México: el amor a la madre tierra en sus rituales
"Mujeres de diferentes comunidades de las regiones Norte, Altos y Sierra Fronteriza de Chiapas, que participan en la campaña “La tierra no se vende, mujeres y hombres la tenemos, la cultivamos y la defendemos” hicieron un análisis político sobre la situación actual y su derecho a la tierra y al territorio, con la idea de revalorarlos; recuperar el sentido de la tierra viva; fortalecer la producción de alimentos; garantizar el derecho a la sustentabilidad alimentaria, y reivindicar socialmente el derecho de las mujeres a la tenencia de la tierra, propiedad, el uso y usufructo."
Por Alma Padilla García
Las mujeres indígenas y campesinas reconocen en la tierra la base de la vida, de la alimentación, de sus identidades y relaciones con los seres vivos.
Mujeres de diferentes comunidades de las regiones Norte, Altos y Sierra Fronteriza de Chiapas, que participan en la campaña “La tierra no se vende, mujeres y hombres la tenemos, la cultivamos y la defendemos” hicieron un análisis político sobre la situación actual y su derecho a la tierra y al territorio, con la idea de revalorarlos; recuperar el sentido de la tierra viva; fortalecer la producción de alimentos; garantizar el derecho a la sustentabilidad alimentaria, y reivindicar socialmente el derecho de las mujeres a la tenencia de la tierra, propiedad, el uso y usufructo.
Para ello, reflexionaron sobre la concepción que tenían sus antepasados y la que actualmente tienen ellas y sus familias. Todo esto, como bien sabemos, en medio de los embates del capitalismo y del mercado contra las tierras campesinas e indígenas.
En ese contexto las mujeres y sus familias, sus colectivos y sus comunidades, se dieron a la tarea de recopilar los rituales que sus abuelas y abuelos hacían para la tierra, para los ríos, para la lluvia, para los animales, para la cosecha, para el maíz, considerándolos como sus semejantes y parte indispensable de la vida. Algunos de estos rituales se conservan y se siguen realizando en sus comunidades; otros ya no se hacen, pero han quedado en la memoria de los ancianos, que añoran ese amor perdido que aleja a la juventud de la tierra, de la familia, de las raíces, que lleva a los y las migrantes a buscar la vida lejos.
Junto con la recopilación y práctica de los rituales, las mujeres también están practicando la agroecología, conservando el maíz criollo, haciendo composta, eliminando químicos, cuidando el suelo y produciendo para el consumo de ellas y sus familias. “Queremos comer sano, es nuestro derecho, no queremos enfermar de cáncer”, dicen.
Los rituales le muestran respeto a la tierra y al territorio, hay diferentes formas como ceremonias, rezos, altares, ofrendas y fiestas tradicionales que recuerdan el amor a la tierra, como las ofrendas de maíz, las ofrendas a los cuatro puntos cardinales, las ofrendas a los ojos de agua, etcétera.
Las abuelas dicen: “Antes se hacían rituales a la tierra y a la lluvia, siempre en las oraciones se pensaba que el alimento es compartido, que no sólo es para las personas sino para los animales; se creía que los animales y los seres humanos somos hermanos, que la tierra es nuestra madre y que ambos nos alimentamos de ella. Hay mujeres jóvenes que ya no conocen estos rituales, algunos se conservan pero otros no, por ejemplo ya no se da de comer a los animales, todo lo queremos para nosotros y no pensamos en qué van a comer los animales, por eso ellos se comen la milpa, porque no tienen qué comer. A nosotras siempre nos ha alimentado la tierra, a veces no lo valoramos; la tierra nos da respiración, nos quita la sed, y aunque no la cuidamos, nos sigue dando de comer. Dar de comer a la tierra es muy importante, eso lo hacían nuestros abuelos y nuestros antepasados los mayas”.
En la comunidad de Coquiteel y Corostic refieren: “Antes se hacían rituales donde se les pedía a la tierra que produzca los alimentos, que cuide bien la planta; rezaban a la lluvia para que lloviera, pero también le pedían a los animales que vivían en la milpa, como a las hormigas y las tuzas, que no se comieran la milpa, por eso les dejaban una recompensa en sus cuevas, como pollo para que no se comieran la milpa; se les decía a los animales que podían compartir la comida con ellos”.
Las mujeres conocen los rituales que se hacían en sus comunidades gracias a las historias contadas por sus abuelos, abuelas y ancianos de la comunidad.
