Un banco vivo de semillas para replantear la producción alimentaria
El Centro Agroecológico Rosario alberga más de 400 especies y variedades desde hace 35 años para mantener vigente el patrimonio biológico de la ciudad.
En un contexto actual con necesarias discusiones sobre los procesos de producción y el uso de los suelos y los territorios, hay un lugar en la ciudad que sirve como ejemplo para pensar nuevas formas de producir y de generar alimentos. El banco de semillas del Centro Agroecológico de Rosario (CAR), a través de un mantenimiento constante de biodiversidad en la zona sur, alberga más de 400 especies y variedades de diferentes plantas, la mayoría de ellas comestibles, y plantea una posibilidad agroecológica certera en un panorama mundial dominado por la distribución inequitativa de alimentos y la discusión en torno a los modelos productivos de los mismos. Durante la Semana de la Agricultura Urbana en Rosario, en la que hubo actividades diarias en distintos puntos de la ciudad, el banco tuvo su stand y fue de los más concurridos.
El CAR es un lugar en el que la naturaleza marca la agenda de trabajo y donde se escuchan ruidos que ni siquiera en los parques se pueden percibir, con pájaros e insectos a montones. Todos los miércoles, abre sus puertas, en Lamadrid 250 bis, para quienes quieran participar de la cosecha, la trilla (o separación), la limpieza, el envasado y el etiquetado de los ejemplares.
El origen de todo fue de la mano del ingeniero agrónomo Antonio Lattuca junto a “Lucho” Lemos, coordinador en los inicios del banco, quien falleció el mes pasado. Lattuca lo tiene presente durante toda la charla, con cada recuerdo que trae sobre los inicios de la producción agroecológica en Rosario cuando en Pichincha, barrio en el que vive y donde impulsó algunas huertas comunitarias, "todavía había baldíos": primero con una ONG, en 1987, para luego presentar el programa a la Municipalidad en 1990 y comenzar a la par de la iniciativa “Pro-Huerta” del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta).
“Tengo la imagen de (barrio) Molino Blanco, que en ese momento cada casa tenía sus espacios y cada persona que llegaba del interior traía algo de su lugar: algodón, mandioca, maíz, plantas medicinales. En ese momento, surgió la importancia de las semillas”, cuenta sobre los primeros procesos para que las semillas que venían de otros lados “se adapten a nuestras condiciones. Eso lo impulsó Lucho, que más trabajó en el tema”.
Afirma que de quienes más aprendió fue de los correntinos que llegaron a vivir a Rosario a finales de la década de 1980: “Tienen una relación muy especial con las plantas. En la facultad no vemos todo eso y lo que propone la agroecología es, justamente, la construcción de un conocimiento entre la sabiduría popular y lo científico”.
Padrinos y madrinas de semillas
“El banco de semillas está vivo”, dice Antonio, y explica: “A diferencia de otros bancos de semillas, que están en una heladera, la idea de Lucho y los compañeros que lo armaron fue que sea un banco vivo; es decir, que las cosas estén sembradas, acá o en otros lugares, para que no se pierda el conocimiento de para qué sirve cada planta”.
Para apuntalar la idea del banco vivo, se sumó un programa de padrinazgo y madrinazgo de semillas en el que dos veces al año (en otoño y en primavera) se reparten semillas a voluntarios que se comprometen a aprender, de la mano de los coordinadores del CAR, cómo se cultivan y producen, para quedarse con la planta y devolver un poco de la misma para seguir contribuyendo al banco de semillas. “La idea es tener las semillas para resembrarlas cada dos o tres años. Todo el banco tiene que estar recirculando en ese período”, explica Javier Couretot, ingeniero agrónomo del centro.
En muchas ocasiones, las semillas que se traían no eran aptas para las condiciones meteorológicas de entonces. Pero eso no era un problema, porque Lucho, según recuerda Antonio, “adaptaba las semillas”. Al punto que hoy se puede ver, en el predio de zona sur, árboles de guayaba, mango, banana o maracuyá: “La idea es mostrar que acá se puede hacer todo. O casi todo”.
