Los productores de Bahía Blanca y el alimento bajo el agua
La inundación golpeó muy fuerte en la zona rural de Bahía Blanca. El agua llegó hasta los dos metros de altura. Las familias debieron pasar la noche en los techos y árboles. Los cultivos y herramientas fueron destruidos. La solidaridad de la comunidad se contrapone con la falta de apoyo de los gobiernos y, en particular, la desidia del Presidente. Una crónica con la voz de los productores que, a pesar de todo, volverán a sembrar.
Casi 400 milímetros de lluvia cayeron en Bahía Blanca desde la madrugada del 7 de marzo. Lo que llueve en un año en el partido del sudeste bonaerense, se precipitó en un día. En la zona rural como el paraje Sauce Chico —campo adentro desde la ruta Nacional 3, a unos 15 kilómetros de la ciudad— el panorama fue mucho peor. La marea alta en el estuario y el desborde de los arroyos Saladillo y el homónimo Sauce Chico hicieron que los productores hortícolas vivieran una película de terror que impactará en los próximos meses en su producción, su sustento de vida y en el abastecimiento local y los precios de los verduras para todos los bahienses.
Sauce Chico es una zona de quintas ubicada en la localidad de General Cerri, la más afectada por las inundaciones. En esta zona periurbana la evacuación se hizo 24 horas después de la inundación. Mientras tanto, las familias durmieron en los techos, otros esperaron la ayuda con medio cuerpo bajo el agua, algunos niños pasaron medio día arriba de los árboles y los adultos mayores sacaron fuerzas para sobrevivir. Otros, en zonas menos críticas, hicieron todo lo posible para no perder sus herramientas de trabajo. Dos días sobrevivieron en esas condiciones, hasta que el agua empezó a bajar y confirmaron que habían perdido todo.
Estos campos son los que producen las verduras que se comercializan en el Mercado de Abasto de Bahía Blanca y llegan a las mesas del partido y la región. Tras la inundación, las verduras deberán provenir de otros puntos del país y hasta dentro de tres meses no habrá nada que cosechar. Cultivos bajo el agua, invernaderos destruidos y caminos intransitables. La falta de políticas públicas para el sector que produce alimentos para el mercado interno volvieron a salir a flote en un contexto donde la crisis climática se agudiza. La organización social y vecinal, una vez más, dieron respuesta ante la desidia del gobierno nacional que retiró el Estado de las políticas para la agricultura familiar.
Los campos dos metros bajo el agua

Agustín es productor en Sauce Chico y viajaba en camioneta con un amigo por el camino de la Escuela Rural 44 hacia el Mercado de Abasto. Eran las siete de la mañana del 7 de marzo y los chaparrones caían como rayos. El padre de Agustín que se había quedado trabajando en el campo, kilómetros adentro, le avisó que el arroyo Saladillo se había desbordado. “No llegué ni a cortar el llamado y llegó un oleaje que empujó fuerte la camioneta”, cuenta Agustín.
Los arroyos Sauce Chico y Saladillo nacen en las Sierras de Ventana, atraviesan la zona de campos y confluyen para desembocar en el estuario de Bahía Blanca, pero ese día desbordaron alrededor de las ocho de la mañana. En cuestión de minutos el agua subió hasta los dos metros. Agustín y su amigo estacionaron la camioneta en una loma, los rodeó el agua y se formó una isla. Sintonizaron la única radio con señal. “Pusimos LU2 y escuchamos que las líneas de telefónicas estaban todas saturadas porque era mucha la gente que estaba tratando de comunicarse”, recuerda el productor de 28 años.
Por el camino de tierra, transformado en río, vieron pasar de todo: vacas, chanchos, gatos, perros y muchos desechos. “Personas por suerte no”, agradece. Ambos arroyos arrastraron todas los desechos que tenían estancados desde el último temporal que había sufrido Bahía Blanca el 16 de diciembre pasado. Los cauces no se habían limpiado. “Se tendría que mantener todos los años la limpieza de los arroyos, pero nunca vino nadie a hacerlo”, denuncia Fermín Castro, delegado de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT).
Cuando el agua avanzó sobre los campos no hubo tiempo de pensar más que en sobrevivir. Horas después, cuando llegaron los primeros auxilios de los bomberos, hubo gente que no quiso abandonar sus casas. Agustín repasa la historia de un anciano productor y dice: “No sé de dónde sacó fuerzas, pero logró sobrevivir”. Lo encontraron sobre el techo de su vivienda. Agustín y su hermano le siguen llevando comida todos los días “porque el paisano perdió todo y no quiso evacuar ni dejar su casa. Dice que no quiere venir a molestar tampoco y no tiene familia”, cuenta.
En la zona de quintas también vive y produce alimentos Dardo, de 22 años, junto a su hermana más chica y su abuela. Dardo cuenta que aquel día no llegaron a subirse al techo. Entonces se agarraron de las vigas de la casa y se quedaron con el agua hasta el pecho. Permanecieron abrazados a la columna durante cinco horas, hasta que un vecino del campo de al lado llegó a socorrerlos con su lancha. “Menos mal que llegó, mi abuela no hubiera aguantado”, dice el joven. De resistir la correntada, la abuela quedó con las piernas marcadas por moretones y fue trasladada al Hospital Municipal para ser atendida por las lastimaduras.
Como recuerda esos momentos trágicos, Dardo también cuenta la historia de una chancha que logró parir debajo de la lluvia a menos de 30 centímetros de la corriente. Ninguna sabe cómo llegó hasta ahí. “Nadó varios metros hasta una montaña de tierra y ramas y los tuvo ahí”, dice el joven productor, mientras un lechón de su quinta desciende de otro montículo con el barro hasta el hocico. El agua ya bajó, pero todo es barro.

