Los inventos del 'TBO'
En Copenhague se están escuchando muchas propuestas para reducir y mitigar las emisiones de gases que provocan el calentamiento del planeta. En algún momento pareciera que estamos en las páginas de los inventos del TBO, donde el doctor Franz ¡de Copenhague! presentaba ingeniosas máquinas como «el aparato limpianarices».
Predominan las iniciativas que nacen desde los lobis de la agricultura industrializada, cuando, lamentablemente, esta tiene mucha responsabilidad en el calentamiento que queremos combatir.
Según los últimos informes de la organización GRAIN, la agricultura industrializada –la de granjas intensivas, cultivos bajo plásticos o monocultivos mecanizados– contribuye con el 50% de las emisiones totales de CO2. Esta cifra tan alta seguramente les sorprende, porque siempre nos imaginamos que la fiebre del planeta nace de las chimeneas de las fábricas y de los tubos de escape de los coches, que también.
Ser responsable de la mitad de las emisiones se alcanza sumando a la contaminación intrínseca de esta «agricultura» (fertilizantes, agrotóxicos y mecanización: tres pasos que necesitan petróleo) la deforestación de selvas y bosques para convertirlas en tierras cultivables, y otros requerimientos que conlleva el actual sistema de comercio, como la refrigeración y el excesivo embalaje. Más alguna locura como el caso de las patatas: en España, cada día importamos 220.000 kilogramos de patatas del Reino Unido y ese mismo día se exportan 72.000 kilogramos de patatas al… Reino Unido.
De entre las muchas propuestas para disminuir las emisiones que defiende la agroindustria destacan la expansión de los cultivos energéticos (los agrocombustibles) y la intensificación de la producción ganadera. La primera de las propuestas en principio haría disminuir la dependencia del petróleo, tal vez, pero solo a base de miles y miles de toneladas de caña de azúcar, soja o maíz que se cultivan precisamente con los métodos antes descritos, tan contaminantes. Invento 1, descartado.
El segundo, juntar a todos los cerdos y pollos en las menos granjas posibles, podría permitir –explican– producir biogás a partir de sus emisiones y ahorrarnos carbono en la atmósfera. Pero ignoran, en la contabilidad de gases que hacen, que concentrar así el ganado exige de nuevo dedicar muchas tierras fértiles y mucho transporte para alimentar este centralizado (y cruel) sistema productivo. En la actualidad, en un planeta en el que 1.000 millones de personas pasan hambre, es dramático pensar que un tercio de las áreas cultivables se dedican a producir piensos de engorde animal. Invento 2, descartado.
En cambio, disponemos por gentileza de la Madre Tierra de muchas hectáreas de pastizales que los rumiantes pueden aprovechar transformándolos en alimentos para personas, y sus excrementos permiten la restitución de estos pastos que retienen significativas cantidades de carbono. Un ciclo virtuoso delante de nuestras narices, doctor Franz.
Hay también en las calles de Copenhague otra propuesta que mira hacia la agricultura y llega defendida por movimientos campesinos como La Vía Campesina. Es tan sencillo como eficaz. GRAIN calculó que solamente incrementando la cantidad de materia orgánica (la parte fértil del suelo) en un 2% en todas las tierras cultivadas en el mundo, capturaríamos en el suelo hasta las dos terceras partes del exceso de carbono que ahora tenemos en la atmósfera. ¿Y eso cómo se hace? Pues con las herramientas más importantes, las directrices políticas, orientadas a apoyar una agricultura campesina y agroecológica, y con apoyos para mejorar la calidad del suelo. Las técnicas ya las conocen los pueblos campesinos. Mirar al suelo es una buena medida para aliviar el clima.
En pocos días veremos cómo algunas de las propuestas técnicas aquí mencionadas saldrán reforzadas políticamente. Podremos encontrarnos con acuerdos en la línea de Kioto, es decir, manteniendo el mismo paradigma de producción agraria pondremos un parche a la situación con mecanismos de compensación y depositaremos nuestra confianza en los milagros tecnológicos. O, lo que sería más sensato, con un enfrentamiento con las causas estructurales que el clima y el hambre nos piden a gritos.
Como he procurado explicar, un buen protocolo sería aquel que transformara progresivamente los modelos de producción agroindustriales en una agricultura a pequeña escala integrada en la naturaleza y cercana a los consumidores. Retomando reformas pendientes como la justa distribución de tierras para que esté en manos de los pequeños productores. Permitiendo el intercambio y multiplicación de las semillas y genética animal a favor de la biodiversidad, que es la mejor estrategia contra los cambios ambientales. Y potenciando con fondos públicos una investigación centrada en la agricultura ecológica. Según muchos especialistas, la agricultura sin petróleo, es decir, alimentarnos de productos locales y de temporada la población actual y la de aquí a 50 años, es posible. Siempre y cuando permitan demostrarlo.