Uruguay: remar contra la agrocorriente
Hay vida más allá de la soja y la forestación. Todavía existe un Uruguay rural que produce básicamente para el consumo interno con tecnologías de bajo impacto ambiental.
Estudiantes de Agronomía por otro Agro (Brecha)
REMAR CONTRA LA AGROCORRIENTE (25/01/13)
Hay vida más allá de la soja y la forestación. Todavía existe un Uruguay rural que produce básicamente para el consumo interno con tecnologías de bajo impacto ambiental. Para impulsar este sector hacen falta técnicos como los que pretende formar la Asociación de Estudiantes de Agronomía.
“Nuestra idea de país y de nuestro trabajo como agrónomos apunta a colaborar con el productor familiar que mantiene la cultura de vivir en el campo y de respetar la naturaleza”, dijo a Brecha un grupo de estudiantes de agronomía en el marco del congreso nacional y latinoamericano celebrado durante más de diez días en Paysandú y diversas localidades del país.
La primera parte tuvo lugar entre el 14 y el 18 de enero en la Estación Experimental Doctor Mario A Cassinoni de la Facultad de Agronomía de la UDELAR, a siete kilómetros de Paysandú. En ese marco los miembros de la Asociación de Estudiantes de Agronomía (AEA) organizaron el encuentro interdisciplinario con estudiantes de siete países de la región y diversas organizaciones sociales y rurales, que reunió a casi 200 participantes.
La peculiaridad del encuentro fue el desarrollo de pasantías –por primera vez en los 22 congresos que lleva celebrados la Confederación Caribeña y Latinoamericana de Estudiantes de Agronomía (CLAEA), a la que pertenece la AEA– en ocho localidades del Interior, entre pequeños productores y asalariados rurales, y en Montevideo en el Apex-Cerro, cooperativas de vivienda y en la red de ecología orgánica. Son esas pasantías, denominadas “vivencias en organizaciones”, las que delinean en los hechos un perfil de agrónomo diferente al hegemónico, vinculado a la población local que vive en el campo y no al agronegocio.
DEBATE Y TRABAJO.
Sentadas a la sombra de enormes árboles que alivian el calor del mediodía, Sheila, Magdalena, María y Soledad explican las características del encuentro. Llegaron poco más de 180 personas entre estudiantes de Agronomía, miembros de organizaciones rurales, entre los que destacan trabajadores cañeros de Bella Unión, naranjeros de Paysandú y pequeños productores del departamento, a los que se suman un puñado de estudiantes de otras carreras, miembros de Extensión Universitaria y delegados de Brasil, Argentina, Bolivia, Chile, Colombia y Guatemala.
En sintonía con la organización regional, la asociación de estudiantes enarbola cuatro principios: la defensa de la madre tierra, la soberanía alimentaria y la agroecología, un movimiento estudiantil en defensa de una educación pública, gratuita y de calidad, y el trabajo junto a movimientos sociales, “porque entendemos que el cambio social va de la mano de la participación de los movimientos”. Cada día se abordó uno de esos ejes, y se realizaron paneles con especialistas por la mañana y talleres optativos simultáneos por la tarde.
“Luego hay un trabajo en brigadas”, explican. “Son grupos de unas 20 personas que todas las tardes hacen un seguimiento del encuentro, además de cubrir la logística, servir las comidas, ayudar en la cocina y la limpieza de los pabellones. La gente no viene esperando que una empleada les limpie y les cocine sino que todo se hace en conjunto, de modo autogestionado, por eso se van rotando las brigadas en las tareas desde la levantada y el desayuno hasta la cena y la evaluación diaria.”
Una modalidad de encuentros para trabajar y compartir que la AEA viene implementando desde tiempo atrás, que tuvo su clímax durante la crisis de 2002 cuando la asociación y la facultad se destacaron en el apoyo al movimiento de huertas urbanas, pero que luego fue decayendo. “La federación de estudiantes de Brasil es un referente en este modo de hacer”, apuntan. Un modo de hacer infrecuente en el movimiento estudiantil agrupado en la FEUU, que ellas definen como “militancia social horizontal”.
En los paneles destacó la ponencia del fiscal Enrique Viana dedicada a la relación entre protección ambiental y soberanía nacional. Sostuvo que vivimos un debilitamiento del Estado-nación frente a “las corporaciones anacionales privadas” que “se tutean con los gobiernos de los estados como si éstos fueran sus pares”. Una relación en la que no participan las poblaciones y que da pie a nuevo colonialismo, dado que “la empresa privada consigue para su actividad industrial una doble cesión de poder: territorio y estatuto de excepción”.
