Red Puna: “Poner en el centro nuestra propia vida”
Desde hace 27 años, comunidades campesinas y originarias de Jujuy se organizan para hacer crecer la soberanía alimentaria, la economía regional y la equidad de género. Más de 1.200 familias forman parte de esta red que abarca la comercialización de alimentos locales, un emprendimiento de mujeres tejedoras, cambalaches y ferias de semillas en las tierras del norte argentino.
La Red Puna es una asociación civil, un puente entre comunidades campesinas y originarias, un espacio de comercialización local, un grupo de tejedoras organizadas, una marca de artesanías, una feria de semillas, un cambalache. Lleva 27 años tejiendo organización y economía regional en la Puna jujeña y la Quebrada de Humahuaca. Hoy, nuclea a unas 25 organizaciones –que van desde grupos autoconvocados y cooperativas hasta comunidades aborígenes y centros vecinales-, con más de 1.200 familias de comunidades rurales.
María Guadalupe Tolaba es una de las referentas de esta red, de la que forma parte desde sus orígenes. Nacida y criada en Tumbaya, en la zona sur de la Puna, es hija de una de las tantas familias campesinas que produce llamas, ovejas, cabras y diferentes cultivos en las tierras de colores y alturas del norte argentino. Y es también una de las tantas mujeres tejedoras de la provincia. Hoy, Guadalupe vive en Tilcara, desde donde trabaja en el área de Género y Artesanías de la Red Puna, en un emprendimiento de la economía social que reúne a unas 120 tejedoras para producir y comercializar sus artesanías mediante un precio justo y solidario.
Pero esta es solo una de las áreas de trabajo de la red. Como sus integrantes son campesinxs, criadorxs, tejedorxs, realizan toda la cadena de su principal producción, la llama: desde la crianza y la parición hasta la comercialización de la carne y los tejidos. Para ello, en la zona norte de la Puna, poseen una planta de chacinados donde venden carne fresca, charqui y un largo listado de unos 64 productos, todos derivados de la llama. Mientras tanto, las mujeres utilizan la fibra del animal para hacer los tejidos y comercializarlos tanto a través de ventas online como mediante un local en Tilcara. Un emprendimiento que puso en valor las técnicas ancestrales de tejido, la tierra y la cultura de la que forman parte, y, sobre todo, el enorme trabajo que como mujeres de comunidades rurales realizan día a día.
Las diferentes comunidades nucleadas en esta red, que abarca un amplio territorio organizado en micro redes, también producen cultivos. “Ancestralmente, producimos papa andina en bastantes variedades. También hacemos la quinoa -que es un producto que volvimos a sembrar porque se estaba perdiendo-, arveja, habas: cultivos que han estado desde siempre”, cuenta Guadalupe. Y agrega que ahora, gracias a los invernaderos, mucha gente también produce cultivos de hoja y otras verduras para consumo propio que antes se veía obligada a comprar.
Siglo XX, cambalache
La Red Puna nació hace casi tres décadas, en el año 1995, en un contexto donde el neoliberalismo y la falta de empleo crecía en el país a medida que disminuía la presencia del Estado y las políticas públicas. “Nuestros productos campesinos dejaron de valer”, recuerda Guadalupe y cuenta que, al descubrir que las diferentes comunidades jujeñas sufrían las mismas problemáticas, empezaron a juntarse. “Entonces, nos fuimos encontrando en la pregunta de cómo resolvemos nosotros, porque tampoco el gobierno daba mucha respuesta. Hubo un primer tiempo de encuentro para conocernos, compartir nuestros problemas y, luego, para afrontarlos juntos”, agrega.
Una de las primeras experiencias colectivas que realizaron fue la venta de carne. En esas primeras épocas, nacieron también dos iniciativas que se mantienen hasta hoy: los encuentros de “cambalache” que implicaron la recuperación de una práctica ancestral para intercambiar sus producciones y alimentos, y poco después, la Feria de Semillas, otro espacio de intercambio “para poder seguir cultivando y que el producto sea sano y bueno”, explica la integrante de la red.
—¿Qué es el cambalache? ¿Cómo empezó?
—Fuimos de los primeros que implementamos el cambalache de vuelta. Toda la vida se hicieron, pero de forma individual: la gente se iba al valle con su tropa de burros, llevaba sus cosas y se traía el maíz o cosas así para todo el año. Algunos se encontraban con otros “troperos”, que los llamaban, y compartían el camino. De mi zona, venían con sal, mucho charqui y carne fresca, y papa también. Entonces, se iban a Jujuy o Perico, y compraban maíz, lo hacían moler para distintas harinas y se lo llevaban a sus casas. Mi mamá contaba que traían manzana y les duraba hasta septiembre, porque la almacenaban bien; igual la comíamos como un tesorito, no en abundancia. Vendían o cambiaban lo suyo. Ese es el cambalache: cambiar. Después, empezaron a pasar los camiones y fue cada vez menos, hoy en día, ya no ves ni un tropero. Pero cuando nosotros nos encontramos en esa crisis, le dimos vuelta a ese cambalache, no con tropas, con burros ni individual: lo hicimos colectivo. El primer cambalache fue en el 96 y, de ahí, ya no paró.
—¿Cómo funciona el cambalache actualmente?