En la comunidad de Coquiteel: “Los antepasados iban a la milpa, en medio de donde se va a sembrar; llevan el pollo, ahí lo matan y preparan ahí la comida; llevan velas, trago; se cuece la comida pero nadie come, porque primero se le riega un poco de caldo en medio de la tierra y los principales hacen la oración, pero primero le dan de comer a la madre tierra. Los abuelos hacía igual con el café porque había animales que acaban con la raíz del café, por eso se hizo lo mismo; le pidió a la madre tierra que los animales no se acabaran con el café, pero ahora ya nadie lo hace”.
En la comunidad de Corostic: “Antes, alrededor de su casa, colgaban el maíz y desgranaban a mano, se iban a las milpas, y en medio de la milpa matan pollo y lo cocinan y le dan primero a la madre tierra; también le pone cacao y pinole. Ahora ya no se hace porque ya hay religiones y pues ya no lo creen y ya no lo hacen, pero antes era bonito y ahora ya se perdió esa costumbre”.
En la comunidad de Napité: “Antes en mi comunidad, unos viejitos que eran como representantes, lo que conocemos como ministros, iban a Oxchuc para hacer la oración, las mujeres se quedaban haciendo la comida, como era el atol, tamalitos de frijol, y trago; cuando los ministros se iban llevan frijol, que eran como una ofrenda, se lo llevaban al patrón que está en Oxchuc, y llevaban arpas para que después de la oración bailaran. Regresaban a la comunidad y se iban a una cueva a hacer oración para la siembra, queman incienso, velas, después se van a comer; antes se hacía eso, no nos moríamos de hambre ahora los jóvenes ya no lo hacen (…)”.
En la comunidad de La Grandeza: “Para pedir la siembra del maíz, van con el Santo Tomás en la iglesia de Teopisca; llevan su bonche de semilla, la ponen en el altar; llevan tambor, candela, guitarra, incienso y arpa, y bailan, toman trago, hacen la fiesta, llevan cohetes. Toda la noche bailando, se quedan la noche allá a dormir y después se regresan a la comunidad, hacen lo mismo en la comunidad, símbolo de la alegría que llevan, después su semilla para ir a sembrarlo ya en la milpa ya está bendecido. Se juntan cinco a diez gentes a sembrar para que termine en mismo día y al siguiente día siguen lo mismo con las otras personas. Se van a una cueva, dicen, en lugar de Chiapas, hacen el mismo ritual allá. Pasan en Ama Wits también, en una comunidad que se llama Nachi, Chunkalap. En esta cueva sagrada hay un señor que se llama Pedro González, un hombre poderoso, adorado como un santo, decía que no se necesita sembrar mucho, con poco es bastante y vieron que eso es cierto, por eso lo adoraron y lo llevaron a Ama Wits, hicieron celebración allá. La gente lo mataron pero ellos lo adoraron por eso. Bochaban es como se llamaba Amatenango antes porque era lleno de árboles, el árbol en castellano se llama mandrón”.
En la comunidad de Santa Rosa de Cobán: “Nuestros antepasados trabajaban la tierra de otra forma, la cuidaban, la trabajaban con azadón y machete para que no se maltratara la tierra, había más respeto a la tierra, se trabajaba con abono, se trabajaba en colectivo, no había propiedad privada, hacían ofrendas a la tierra, hacían fiestas y atole. Nuestros abuelos y abuelas se subían a los cerros para pedir por las lluvias, llevaban copal, velas de color rojo, amarillo, verde y blanco y las ponían en los cuatro puntos cardinales, y pedían buena cosecha y se daba buena cosecha, porque no se le contaminaba y agradecían la levantada de la cosecha”.
Las mujeres de otras comunidades coinciden en que actualmente practican rituales que piden a la tierra buena cosecha, son rituales sencillos y muy parecidos entre las comunidades: “Se hace un altar en el lugar de la siembra, se ponen velas de colores en los cuatro puntos cardinales y se pone como ofrenda maíz, frijol, agua, trago y flores, se hace oración para pedir por la siembra para que la cosecha sea buena, al final se reparte el trago y se baila”.
De acuerdo con los discursos de las mujeres, los rituales a la tierra están asociados con el cuidado a la misma, es decir funcionan en la medida en que se da un cuidado real desde una cosmovisión de apego a la tierra, de cercanía y de concebirla como madre dadora de alimentos. Es así que el cultivo de la tierra es parte de ese cuidado, como el cultivar con semillas originarias y nutrirla con abonos orgánicos, así como el uso de herramientas que no dañen la tierra etcétera.
Fuente: Red en Defensa del Maíz