es sólo que mucha gente cuestionamos, sobre todo en las comunidades que por milenios han cultivado el monte, por qué hay la pretensión de normarles la actividad, como si fueran neófitos [xi].
Tal vez parecería entonces que con digitalización, y un control mayor sobre todo lo que ocurre en las fincas, con toda la enorme privatización de las semillas que busca aprisionar los ámbitos y bienes comunes, en realidad termina encerrándose a la comunidad en el mundo moderno, sobredeterminado. Lo paradójico es que las dos cosas ocurren a la vez: se encierra a las comunidades, pero a la vez se les deja fuera.
Porque al fragmentar por escisión, arrancamiento o encierro, se aísla y se resalta. Si de nuevo miramos con cierto sentido de perspectiva descubrimos infinidad de países regionales.
No son paisajes, aunque así los vean los ajenos. Son un tejido de vidas e historias, asuntos inconclusos y condiciones materiales que configuran la desigualdad, pero también la resistencia. Para existir, dijimos, la globalidad deja huecos, enclaves de abandono dislocados de las decisiones. No es que tales enclaves estén totalmente fuera de los controles y aparentes ventajas del sistema. Con el cerco tendido se aprisiona y excluye, se utiliza y desperdicia, se ambiciona y desprecia.
El mundo es hoy un tramado de fronteras difusas que dispersan y fragmentan la vida y la historia de infinidad de comunidades urbanas y rurales. En este entrevero los focos de esta aparente marginación se multiplican y entonces surgen reivindicaciones de identidad que se hallaban subsumidas.
Pero la identidad es en el fondo una reivindicación de historia propia, de historia común, no contada, no considerada. Así nos lo muestran sin fundamentalismo los pueblos originarios campesinos del continente americano, cuando reivindican su resquicio histórico, cultural, territorial.
Todo rincón es un centro, el centro del mundo para la gente que habita e interactúa en estas grietas. La migración mundial y la dislocación producida por la lógica del capital, apuntan ambas a una concepción diferente de los enclaves, a una idea fluida, compleja, del territorio, de las regiones, que ya no puede atarse a un componente geográfico o “ecológico”. La verdadera desterritorialización es el exilio al que someten a la gente para precarizarla al extremo.
Así, después de muchos siglos de resistencia, nos topamos con una paradoja inesperada: la globalidad confiere perspectiva, horizonte. Y en ese horizonte, la autonomía deja ser retórica de intelectuales y se vuelve el único modo de repensarse como un colectivo, grupo, pueblo, comunidad o población que no quiere ser tragado por los programas, proyectos, políticas públicas y la política de marginación, expulsión, despojo y devastación que le tienen programada a la gente (cuando ni siquiera les consideran pueblos, con su propia historia y tradiciones, modos de la identidad o cuidados cotidianos). El menosprecio emparejador no deja otra salida a la gente que reivindicar su autonomía, es decir, su propia mirada de lo que ha de hacerse. Su salirse, ahora sí por cuenta propia, de las previsiones, y negarse a todo lo que desde el poder de corporaciones y gobiernos creen que pueden hacer para continuar con la expoliación extrema del mundo. Habrá conflicto, lo habrá. Pero es peor la sordidez de un silencio impuesto, o la intrascendencia de nuestras acciones que hacen pensar a la gente que no existe.
A quien piensa que la autonomía es una utopía, habría que responderle que tal vez sí o tal vez no, pero eso no es lo importante. Es el modo en que la gente responde ante lo que se observa. Ante lo que se requiere pensar, argumentar, decir y después sistematizar para emprender acciones de defensa y de reconfiguración de lo propio, y la reencarnación de nuestra imaginación. Dijo Mike Davis ayer en un seminario: “hoy cualquier postura que no sea lo suficientemente radical como para asumir las raíces y el enramado de la vida, es una traición a la gente del futuro”.
El campesinado “indígena” y “mestizo” mira sus propias condiciones como quien se para en una loma alta desde donde todo se divisa. Mira sus raíces y el entramado de la vida y se percata de que la historia de cada quien no era aislada. Pesan sobre otros y otras las mismas amenazas. Ninguna lucha volverá a ser única, local, insignificante. Todas las luchas están relacionadas. Siempre lo han estado, pero la gente no tenía cómo verlo. El horizonte actual permite rearmar el rompecabezas como nunca antes. Por eso los poderosos tienen tanto miedo de los campesinos, de los indígenas. Intuyen que desde la milpa se mira el mundo entero.
Referencias:
[i] Sustituimos con el corchete la referencia de Marx al volost: subdivisión administrativa territorial campesino-rural dirigida por los campesinos viejos y por los magistrados locales estrictamente controlados por el Estado, según aclara Shanin. Hoy podemos extender la idea, siguiendo sus mismos lineamientos, a todo el entramado de intermediarios, públicos y privados, que pesan sobre la comuna.
[ii] El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo. Edición y presentación de Theodore Shanin, Editorial Revolución, Madrid, 1990.
[iii] Grupo ETC, “La insostenible agricultura 4.0” https://www.etcgroup.org/es/content/agricultura-40
[iv] Larry Lohman, Cadenas de bloques, automatización y trabajo. Mecanizando la confianza. Cuadernos de la Red de Evaluación Social de Tecnologías en América Latina (Red TECLA), 2020, https://www.redtecla.org/noticias/para-entender-blockchain
[v] “How 5G will Change the Future of Farming”, CNN Business, 2 de abril de 2019: https://edition.cnn.com/2019/04/01/business/5g-farming/index.html. Ver también: http://www.handsfreehectare.com/
[vi] Larry Lohman, op.cit.
[vii] Jean Robert, Los cronófagos, de próxima aparicion
[viii] Jean Robert, ibidem.
[ix] Frank Howard Wadsforth, Forest Production in Tropical America, United States Department of Agriculture, Forest Service, 1997
[x] Ibidem.
[xi] Ver Eliana Acosta y Ramón Vera-Herrera, “¿Convertir en jornaleros a los guardianes milenarios? Sembrando Vida va sembrando confusión”, Ojarasca 268, agosto de 2019.
Ver artículos anteriores:
- Desde la milpa se mira el mundo entero - Primera parte
- Desde la milpa se mira el mundo entero - Segunda parte
Fuente: Desinformémonos