El método de trabajo en el CAR se basa en la tecnología de proceso: las personas pueden hacer todo sin depender de insumos externos. “Es una tecnología liberadora porque tenés desde la semilla hasta los fertilizantes”, dice Antonio. Se aprende mientras se hace.
Cada uno aporta un saber previo para colaborar con la experiencia colectiva. "Las tecnologías de proceso se basan en que las innovaciones dependan más de la capacidad de encontrar soluciones a partir de los recursos disponibles localmente, tanto en el trabajo de las personas como del conocimiento que se aplica”, suma Javier.
Con las distintas especies y variedades que hay en el CAR se desarrollan repelentes, estimulantes y fungicidas de origen natural. El abono de la tierra se hace con las hojas del barrido público de la ciudad y de las mismas que caen de los árboles, además del rumen que sobra de un frigorífico que hay enfrente. El único insumo es el sistema de riego.
Lógica ecológica
En el CAR todo tiene un por qué. La disposición de las especies y sus variedades en el terreno no es aleatoria. “Es la lógica ecológica, que hoy se está integrando porque durante años se negó para imponer la lógica industrial”, expresa Javier, mientras señala una caléndula y explica que además de poder comer sus flores (tienen un sabor intenso al principio y suave hacia el final), sirve como "planta trampa" protectora de un brócoli cercano ya que atrae los pulgones blancos que pueden afectar a esta última especie.
Una de las plantas más llamativas del predio es un ejemplar de tabaco. Antonio detalla que en la agricultura ecológica se usa como insecticida, además de las plantas medicinales: “Tenemos una colección grande. Una de las primeras que tuve fue la melisa, que le dicen toronjil también y la trajo Stella, una mujer correntina”. Arranca una hoja, la frota y el olor es aliviador.
Nutrir el suelo y brindarle condiciones óptimas decanta en mejorar la producción y, por consiguiente, la alimentación. Javier explica: “Además de cultivar alimentos y plantas medicinales, cultivamos suelo, microorganismos e insectos, que necesitamos en grandes cantidades para mejorar la polinización y para que se regulen entre ellos”.
“Una planta cumple hasta ocho o nueve funciones en un lugar. La posibilidad de tener un diseño con alta diversidad es la garantía de que un sistema se autoregule”, explica Javier. Justo en un contexto en el que ya se perdieron miles de hectáreas de humedales, con su respectiva biodiversidad.
Cambio cultural de alimentación y producción
La producción de los alimentos agroecológicos en el CAR da lugar a pensar si este modelo no podría escalarse. “Si pensamos que hay muchas personas que no tienen necesidad económica y que están buscando cultivar, es que no se trata solo de dinero sino de una cuestión de calidad de vida con lo que comés y con lo que hacés”, considera Javier.
El ingeniero agrónomo detalla que, actualmente, el 70% de las calorías de origen vegetal de la dieta humana están concentradas en solo 12 especies de plantas, en una lista en la que el arroz, la papa, el trigo y la soja son los principales exponentes: “Las demás especies se van perdiendo y el paladar, también. Hay que generar conciencia de que esto pone en riesgo el futuro de la alimentación”.
A eso, Antonio aporta: “No es un problema de cantidad sino de distribución. Hay una gran cantidad de alimentos que se tiran. La verdura y fruta agroecológica, si están bien hechas, son mejores que las otras en todo sentido. Pero no solo porque no tienen veneno sino porque son completas: cuando comés una lechuga producida en forma industrial, no comés todos los elementos que te puede aportar esa lechuga”.
En el banco de semillas del CAR no se ven semillas sino el resultado de lo que las semillas dan; se ve lo que Antonio y Lucho empezaron hace 35 años. Sobre 2010, el programa editó un manual de producción de semillas que sigue vigente. En su presentación, se rescata una frase de una publicación brasileña: “La energía contenida en una semilla es semejante a la de un amanecer”. Amanecer, tal vez, de cambios profundos en los hábitos y la producción, más amigables con el medio ambiente.
Fuente: La Capital