Los sabores perdidos de la abuela
Decenas de razas de ganado, como la vizcaína vaca monchina o la gallina pinta pinta asturiana, y miles de variedades de plantas cultivadas se pierden cada año en todo el mundo. Esta merma genética afecta a la base de nuestra alimentación y empobrece la diversidad natural y cultural de nuestros campos. Hay cosas que difícilmente volverán. Un daño a la diversidad y a la alimentación.
Manzanas verde doncella, belleza de Roma, melapio y blanquilla; peras de bella Angelina y de cristal; pimientos gordo morrón, cornicabra, italiano y guindilla... Visitar el huerto familiar de Juan Nieto, agricultor jubilado, equivale a entrar en un pedazo de selva de biodiversidad domesticada en la que crecen casi 50 variedades diferentes de plantas. Muy posiblemente, este vergel situado en un hermoso paraje de Peñacaballera, un pueblo de la salmantina sierra de Béjar, tenga en su interior, sin conocerlo Juan, los últimos ejemplares crecidos en su entorno de cultivos en peligro de extinción.
También en Castilla y León, en Castrillo de Villavega (Palencia), Aurelio Robles, agricultor e ingeniero técnico agrícola, se ha propuesto crear un vivero con semillas e injertos de árboles frutales que van camino de la desaparición. Lleva 150 variedades y afirma que muchos de ellos estaban plenamente adaptados a las condiciones de clima y suelo de la zona y eran resistentes a plagas y enfermedades.
Más variedades guarda aún el Centro de Recursos Fitogenéticos del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (CRF-INIA) en sus instalaciones de Alcalá de Henares (Madrid): cerca de 70.000. Y, más aún, el Depósito Mundial de Variedades que se abrió a principios de año en las tierras gélidas del archipiélago de Svalbard (Noruega). Aunque ha comenzado con 200.000 semillas, tiene capacidad para 4,5 millones de muestras.
Todas estas iniciativas intentan asegurar la pervivencia de un patrimonio genético que se pierde día a día ante el avance de una agricultura y una ganadería intensivas que favorecen el monocultivo y la producción masificada. Según la Organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), gran parte de la población mundial se alimenta con apenas 150 especies cultivadas y se pierden miles de variedades todos los años, la mayoría en países en desarrollo. La misma fuente añade que la base agrícola de nuestra alimentación es aún más pobre, ya que 30 cultivos proporcionan el 95% de la dieta y, de ellos, doce aportan más del 70% y cuatro (arroz, maíz, trigo y patata) cubren más de la mitad.
A la ganadería no le va mejor. El informe Estado de los recursos zoogenéticos del mundo, presentado en la primera Conferencia Técnica Internacional sobre Recursos Genéticos Animales para la Alimentación y la Agricultura que se celebró en Interlaken (Suiza) hace un año, confirmaba que unas 60 razas de vacas, cabras, cerdos, caballos y aves de corral se perdieron en los últimos cinco años debido a la globalización de la industria ganadera. La FAO estima que entre un 20 y un 30% de los recursos zoogenéticos que sobreviven corren un gran peligro de perderse. El registro de la organización contiene 7.600 razas, de las que 190 desaparecieron en los últimos 15 años y 1.500 están catalogadas en peligro de extinción, con un goteo continuo de pérdidas que elimina de campos y granjas una raza al mes.
Aquí también, la repercusión sobre la alimentación es palpable. El mismo organismo de la ONU recuerda que tan sólo 14 de un total de 30 especies de mamíferos y aves domésticas proporcionan el 90% de los alimentos de origen animal que consumen los humanos. Vacas lecheras como las frisonas o gallinas ponedoras en régimen intensivo copan la producción. Solo hay que echar un vistazo al catálogo oficial de razas de ganado de España y comparar el número de las consideradas de fomento (23) frente a las de protección especial o en peligro de extinción (111, más 14 de aves). Con la lista de razas de bovino en peligro (30) se supera la que incluye a todas las de fomento.
Entre otros contratiempos, este sistema de producción provoca que las enfermedades y plagas que afectan periódicamente al ganado y a los cultivos repercutan de forma más directa y grave sobre los animales, pero también sobre los productores y consumidores, que cuentan con menos alternativas a la hora de encontrar una mayor variedad de razas y semillas.