—Ahora se hace una vez al año en la Puna y una vez en la Quebrada, entre distintas comunidades de las micro redes. Son dos días para intercambiar: un día se llega, contextualizamos cual es nuestra situación como productores, la gente cuenta, se hacen talleres, luego se cambia. A la noche, se hace como una fiesta y, al otro día, se termina de cambiar y se vuelve. Son encuentros grandes. Y la Feria de Semilla también es una vez al año y se hace de la misma forma: se cambia o se vende. Nosotros impulsamos siempre que sea cambalache, pero mucha gente va con la plata y es importante que se llegue a obtener lo que uno va buscando.
El sueño de las tejedoras
En el año 2001, varias mujeres de la red comenzaron a sentir la inquietud de juntarse entre ellas para resolver sus propios problemas, “desnaturalizar muchas prácticas que nos hacían infelices”, dice Guadalupe para contar los inicios de lo que hoy es el área de Género y Artesanías. Cuenta que el proceso llevó tiempo, que muchas compañeras repetían que estas prácticas siempre habían sido así, que nunca iban a cambiar. Así, a lo largo de unos cuatro años, tuvieron capacitaciones sobre género donde descubrieron que el principal desafío era la autonomía.
—¿Cómo surgió la idea de dedicarse a la venta de tejidos y artesanías?
—Uno de los problemas era el tema económico porque siempre estaban dependiendo de su marido, novio, lo que sea, y desde ahí no podíamos hacer la discusión libre, porque siempre estaba traspasado por “quien te mantiene”. Nuestro trabajo está invisibilizado, pero no estábamos en el baile todo el día. ¿Qué estábamos haciendo? Ellos se iban a cosechas de otras provincias o a las mineras, y las mujeres quedaban sosteniendo la casa, el campo, la crianza de los chicos, cosechar, cortar el alfa, sostener la cría de los animales… Ahora se me hace una lista enorme, pero nosotras le decíamos “ayuda”. Entonces empezamos a tomar conciencia de eso y decidimos hacer algo que nos genere económicamente, y lo que más salió era el tejido, que todas sabíamos hacer. Así empezamos a soñar y los sueños se cumplen, así que se cumplió.
—¿Cómo viviste el tejido en tu propia historia?
—Son tejidos que nosotras hicimos toda la vida: como criábamos llamas, nuestros tejidos siempre se hicieron de llama. Mi mamá fue muy bordadora, hacía la ropa a mano, no tenía máquina, nada, y nunca hacía un tejido liso, era con flores, guardas. Y lo cambiaba, nunca pudo vender ni ver la plata de sus tejidos: ella tenía asumido que, al cambiarlo con azúcar o harina, esa era su paga. Y mis hermanas son excelentes tejedoras, yo he sido la más floja, un poco más rebelde parece que fui -dice y se ríe-.
—¿Qué desafíos tuvieron para transformar ese trabajo ancestral en este emprendimiento colectivo?
—Todas empezamos a buscar ayuda, porque nosotras ya sabíamos lo básico: tejer. Lo que nos costaba mucho era la parte de moldería, los tamaños, las terminaciones. Por ejemplo, en el campo, se usa todo bien ajustado, pero la gente de la ciudad no usaba así, era el tejido más suelto. Nos costó pensar que lo que nosotras producíamos no era para nosotras, sino para otros que tienen otros gustos. Ahí empezó otro cambio para poder empezar a vender lo que tejíamos y hoy la verdad que nos faltan manos, tenemos mucha demanda. Ahora seguimos manteniendo los talleres de género y, por otro lado, la producción de tejido, con la marca Red Puna. Y a través de eso, muchas compañeras, de grandes, ya con hijos, pudieron estudiar, tomar decisiones. No todo está solucionado, la conciencia, tener la fuerza para decidir, plantear los problemas, pero vamos avanzando.
Las políticas que faltan
Pese a todos los logros de construir red, otros problemas continúan en la región para las comunidades campesinas y el pueblo kolla que habitan ese territorio. El acceso a la tierra “es la madre de todos nuestros males”, dice Guadalupe y explica que les cuesta mucho conseguir los títulos comunitarios de las tierras que habitan y por los que luchan desde siempre, ante la falta de voluntad política del gobierno. Señala también que hay comunidades que viven un avance y un desalojo silencioso por parte de las mineras, que ahora está en aumento debido a los proyectos de litio en la provincia.
“Nosotros queremos que nuestra vida sea en el campo, queremos sostenernos de lo que nosotros sabemos hacer, producir. Poner en el centro nuestra propia vida y así lo hicimos con todo, porque eso crea un poco más de conciencia y nos da alegría. Si no, siempre el campo es como un sacrificio, que hoy no deja de serlo porque a veces hay caminos en mal estado, la salud está lejos, los jóvenes igual se van. Se mejoró, pero no es suficiente para lo que necesitamos”, expresa.
Así, Guadalupe subraya que, más allá de los logros de la red y la organización, es necesaria una mayor presencia y apoyo del Estado: “La Secretaría de Agricultura Familiar en algunos momentos ha dado respuesta a productores y en este momento está vaciada. Y con la pandemia, muchos técnicos han dejado de ir a campo, en ese sentido, afectó el apoyo, las capacitaciones. No hay suficientes políticas que contengan”.
Fuente: La tinta