“Hasta el invierno no vamos a tener nada para cosechar”
La zona de quintas del paraje rural de Cerri creció en volumen en quintas en los últimos años junto a las familias que llegan desde Bolivia para dedicarse a la producción hortícola. La UTT y Horticultores de Sauce Chico son las dos organizaciones que reúnen a varios de ellos, en su mayoría, arrendatarios de las tierras que trabajan. Muchos trabajan para los camiones que compran la mercadería en la tranquera y llevan al mercado de abasto, con la promesa de un pago del 40 por ciento sobre el precio final de venta.
Esa lógica está lejos del “precio justo” para los productores y las organizaciones campesinas lo denuncian desde hace años, por eso dio como resultado la creación de canales de comercialización propios y cientos de redes de comercio justo en todo el país. Por eso, también con los productores de Sauce Chico, la UTT comenzó a organizar circuitos de venta directa en las ferias locales de Cerri, Ingeniero White y Bahía Blanca.

De vuelta a campo adentro, lejos de los centros urbanos donde la verdura llega a los platos de los bahienses, solo se ve la Escuela Rural 44, las quintas y, en el camino, también se levanta la sede local de la UTT. Rodeados de barro e historias de lo ocurrido, un grupo de productores se reúne en torno a una olla popular, mientras acopian ropa, zapatillas, colchones y alimentos que llegan de la inmensa reacción solidaria que generó la catástrofe en Bahía Blanca. Lo reunido les permitirá asistir a unas 45 familias de productores.
Las mujeres pelan papas para el guiso y, aunque quedaron sin nada, ríen y charlan. “Hace un año cuando fue el tornado hicimos lo mismo”, recuerda el delegado de la UTT en referencia, otra vez, al temporal que en el sudeste bonaerense ya habían padecido en 2024. “El panorama ahora es cien veces peor. Paisanos y criollos perdieron todo. Los patrones se van a Bahía Blanca o a dónde puedan irse, pero nosotros nos quedamos acá”, dice Fermín.
En las zonas más altas de Sauce Chico el agua no destrozó los ranchos de las quintas, pero ahogó todos los cultivos y los productores hicieron lo que pudieron para salvar sus herramientas de trabajo. “Agarré mi camioneta con un gancho y la até a un árbol para que no se me fuera”, cuenta un quintero en la ronda. “¡Yo metí mis 16 gallinas dentro del cuarto!”, agrega entre risas sanadoras otra de las productoras mientras sigue con el guiso.
En las zonas más críticas del paraje, donde el agua estaba dos metros arriba, la mayoría de los vecinos pasaron la noche arriba de los techos esperando que los bomberos lleguen a socorrerlos para ser evacuados. Una de las imágenes más críticas que relataron junto al guiso fue la de un matrimonio y un bebé que durmieron en el techo. La presión de la correntada era tanta que no pudieron abrir la puerta, mientras que continuaba entrando agua por las ventanas, entonces, agujerearon el techo con una garrafa para poder salir de la casa y quedarse arriba.
La familia de Beatriz, con otras dos más, también habían subido al techo de la casa para no ser arrastrados por la corriente. “Eran las siete de la mañana. Me estaba por tomar el primer mate y entró un lago a la casa. No pudimos salvar nada”, recuerda Beatriz. Terminaron siendo 17 vecinos arriba de la chapa esperando que el nivel del agua bajara. Pasaron el día sin comer hasta que decidieron usar una cuerda como vía de escape. Las mujeres por su cuenta y los hombres con los niños en los hombros, se aferraron hasta llegar a la casa de unos vecinos en una zona un poco más alta del campo. Les convidaron té, lo único que el agua había dejado.