Para David Erice, del gabinete técnico de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA), "uno de los cambios fundamentales de la reforma de la Política Agrícola Común de 2003 fue la introducción del desacoplamiento, mediante el cual los pagos a los agricultores se realizan de manera independiente a los cultivos que se siembren en las explotaciones, lo que ha puesto en grave peligro el mosaico de cultivos que definen el mapa agrario español". El agricultor, tan atado a las subvenciones, analiza las diferentes alternativas en función de la rentabilidad de cada una de ellas. "Si tenemos en cuenta que algunos cultivos como las leguminosas de grano (veza, yeros, lentejas y garbanzos) no reciben desde 2005 ningún tipo de ayuda específica por su siembra, se entiende que la superficie de estos cultivos se haya reducido un 70%, con un importante riesgo de desaparición en un futuro próximo".
Si, como está previsto, la Comisión Europea avanza en el desacoplamiento y a finales de este año desaparecen las ayudas a otros cultivos, David Erice tiene claro qué le pasará al agro español. "La reducción de variedades en los próximos años será aún mayor y se avanzará hacia el monocultivo de cereal", dice.
Sin ayudas es imposible mantener razas y cultivos autóctonos. Lo dicen los agricultores y los ganaderos y lo explica de una manera muy gráfica José Ramón Justo Feijóo, secretario general de la Federación de Razas Autóctonas Españolas de Protección Especial: "Si yo hago el doble de esfuerzo para conseguir 100 kilos que el de un productor de una raza de fomento para conseguir 200, abandono si no recibo algún tipo de subvención". Cerca de medio centenar de estas asociaciones, que celebrarán en octubre en Losar de la Vera (Cáceres) el III Congreso Nacional de Razas Autóctonas de Protección Especial, consideran que deben seguir conviviendo tanto los sistemas de producción industriales como los tradicionales. "A unas las metimos en establos y granjas y producen de una determinada manera, pero necesitamos de las otras porque es una producción diferenciada, que añade valor y que ayuda a mantener muchos ecosistemas en España y en el mundo", concluye Justo Feijóo.
Periódicamente, algunas comunidades autónomas y el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino publican la concesión de subvenciones para el fomento de las razas autóctonas en peligro de extinción. Pero "resultan claramente insuficiente, sobre todo si algunas comunidades autónomas cortan el grifo", afirma Eduardo de Miguel Beascoeschea, director gerente de la Fundación Global Nature, organización que lleva varios años apostando por la recuperación de razas como la vaca blanca cacereña o la gallina murciana.
"Puede sonar políticamente incorrecto, pero con Franco se potenciaba más la conservación de estas razas, desde la celebración de la Feria del Campo hasta los trabajos que se llevaban a cabo en fincas de la administración, como la de El Encín, en Alcalá de Henares, donde se realizó una experiencia innovadora para recuperar todas las razas de gallinas autóctonas. Ahora todo depende del trabajo que hacen algunas comunidades autónomas y asociaciones sin ánimo de lucro y de si el proyecto le cae en gracia al director general de turno", dice.
La cuestión es demasiado seria como para que esté al arbitrio del estado de ánimo de la administración. José Esquinas ha trabajado durante más de veinte años en la FAO fomentando la conservación de los recursos fitogenéticos y fue secretario de la Comisión Intergubernamental de Recursos Genéticos para la Alimentación y la Agricultura.
La experiencia adquirida en viajes por decenas de países, conociendo la realidad de la utilización, pero también la pérdida de esos recursos, le permite afirmar que "todos los países dependen de la diversidad genética de los cultivos del planeta para conseguir la adaptabilidad a los cambios ambientales y climáticos imprevistos, mantener la capacidad de adaptación cuando cambian los sistemas de producción y hacer frente a las necesidades de la población humana en aumento".
No en vano, lo que está en riesgo no son solo razas y cultivos, si no también los alimentos y la cultura gastronómica asociada a ellos. Ester Casas, agrónoma y miembro de Les Refardes-Gaiadea, la red de semillas de este tipo de cultivos en Cataluña, considera tan importante la información cultural y etnobotánica que se rescata con la semilla como la agronómica. "La semilla en sí no sirve para nada si no tiene una utilidad concreta, asociada a una forma de conservar, cocinar y alimentarse", aclara.
En el mismo sentido se expresa Emilio Blanco, biólogo etnobotánico y autor de numerosos estudios en este campo, para quien la merma de este patrimonio genético y cultural es evidente. "Mucha gente te habla de cultivos que había y que ya no existen y te cuentan sistemas de conservación ancestrales, como el tomate de secano que colgado del techo lo convertían luego en polvo, demostrando que, mucho antes de que se implantara la industria liofilizadora, este sistema lo practicaban ya en el medio rural", explica.
