Piratería biológica: nuevos escenarios de la colonización
Como resultado de la hegemonía de las relaciones mercantiles, el tema de la biodiversidad se revela, se populariza y manifiesta su importancia en el ámbito de la propiedad, la apropiación ilegitima y la compra-venta. Bajo el imperio del mercado, desde el instante en que la vida puede ser recreada y sus formas modificadas, también pueden ser registradas, patentadas y facturadas
Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
03/04/2007
La naturaleza es el mayor laboratorio de ingeniería genética y biotecnología existente, la cultura popular el registro de patentes más completo y la biodiversidad una bonita palabra para definir, a la vez que la originalidad, la riqueza y la variedad de la vida.
En conjunto se trata de dimensiones de la realidad que forman uno de los problemas de nuestro tiempo, que emerge del desarrollo científico y de la necesidad de proteger los conocimientos, aunque también de la urgencia por frenar la actitud depredadora de codiciosas empresas e inescrupulosos gobiernos.
Como resultado de la hegemonía de las relaciones mercantiles, el tema de la biodiversidad se revela, se populariza y manifiesta su importancia en el ámbito de la propiedad, la apropiación ilegitima y la compra-venta. Bajo el imperio del mercado, desde el instante en que la vida puede ser recreada y sus formas modificadas, también pueden ser registradas, patentadas y facturadas.
La necesidad de proteger la propiedad intelectual, no sólo para beneficio de los creadores y científicos, sino para evitar la utilización arbitraria, no autorizada y a veces negativa de los conocimientos y las tecnologías, llega al absurdo de registrar, privatizar y mercantilizar los frutos de la inteligencia colectiva, la cultura ancestral e incluso, los productos de la naturaleza. Cuentan que un individuo intentó inscribir la fórmula del “agua de coco”.
En el entorno geográfico americano Colón encontró unos cien millones de personas que convivían con un entorno natural cuya exuberante diversidad impactó a los descubridores y despertó en ellos una codicia todavía insatisfecha. Las coloridas aves exóticas, las plumas, las frutas, las flores y las plantas, incluso los hombres y las mujeres que Colón llevó a la Corte Española, fue expresión de una biodiversidad que los hizo acuñar la expresión “Nuevo Mundo”.
Los cruzamientos realizados de modo científico, empírico e incluso casual, a lo largo de milenios, producen “copias” o variaciones que implican pérdidas de información genética. De ahí la importancia que para la ciencia tiene conservar los “originales”, que muchos agricultores iberoamericanos, conscientes o no, todavía cultivan y cuyos códigos genéticos contienen una información insustituible, razón por la que son codiciados por los “cazadores de genes”.
Si bien las actuales legislaciones todavía no permiten patentar especies de plantas y animales, no ocurre lo mismo con sus variaciones genéticas. La autorización de patentes, sin embargo, no toma en cuenta las fuentes del conocimiento originario ni la procedencia de las bases genéticas.
El caso típico es el de empresas, instituciones científicas e incluso gobiernos que, mediante procedimientos ilegales, camuflados como ayudas, asistencia o trabajo misionero, obtienen información acerca de las propiedades de determinadas plantas o conocen procedimientos ancestrales, frecuentemente exclusivos.
El comportamiento usual es obtener la planta o sus semillas, cultivarlas en otro lugar, comprobar sus resultados y protocolizarlos. El robo de biodiversidad no excluye a las personas de las que se recolectan muestras de sangre, saliva, semen, cabello, huesos y piel que se trasladan, “legalmente” o de contrabando a afamados y a veces ultrasecretos laboratorios de Estados Unidos y Europa.
El paso ulterior es patentar las producciones realizadas a partir de ese material genético, y ponerlo en venta; siempre a espaldas de las comunidades poseedoras de los conocimientos y de información originaria. No se trata ya de hechos aislados, sino de miles de casos de apropiación ilegitima, fraudulenta y clandestina de conocimientos tradicionales e información biológica y luego registrados en las oficinas de patentes de los Estados Unidos y Europa.
Aunque ya algunos gobiernos y parlamentos comienzan a realizar acciones y aplicar legislaciones para proteger esos patrimonios, la intervención gubernamental no deja de implicar ciertos riesgos. Una de las maniobras de la oligarquía entreguista es simular, mediante la “nacionalización” la defensa de la biodiversidad, convirtiéndola en “propiedad estatal”, precisamente para poder especular con ella, desposeyendo al pueblo, a las tribus y a las comunidades rurales, que son sus verdaderos propietarios.
Fuente: ARGENPRESS