Suplemento Ojarasca N° 169
La inesperada y casi repentina aparición pública de las bases de apoyo del ezln el 7 de mayo, hasta colmar la plaza central de San Cristóbal de las Casas, ni siquiera pretendió recordar la guerra que sus comunidades viven cotidianamente hace 17 años, los que llevan de resistencia, autonomía y buen gobierno.
Los zapatistas se movilizaron para demandar un alto a las otras guerras de ese estado de guerra; esta vez no hablaron de la suya. A pesar del increíble, injustificado y antiprofesional silencio mediático, entre 15 y 20 mil indígenas zapatistas demostraron que aquí siguen, en guardia.
No son los únicos. Los wixárika andan defendiendo sus sierras jaliscienses, y en tierra adentro, el desierto de Virikuta. La policía comunitaria guerrerense tiene bien puesto el ojo en la Montaña organizada. En las comunidades zapotecas del Istmo de Tehuantepec crece el rechazo al fraude de las transnacionales españolas de energía eólica. Los pueblos yaquis están al pie del cañón para defender su río y su valle.
La guerra del gobierno contra el crimen es desorganizada, el enemigo no tiene forma y suele parecerse al poder institucional (de este reflejo mutuo van cuatro o más sexenios). Los pueblos indígenas en cambio no se les parecen. Piensan y actúan diferente. No dejan de organizarse. No permanecen impotentes ante el arrasamiento. Aprenden. Resisten. No han dejado de hacerlo.