La ingeniera agrónoma Anahit Aharonian reflexionó sobre las consecuencias que el creciente control ambiental en los países desarrollados está teniendo en los países del Sur, donde han migrado “capitales, inversiones y externalidades ambientales” en busca de controles más relajados. El resultado, en un trabajo que comparte con el agrónomo Carlos Céspedes, la bióloga Claudia Piccini y el geólogo Gustavo Piñeiro, se concreta en que los “rubros agrícolas tradicionales vienen siendo desplazados a suelos comparativamente de menor rendimiento”, debido a la concentración y extranjerización de la tierra.
Pero el debate más intenso giró en torno a qué tipo de universidad impulsar y, por lo tanto, al perfil profesional del egresado. Se debatió sobre si lo más conveniente es crear una universidad popular, o bien popularizar la universidad actual. También se manifestó cierta insatisfacción con el cogobierno actual, en la medida en que se apeló a la democratización de la universidad estatal, “evitando que las prácticas de autonomía y cogobierno queden encerradas en los órganos de cogobierno”.
OTRA AGRONOMÍA ES POSIBLE.
La masiva presencia femenina entre esta porción de aspirantes a agrónomos llama la atención. Por lo escuchado y lo conversado, se trata de un sector minoritario entre los estudiantes pero que va cobrando cuerpo en formas de hacer, en debates y propuestas alternativas al modelo de agrónomo hegemónico, que antes se vinculaba a familias con campo y ahora al agronegocio. La edición periódica de Suma Sarnaqaña que se define como “revista de agronomía social”, forma parte de esta inflexión.
Las “vivencias” durante esos cinco días con pequeños productores buscaban, según los convocantes, involucrar a los estudiantes en “un intercambio de saberes en grupos reducidos, generando sensibilidad frente a las problemáticas” de ese sector de productores y asalariados.
El coordinador de las pasantías, Santiago, explicó que se trata de “un acercamiento a la realidad rural del país a través de la cotidianidad, de conocer cómo viven los productores y asalariados rurales, los problemas que enfrentan a diario y la capacidad organizativa para resolver y responder a sus necesidades”. Apuntó que “la pasantía nos permite acercarnos a la cultura que poseen en cuanto a alimentación, tradiciones, fiestas populares (criollas y otras), y a los vínculos sociales que se crean en el medio rural y con las instituciones del Estado”.
La comprensión de la realidad rural pasa por “una postura de escucha, respeto y tolerancia de la diversidad a la que nos acercamos”. El trabajo de los grupos, explicó, “no apunta en este caso a una intervención técnica ni política en la realidad social a la que se vincula, y se pretende que el análisis de esta etapa sea el disparador de futuras intervenciones en el territorio”.
Los lugares elegidos fueron Bella Unión, donde tienen relaciones históricas, colonias del Instituto Nacional de Colonización (“para conocer las diferentes experiencias de acceso a la tierra de asalariados rurales y grupos de productores familiares y su funcionamiento”), Colonia Arerunguá, una colonia en el Valle del Lunarejo, mientras en Artigas se juntaron con “productores tabacaleros de muy pequeña escala y con un grupo de productores tamberos que accedieron a tierras y formarán un tambo cooperativo”.
También fueron grupos de estudiantes a Guichón, Castillos, Basalto 31 (Tacuarembó) y Cerro Pelado (Maldonado), donde se acercaron a conocer el rol que juegan las sociedades de fomento rural.
Sofía reflexiona que la asociación de estudiantes “estaba bastante desvinculada de las organizaciones rurales, y un camino para recuperar el vínculo son las pasantías que se hacen en conjunto con Extensión”. Y remata: “Tenemos un concepto de agrónomo diferente. No somos de esos que vamos a la facultad porque nuestros padres tienen tierras. Aprendimos que hay otras alternativas a la de integrarnos al agronegocio y que aunque en Uruguay no tenemos campesinado hay necesidades de desarrollo de otro tipo, por eso optamos por trabajar con pequeños y medianos productores y asalariados rurales”.
“El agrónomo del agronegocio trabaja en términos de rentabilidad, cuando el perfil que pretendemos formar es el que defiende la soberanía alimentaria, conservando los bienes naturales y mejorando las condiciones de vida de la sociedad rural”, agrega Santiago.
Las casi dos semanas de encuentros, debates e intercambios culminan este sábado 26 en Cololó, un emprendimiento que es todo un símbolo del tipo de desarrollo y de trabajo al que aspiran estos que se definen como “estudiantes críticos”.
Raúl Zibechi