Vida artificial bajo la lupa
Aunque el tema de los transgénicos es uno de los más polémicos en todo el mundo, los promotores de la biología sintética –otra forma de manipulación genética que plantea nuevos riesgos– esperaban seguir fuera del radar público y regulatorio. No lo lograron.
Marcando un hito global en el tema, el Convenio de Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (CDB) decidió en su duodécima Conferencia, realizada en Corea en octubre 2014, que se debe aplicar el principio de precaución, que hay que tener en funcionamiento sistemas regulatorios adecuados a esta tecnología y que se deben realizar estudios de impacto ambiental efectivos antes de liberar al ambiente organismos, componentes y productos de la biología sintética.
La biología sintética comprende una serie de técnicas de manipulación de los genomas de microbios, plantas y animales, a partir de ensamblar secuencias genéticas sintetizadas artificialmente en laboratorio. El objetivo es hacer organismos vivos que cumplan funciones nuevas –cambiando su metabolismo, por ejemplo– o creando organismos vivos sintéticos completos. Las regulaciones existentes sobre transgénicos son insuficientes, porque se trata de insertar un gran número de secuencias sintéticas simultáneamente, o de por ejemplo, edición de genomas, que implica alterarlos sin insertar nuevos genes, todo con interacciones e impactos impredecibles. La creación de seres vivos autoreplicantes, totalmente sintéticos, obviamente no está prevista en ninguna legislación ni existe capacidad de evaluar sus consecuencias.
Pese a los riesgos que implica, algunos países han permitido a la industria desarrollar productos que empiezan a llegar a los mercados. Esos mismos gobiernos actuaron ahora en defensa de la impunidad de las empresas, lamentablemente logrando que faltaran aspectos importantes por cubrir en la decisión de la ONU. De todos modos fue una decisión clave porque puso fin a la época de salvaje oeste de la biología sintética. Hasta ahora los promotores e industriales de la biología sintética venían actuando con total irresponsabilidad, sin supervisión pública y sin tener que informar a los consumidores ni dar cuentas de los posible impactos en el medio ambiente, la salud y sobre las economías de campesinos, indígenas y países del Sur.
Ahora esto debe cambiar inmediatamente, al menos para la liberación ambiental de esos organismos y productos. El CDB también acordó formar un grupo de expertos para analizar la tecnología y sus impactos en detalle, que debe tener representación igualitaria de todas las regiones e integrar representantes de pueblos indios, comunidades locales y sociedad civil. Entre otras tareas, se le encomendará analizar los impactos de la biología sintética sobre la biodiversidad, la salud y aspectos socio-económicos, así como analizar cómo debe ser un marco regulatorio adecuado y qué aspectos podrían ser cubiertos por organismos existentes, como el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad. Los resultados serán discutidos en el cuerpo técnico del Convenio y presentados en la próxima conferencia del CDB, que se realizará en México en 2016.
Las más grandes trasnacionales petroleras, energéticas, de agronegocios, químicas y farmacéuticas están entre los mayores inversionistas en biología sintética. Dos tercios de las inversiones están en la producción de combustibles, usando microbios modificados sintéticamente para procesar celulosa, esperando poder apropiarse de más biomasa cultivada o natural para usar como materia prima. Ya hay trasnacionales produciendo ese tipo de combustibles en Brasil, pero no han podido escalar la producción. Otra actividad es la producción de plásticos a partir de biomasa, fundamentalmente maíz, como ya están haciendo las gigantes de agronegocios DuPont y ADM en Estados Unidos. Esto aumenta la demanda de maíz, caña de azúcar y otros cultivos, exacerbando la competencia con la producción alimentaria y la disputa por tierra, agua, nutrientes.
Otro sector de la industria de biología sintética está produciendo sintéticamente principios activos de plantas para aplicar en farmacéuticos, cosméticos, fragancias y saborizantes de alto valor, como azafrán, vetiver, vainilla, anís estrella, pachouli, aceite de coco y otros. En la mayoría de los casos, esto significa desplazar la producción natural y sustentable de cientos de miles de campesinas, campesinos e indígenas en África, Asia y América Latina.
Pese a ser un parteaguas, la decisión del CDB se quedó corta ante lo que proponían la mayoría de los países del Sur, que plantearon establecer una moratoria a la liberación comercial y ambiental de organismos y productos de la biología sintética, para poder analizar sus impactos y tener un debate social informado antes de que nos inunden los mercados. Bolivia asumió el liderazgo proponiendo esa moratoria, acompañada por Malasia, Filipinas, varios países caribeños y muchos otros del Sur. Al otro lado, principalmente Canadá, Australia, Brasil, Japón, Reino Unido, jugaron a favor de la irresponsabilidad de la industria y contra los intereses de la gente común. Estados Unidos, uno de los defensores de esta industria, al no ser miembro del CDB, actuó a través de otros países, tratando de impedir cualquier forma de control. Justamente en esa impunidad, el proyecto Glowing Plants anunció que en breve difundirá miles de semillas de una planta manipulada sintéticamente para ser fluorescente, para plantar en jardines, como adorno, por todo el país. La contaminación no será decorativa ni quedará en sus fronteras. Pese a este deplorable ejemplo, definitivamente la decisión del CDB es un avance al colocar el problema en la agenda oficial y favorecer el debate público.
Silvia Ribeiro, Investigadora del Grupo ETC
Fuente: La Jornada