Nuevo clima en Copenhague
"En una imagen demasiado parecida al mundo real, rodeados de cientos de policías, helicópteros y camiones represivos que defendían a los gobiernos y empresas, los movimientos se sentaron en el suelo y compartieron las verdaderas alternativas al cambio climático: las formas campesinas de vivir y producir, la soberanía alimentaria, la autonomía indígena, dejar el petróleo y carbón en el suelo, el trabajo digno, la diversidad, la necesidad de mundos sin fronteras."
Copenhague, 18 de diciembre. Mientras escribo esta nota, no se sabe si habrá un nuevo acuerdo global sobre el cambio climático en la conferencia de Naciones Unidas que se realiza del 7 al 18 de diciembre. Pero en todos los escenarios de las negociaciones en curso, falla lo principal: ninguno va a modificar las causas del cambio climático, que implicaría cambiar radicalmente el modelo industrial de producción y consumo.
En las negociaciones, los países más industrializados plantean un nuevo acuerdo que incluya a Estados Unidos, pero que no sea legalmente vinculante. Le llaman políticamente vinculante, que es un eufemismo de haremos lo que queramos, si nos conviene, según el momento político.Quieren sustituir de facto el Protocolo de Kyoto, del que EU no es signatario y que es vinculante.
Por otro lado, los países del G77 reclaman compromisos legalmente vinculantes de parte de los países industrializados, con metas de reducción de emisiones mínimas de alrededor de 50% para el año 2020 (mucho más de lo que ninguno ha propuesto) y recursos para adaptación de los países de Sur al caos climático. Quieren que sea dentro del Protocolo de Kyoto, prolongando su vigencia, porque un nuevo proceso llevaría años durante los cuales los países del Norte no tendrían obligaciones legalmente establecidas.
Sin embargo, el Protocolo de Kyoto ya era tremendamente limitado en los porcentajes acordados y dañino en la forma de cumplirlos: acepta como reducción el pago de créditos de carbono, que en realidad no es tal, sino sencillamente nuevos negocios, sobre todo para las empresas más grandes y contaminantes. Un pequeño ejemplo: en Copenhague tomé un taxi que anunciaba este taxi es carbono-neutral. Le preguntamos al conductor qué quería decir y se rió. Dijo que era lo mismo de siempre, pero pagaba una cantidad que se enviaba a Nigeria para que allí las empresas petroleras plantaran unos arbolitos, que se supone absorbían el equivalente del carbono de su taxi. No se lo creía, pero desde que tenía ese cartel, tiene más clientes y gana mucho más de lo que paga a Nigeria. El problema, explicó, es que es muy buen negocio y no hay que hacer nada, entonces muchos querrán hacerlo y habrá demasiada competencia. Que la Shell en Nigeria desplaza y mata a los indígenas que allí viven y a sus tierras, tanto para la explotación petrolera como para las plantaciones –que le resultan un excelente y subsidiado negocio allí y en otros países–, no figuraba en su ecuación.
Más allá de titulares, la Convención aprobó aumentar esos mecanismos de mercado. Por ejemplo, a través del programa REDD (reducción de las emisiones debidas a la deforestación y degradación de bosques), que implica una nueva ola de apropiación empresarial de los bosques, y paradójicamente, premios para deforestar y sustituir los bosques naturales con plantaciones. El problema comienza, explica el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, con la definición de bosque. Según la convención, cualquier área superior a 500 metros cuadrados con una cubierta forestal del 10 por ciento y con árboles que puedan alcanzar dos metros de altura, es un bosque. Hasta los bosques cortados a tala rasa estarían incluidos en esta definición de bosque (wrm.org.uy)
También avanzaron en incorporar la agricultura como forma de obtener créditos de carbono, abriendo las puertas a que los extensos monocultivos de soya transgénica y muchos otros desarrollos altamente nocivos de la agricultura industrial que provocan el cambio climático, puedan beneficiarse entrando en estos esquemas.
Otra caja de Pandora es el nuevo aumento de apoyo para la transferencia de tecnología, sin ningún mecanismo de evaluación previa de riesgo ambiental y social. Muchas de los anuncios sobre millones de dólares comprometidos para adaptación o mitigación en un nuevo Fondo Climático, tienen que ver con el subsidio a la propiedad intelectual y la transferencia de tecnologías altamente riesgosas para aumentar esos y otros desarrollos. Por ejemplo, la muy nombrada contribución de miles de millones de dólares anuales de EU en el marco de la convención podría ser para pagar a sus trasnacionales la transferencia de biología sintética para agrocombustibles de tercera generación o de tecnologías de geoingeniería, como el biochar o la captura y almacenamiento de carbono a grandes profundidades en formaciones geológicas (CCS), que además de riesgoso, justifica seguir explotando la sucia energía carbo-eléctrica.
No obstante, algo sí cambió radical y definitivamente en Copenhague. Muchos movimientos y organizaciones sociales, así como jóvenes organizados autogestionariamente de toda Europa y allende el mar, tomaron las calles para dejar claro que el clima y el planeta son demasiado importantes para dejarlos en manos de transnacionales y negociados gubernamentales.
Cien mil personas marcharon en la manifestación más grande de Dinamarca en las últimas décadas. Días después, miles de jóvenes, junto a movimientos y organizaciones sociales, se lanzaron contra las gruesas barreras policíacas que rodeaban el centro de convenciones, para denunciar la farsa e instalar la asamblea de los pueblos. En una imagen demasiado parecida al mundo real, rodeados de cientos de policías, helicópteros y camiones represivos que defendían a los gobiernos y empresas, los movimientos se sentaron en el suelo y compartieron las verdaderas alternativas al cambio climático: las formas campesinas de vivir y producir, la soberanía alimentaria, la autonomía indígena, dejar el petróleo y carbón en el suelo, el trabajo digno, la diversidad, la necesidad de mundos sin fronteras. Es apenas el comienzo. México es la próxima parada.
Silvia Ribeiro es Investigadora del Grupo ETC
Fuente: La Jornada