México: pase, toque y lléveselo
En el Proyecto maestro de maíces mexicanos (PMMM) participan Monsanto, la CNC y la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, junto con el gobierno del famosísimo Mario Marín, de Puebla. Esperan el apoyo de los gobiernos de Tlaxcala, de Enrique Peña Nieto y de Ulises Ruiz para extender el proyecto al estado de México y Oaxaca. Finísimas personas.
Según un artículo publicado en CNN Expansión , “Pase, toque y lléveselo”, será la fórmula que aplicará el Proyecto maestro de maíces mexicanos (Diana Teresa Pérez, 28/4/2008). Muy sincero. Otras versiones de tal proyecto tratan de vendernos que Monsanto, con la Confederación Nacional Campesina (CNC), se propone “conservar” las razas de maíces mexicanos, por lo cual la CNC hizo el cínico planteo al Congreso de apoyar el proyecto con egresos del presupuesto 2009. Como el citado artículo se dirige principalmente al medio empresarial, muestran el producto tal cual es. A pie de página, resume: “El proyecto ofrece el ADN de las semillas, las pruebas suficientes para mejorarlas y la venta de granos a medida de las necesidades de las compradoras”.
El PMMM tiene varios componentes y se dirige a todo tipo de agricultores y campesinos. Uno de éstos es la creación de un banco de germoplasma de maíz campesino, pretendida coartada pública del resto del proyecto. Otros componentes, mucho mayores, comprenden incentivar la agricultura por contrato y el uso de maíces híbridos y semillas transgénicas, con el correspondiente paquete de agrotóxicos que éstos requieren, ya que sin ellos no producen. Agrotóxicos que también son vendidos por las mismas compañías.
Nada tiene que envidiarle este proyecto a otros contratos anteriores y en curso que la Universidad de Guadalajara firmó también con Monsanto para entregar a dicha trasnacional la investigación de la institución sobre teocintle y maíces nativos de la Sierra de Manantlán. Son complementarios: se trata, en ambos casos, de usar recursos y fondos públicos para facilitar a Monsanto la apropiación del patrimonio genético más importante de México y, de paso, lavar la sucia imagen (misión imposible, pero tratan) a la empresa trasnacional que detenta el mayor monopolio de semillas en la historia de la agricultura. Dueña de más de 80 por ciento de los agrotransgénicos del mundo, Monsanto es también la mayor empresa global de semillas de todo tipo. Junto a Dupont-Pioneer y Syngenta, controlan 47 por ciento por del mercado mundial de semillas comerciales y son agresivas promotoras de la legalización del maíz transgénico en el país, además de responsables impunes de la contaminación transgénica del grano en México.
Con mínimos pagos de Monsanto, minoritarios en el total del presupuesto de los proyectos, queda por explicar al pueblo de México y a la historia por qué la Universidad de Guadalajara y la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro se prestan a ese tipo de proyectos contrarios a los intereses y la soberanía del país, aportando para ello fondos propios, locales e investigadores, incluyendo todas las cargas sociales de éstos. Disponiendo, además, del patrimonio genético del maíz, que de ninguna manera es de su propiedad.
Según declaran investigadores participantes en esos proyectos, la falta de recursos públicos para la investigación los “obliga” a tomar fondos de empresas privadas. No explican por qué la contribución pública es muchísimo mayor y por qué esos mismos fondos no se aplican a restablecer los bancos de germoplasma públicos que ya existen en el país y que han sido descuartizados por las políticas privatizadoras en beneficio de las mismas empresas que ahora quieren aparecer como caritativas. O cómo es que la eliminación de las variedades campesinas, sustituidas por híbridos, y la contaminación transgénica con genes patentados por Monsanto va a contribuir a “conservar los maíces mexicanos”.
O por qué no usan esos fondos públicos, en lugar de apoyar a Monsanto, a lo verdaderamente necesario, que es impulsar la agricultura campesina, ya que la diversidad del maíz no es, ni será nunca, la que se congela en un banco, sino el producto vivo del trabajo colectivo y milenario de millones de campesinos y campesinas, que deben existir para que esa diversidad siga viva.
Esos pueblos del maíz son los que sufren el embate privatizador en beneficio de las trasnacionales de los agronegocios como Monsanto, y su contaminación transgénica pasada y programada a futuro para que pierdan sus propias semillas y no tengan más opciones que comprar semillas patentadas a las trasnacionales.
Por todo esto, la Red en Defensa del Maíz Nativo se declaró, en su asamblea en julio 2008, enérgicamente contra esos proyectos. Rendirse, pese a trasnacionales, gobiernos y académicos que venden favores, no está en la agenda de estos tercos campesinos y campesinas.
Fuente: La Jornada