Uruguay: Marcha por la tierra y el agua
Un nuevo movimiento y un movimiento de nuevo tipo están naciendo en el período de mayor crecimiento de la economía y el consumo, poniendo en cuestión el modelo de desarrollo y sus consecuencias sociales y ambientales.
La contaminación de las fuentes de agua de OSE otorga un impulso y una credibilidad inesperados al naciente movimiento social que pone en cuestión un desarrollo basado en la utilización intensiva de la tierra y el agua. Bienes comunes que las autoridades reconocen están siendo afectados y cuyo uso debería ser regulado.
La IV Marcha en Defensa del Agua, la Tierra y los Bienes Naturales, realizada el 10 de mayo, fue un espejo de buena parte de la sociedad uruguaya en el que se reflejaron desde los pequeños y medianos productores rurales hasta las contraculturas juveniles urbanas. Demasiada diversidad para algunos; escasa contundencia y falta de propuestas alternativas para otros.
El nacimiento de un movimiento social, que de eso se trata el proceso que estamos viviendo en los dos últimos años, es un acontecimiento que, por excepcional, debería ser celebrado en una sociedad que necesita como pocas remover la modorra de abajo arriba, paso previo para que se produzcan cambios en la cultura política. Mirando hacia atrás, los modos y formas de este movimiento sintonizan con los modales que mostró la campaña por el voto verde hace 24 años, que también esgrimen otros movimientos como el feminista y el que defiende el matrimonio igualitario.
Dos años es mucho
A comienzos de 2011 pequeños grupos de productores rurales de Valentines y vecinos de Punta del Diablo y La Esmeralda comenzaron a formular críticas al proyecto minero Aratirí y al mineroducto que trasladaría el hierro hasta un puerto en las costas de Rocha. Hace dos años, el 13 de mayo de 2011, se realizó la primera marcha en Montevideo, desde General Flores y Propios hasta el Palacio Legislativo, convocada por productores de Cerro Chato y Valentines y pobladores de Rocha.
La cuarta marcha fue convocada por 40 colectivos que se agrupan en cuatro regionales y confluyen en una coordinación, la Asamblea Nacional Permanente, que mantiene encuentros y reuniones periódicas. En sólo dos años el movimiento fue capaz de tejer una amplia red organizativa territorial que abarca 16 departamentos y funciona de modo horizontal, con acuerdos que se toman por consenso luego de consultas a los grupos de base.
A diferencia de otros movimientos, en particular los que se movilizaron contra la instalación de la fábrica de celulosa Botnia en Fray Bentos, en la Asamblea Nacional no hay ong ni funcionan grupos de carácter partidario, aunque es posible ver algunos militantes de partidos que deben sujetarse a la dinámica que imponen los acuerdos consensuados. La mayor parte de los grupos de base son pequeños colectivos con menos de una decena de miembros, aunque algunos congregan hasta treinta activistas permanentes. El hecho más común y diferenciador de este movimiento es que descansa en la lógica asamblearia, instancia ineludible para tomar decisiones y llevarlas a la práctica. La delegación es mínima, por ahora, y se limita a los ámbitos de coordinación regional y nacional.
Esa cultura es su principal, pero no única, seña de identidad. Al igual que las personas, un movimiento no debe ser comprendido sólo por lo que dice ser sino, sobre todo, por lo que hace para poder ser. Una vocación comunitaria, emparentada con la lógica asamblearia, parece atravesar a esta multitud de colectivos en movimiento. “¡Comunidad somos nosotros!”, pudo escucharse en la proclama leída en la plaza Independencia. ¿Alguna vez algún movimiento social se presentó de ese modo en este país?
“Nuestra lucha no es sólo ambiental”, apuntó la proclama. Aprendiendo de lo sucedido en los últimos años con las demandas ambientalistas, que fueron reconducidas por los especialistas y las ong al terreno de los estudios técnicos, la Asamblea Permanente pone en el centro de sus críticas el modelo actual que “nos perpetúa como exportadores de materias primas”. En esa crítica caen desde los monocultivos de soja transgénica hasta la minería de gran porte y el extractivismo urbano de la especulación inmobiliaria.
El movimiento tiene su futuro garantizado, toda vez que ya nadie pone en duda las consecuencias del modelo y hasta los montevideanos perciben que lo que sucede en remotas áreas rurales impacta en su calidad de vida. La ex petista Marina Silva cosechó el 20 por ciento de los votos en las últimas elecciones enarbolando el ambientalismo, y el próximo año será una dura rival de la presidenta Dilma Rousseff.
Este novedoso movimiento es el primero en muchos años que nace en el Interior, donde tiene su mayor arraigo. Para seguir creciendo debe vencer un obstáculo no menor: las microculturas ideologizadas y los egos personalistas, yerbas malas del asfalto que pueden esterilizarlo o conducirlo hacia callejones sin salida.
- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada y es colaborador de ALAI.
Fuente: ALAI