Las redes de semillas repartidas por toda España intentan salvaguardar esta doble cualidad de las plantas, como especie o variedad y como alimento. Su lema, Resembrando e Intercambiando, tiene relación con el rescate de las variedades y la información asociadas a las mismas y con el intercambio de éstas con otras redes y agricultores.
Ester Casas afirma que estos últimos "están completamente abiertos, a la par que agradecidos, porque notan que ni siquiera en su entorno familiar más cercano valoran lo que han mantenido con esmero durante tanto tiempo. Con ellos hemos conocido muchas cosas sobre conservación y uso de las semillas que no se aprenden en la Universidad".
José Esquinas fue precisamente uno de los principales impulsores desde la FAO del Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, un convenio de carácter vinculante por el que los países que lo han ratificado (España está entre ellos) se comprometen a emprender, entre otras, acciones de conservación in situ (cultivos en el campo) y ex situ (cultivos en laboratorio y bancos de germoplasma).
Aunque el trabajo ex situ, como el que lleva a cabo el CRF-INIA con sus 70.000 variedades de plantas cultivadas, es valorado positivamente, agricultores y ecologistas no piensan lo mismo sobre otras cuestiones que atañen a la vinculación de España con el tratado.
"Se incumple de manera flagrante porque no se ha dado un solo paso en cuestiones de obligado cumplimiento, como la prospección, caracterización, evaluación, promoción de iniciativas para el mejoramiento de las plantas, fomento de un mayor uso de las mismas o aprobación de medidas normativas y jurídicas. En España se invierte más en transgénicos y otras materias relacionadas con la biotecnología de los alimentos que en productos de calidad y en la recuperación social y cultural que llevan aparejados", denuncia Ester Casas.
Nadie desde el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino ha sido capaz de rebatir estas palabras porque ni tan siquiera han expuesto a este periódico qué políticas se emprenden tanto para mejorar la ganadería autóctona y en peligro, como los miles de cultivos que han perdido valor comercial y se han convertido en piezas de laboratorio.
"Conservar la diversidad genética vegetal es caro, pero el precio de no tomar medida alguna todavía cuesta más", advierte José Esquinas. Mientras tanto, redes de semillas y agricultores como Juan Nieto y Aurelio Robles, mantienen este trascendental legado en el campo.
El tesoro de los pobres
El pasado 11 de septiembre, el secretario de Estado de Medio Rural y Agua, Josep Puxeu, recibió una delegación del Comité de Coordinación Internacional de Vía Campesina, una organización con presencia en 150 países y más de 350 millones de afiliados. Sus responsables transmitieron sus puntos de vista sobre la crisis mundial de alimentos y el impacto que está teniendo en África, y ahondaron en la importancia de potenciar la agricultura familiar y los mercados locales para superar la gravedad.
Precisamente en el reconocimiento y aprovechamiento de las variedades de razas de ganado y cultivos locales reside gran parte de la esperanza de subsistencia de los países más pobres. Las áreas con mayor riqueza genética de plantas cultivadas y silvestres se encuentran en México y Centroamérica, la zona andina, la cuenca mediterránea, Asia Central, Próximo Oriente, China, Etiopía, India, Indonesia y Malasia.
Paradójicamente muchos países que son pobres económicamente y están generalmente localizados en zonas tropicales o subtropicales son ricos en términos de diversidad genética, afirma Enrique Esquinas. Por este motivo, el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura reconoce la contribución enorme que los agricultores y las comunidades indígenas aportan a la conservación y el desarrollo de estos recursos, y se les otorga el derecho a participar equitativamente en la distribución de los beneficios y en la adopción de decisiones. Carlos Seré, director general del Instituto de Investigación Internacional sobre Ganado, recuerda que muchos pequeños granjeros de países en desarrollo han abandonado sus animales tradicionales por otros más productivos importados de Europa y EEUU. Algo incongruente porque esos países cuentan con razas adaptadas al clima y a las condiciones orográficas, apostilla José Ramón Justo Feijoo.
Esquinas recuerda que la diversidad genética que salvó el maíz de EEUU en el siglo XX, así como otros ejemplos de recuperación de cultivos en los países ricos, procedía de los países en desarrollo, donde su existencia no era accidental, sino el resultado del trabajo de generaciones de pequeños agricultores tradicionales que son los verdaderos guardianes de la mayor parte de la diversidad biológica agrícola.
Fuente: El País