El agua del viernes tardó hasta el domingo en desagotarse naturalmente, en correr terreno abajo hacia el estuario de Bahía Blanca. La imagen después de la catástrofe fue crítica para los que viven de la tierra: un productor buscando sus 80 vacas que nadaron en la marea del día anterior, los cultivos destrozados, los invernaderos destruidos; camionetas, tractores y mangueras dañadas y cubiertas de barro.
La correntada no dejó ni berenjena ni cebolla ni zanahoria ni acelga ni zapallitos. “Hasta el invierno no vamos a tener nada para trabajar”, advierte Alcira. Ni siquiera los maíces que terminaron erguidos después de tanto diluvio. “Pensé que habían zafado, pero cuando los abrí estaban todos podridos”, graficó la productora.
La reactivación del suelo y la siembra para una nueva cosecha tardará tres meses, calculan los productores. Mientras tanto, Bahía Blanca se deberá abastecer con las frutas y verduras que lleguen desde los mercados de abasto de La Plata, Necochea o Mar del Plata. “Los precios de la verdura van a aumentar a más de la mitad”, advierte Castro.

Solidaridad y proyectos colectivos ante la falta de políticas públicas
Al día siguiente de la inundación, la familia de Beatriz se fue caminando hasta la ciudad de Bahía. Hicieron 15 kilómetros hasta llegar a la ex Lanera Argentina, un galpón repleto de mercadería proveniente de las donaciones, que era seleccionada y entregada por los voluntarios de la Cooperativa Municipal de Cerri. La camioneta Ford, que Beatriz y su familia usan para los trabajos en la quinta y sus trasladados desde el campo a la ciudad, quedó en su casa con el capot abierto, no arranca.
Las inundaciones dejaron al descubierto el abandono de las políticas para el sector de la agricultura familiar, que el gobierno de Javier Milei desarticuló por completo desde marzo del año pasado. Sin infraestructura de caminos ni políticas públicas que acompañen al sector que produce alimentos, las condiciones precarias de las viviendas y la falta de acceso a créditos para sumar maquinarias de trabajo profundizan aún más la situación de las familias productoras arrendatarias de la tierra.

La Mesa Agroalimentaria Argentina lanzó tras la inundación la campaña el “Campo que alimenta” con donaciones de alimentos producidos por familias campesinas y cooperativas de todo el país, como también bioinsumos, semillas y fertilizantes para el momento de volver a trabajar la tierra. Además de poner “la solidaridad como bandera”, la Mesa Agroalimentaria exhortó a la Secretaría de Agricultura de Nación y el Ministerio de Desarrollo Agrario bonaerense a implementar un plan de acción para “una rápida recuperación de la dinámica productiva y la vida rural”.
Con los pies en el barro y tras días de no dormir para coordinar la llegada de un camión cargado de donaciones, Fermín no deja de soñar con un proyecto a futuro para Sauce Chico. Un barrio, una plaza y una salita médica para las familias productoras. “Es mi deseo para la gente de acá”, dice el delegado de la UTT y dice que espera para ello “la apertura de catastros y que la municipalidad brinde los servicios”.
En la sede de la UTT continúan recibiendo donaciones de todos lados del país y, a través de una red de solidaridad y organización, la mercadería ingresa a lo que pareciera ser el último rincón afectado después de semejante catástrofe. Hay mercadería de la municipalidad de Bahía Blanca, de Cerri, de la propia organización, de la que fue enviada a la escuela rural y de vecinos que se acercan con sus camionetas —el único vehículo que puede entrar porque los caminos son intransitables— llenas.
El agua se fue pero dejó el miedo de que vuelva a repetirse el escenario apocalíptico si el Estado no realiza obras urgentes. ¿Será habitual convivir con ese miedo frente al cambio climático que ya no puede negarse? En 2024, las inundaciones de Río Grande do Sul (Brasil) o el fenómeno de la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) en Valencia (España), mostró que no se trata de episodios excepcionales. El agua también dejó, otra vez, la respuesta de la solidaridad: familias, escuelas y clubes que cocinan viandas. Los scouts de Cerri cargando más donaciones en las camionetas que viajarán campo adentro y los guisos comunitarios en la sede de la UTT, de mediodía y de noche, que se hicieron costumbre desde el 7 de marzo.

Fuente: Agencia Tierra Viva