Laura Gutiérrez: “Las semillas criollas son un seguro ante el cambio climático”
En entrevista exclusiva, Laura Gutiérrez, doctora en antropología y profesora del Instituto de Bioética de la Universidad Javeriana, explicó qué son las semillas criollas y cómo pueden aportar a la adaptación de la humanidad al cambio climático.
Empecemos por el principio. ¿Qué son las semillas criollas?
Las semillas criollas son aquellas que han sido desarrolladas por los propios agricultores en sus campos de cultivo, de acuerdo con las condiciones socio-ecológicas particulares de sus parcelas y de sus territorios, pero también en función de lo que demanda el mercado.
Su desarrollo se da a partir de criterios que no suelen basarse de forma exclusiva en la productividad de la semilla, sino que toman en consideración la calidad nutricional y las preferencias culturales, porque generalmente las semillas criollas se cultivan para el autoconsumo, a diferencia de las certificadas, que se usan mayoritariamente para la siembra comercial.
Es importante aclarar que las semillas criollas pueden desarrollarse también a partir de semillas certificadas, en un proceso de creolización en el cual los agricultores adaptan las semillas certificadas a sus condiciones locales.
¿Es posible diferenciar al ojo las semillas certificadas de las semillas criollas?
A simple vista, las semillas criollas se pueden diferenciar de las certificadas solamente por su diversidad. Las semillas certificadas de maíz, por ejemplo, suelen ser muy homogéneas, tienen el mismo color, la misma forma y el mismo tamaño, mientras que las semillas criollas tienen una gran diversidad de formas, tamaños y colores.
Lo que sí no se puede diferenciar a simple vista son las semillas transgénicas del resto de semillas no transgénicas, certificadas o no, porque las transgénicas solo pueden reconocerse mediante pruebas de laboratorio.
¿Suele haber diferencias entre el cultivo de semillas certificadas y el de semillas criollas?
En general, al sembrar las semillas certificadas se aplican más agroquímicos, pues están orientadas hacia el mercado y su uso hace parte de la implementación de paquetes tecnológicos tipo revolución verde.
En cambio, el cultivo de semillas criollas generalmente se hace con pocos agroquímicos o incluso sin estos y se destina mayoritariamente al consumo familiar. Estas semillas, además, suelen funcionar como bienes comunes, es decir, no están restringidas por derechos de propiedad intelectual como patentes o derechos de obtentor que sí aplican a las semillas certificadas.
Las semillas certificadas han sido defendidas por gremios, centros de investigación agropecuarios y el mismo Estado. ¿Cuál es su punto de vista al respecto?
La industrialización de la producción de semillas viene desde por lo menos la década de 1930 y se consolidó después con la revolución verde, con el objetivo de hacer más eficiente y productiva la agricultura. Se trata de un modelo de agricultura que se dio en el marco de los discursos y las políticas de desarrollo, de superación de la pobreza rural y de lucha contra el hambre y la desnutrición, pero también en un contexto de consolidación de las empresas semilleras que producen como negocio y que, por lo tanto, están basadas en la rentabilidad.
Fue así como se consolidó la práctica y también la idea de que las llamadas semillas mejoradas y certificadas son de mejor calidad y más productivas, modernas y seguras en términos fitosanitarios que las semillas criollas, que han sido desarrolladas por los pueblos agricultores en sus campos de cultivo durante milenios, mediante la experimentación empírica y propia del hacer y del cultivar.
Los Estados promueven las semillas certificadas, entonces, porque hacen parte de un modelo de agricultura basado en el desarrollo de la ciencia y la tecnología moderna, que responde a las lógicas de la revolución verde y de la agricultura industrial. Así, promueven las semillas certificadas que son desarrolladas en centros de investigación agropecuaria, que tienen una serie de pruebas en términos de sus porcentajes de germinación y de sus condiciones de humedad, entre otros factores, y que son probadas en campos de cultivo experimentales antes de ser sacadas al mercado.
Sin embargo, recientemente ha ganado fuerza la discusión sobre si las semillas certificadas efectivamente son más productivas que las criollas y, en últimas, si la agricultura industrial es más productiva que la tradicional campesina y la agroecológica.
Investigadores como Miguel Altieri, que es profesor de la Universidad de California en Berkeley, o Álvaro Acevedo, de la Universidad Nacional de Colombia, han encontrado que las semillas certificadas son más productivas si están sembradas en lugares con óptimas condiciones climáticas y del suelo y si, además, están asociadas a un paquete tecnológico intensivo en agroquímicos. Debido a esto, generan, sobre todo cuando se siembran en monocultivo, impactos negativos en el medio ambiente.
Las semillas criollas, por el contrario, son más productivas en contextos de cambio climático y de bajo uso de insumos químicos e, integradas en sistemas agrícolas diversificados, contribuyen a la sustentabilidad ambiental de los lugares donde son cultivadas. Sin embargo, sobre esta discusión aún no hay una última palabra.
En términos sencillos, ¿cuál es la gracia de las semillas criollas?
Un primer aspecto a resaltar es que, por la manera en que son cultivadas —en policultivo y con pocos agroquímicos—, ayudan a tener una alimentación más diversa y nutritiva.
También son importantes porque no tienen propiedad intelectual, de manera que pueden ser desarrolladas, compartidas, intercambiadas y sembradas libremente. Esto mantiene las semillas como bienes comunes, lo cual, en el fondo, reta al poder corporativo que tienen las trasnacionales de la biotecnología agrícola. Para mí este punto es importante, pues no solo las semillas son ante todo un ser vivo, sino que sin ellas no hay agricultura. Por esta razón, creo que es fundamental que, quienes quieran producir comida, puedan acceder a ellas libremente.
Otro punto importante es que las semillas criollas mantienen la diversidad cultural, pues muchas de ellas están interrelacionadas con tradiciones culinarias, rituales, económicas y medicinales de los pueblos. Sobre este aspecto hay que mencionar, además, que los investigadores han encontrado una estrecha relación entre la diversidad cultural y la biodiversidad.
Por último, me parece clave resaltar que, gracias a la enorme diversidad de semillas criollas, es posible encontrar variedades adaptadas a distintas condiciones climáticas, a suelos con grados diversos de fertilidad y alcalinidad, y a regiones con distintos regímenes de lluvias —por ejemplo, con lluvias abundantes y frecuentes o más bien con sequías prolongadas—.
Las semillas criollas son un seguro ante el cambio climático, en el sentido de que mantienen la biodiversidad agrícola y son una herramienta valiosa para adaptarnos mejor a las nuevas circunstancias. De hecho, una alternativa para la adaptación de la agricultura al cambio climático sería recuperar esas semillas criollas que están en los territorios y en los bancos de semillas, para luego reintroducirlas y readaptarlas en esas regiones que están viendo las consecuencias más dramáticas del cambio climático.
¿Podría explicarnos un poco mejor cómo ayudan las semillas criollas a mantener la diversidad agrícola?
Las semillas criollas son el resultado de la adaptación de las especies a diferentes ambientes y, por lo tanto, son una expresión de la diversidad genética. Por ejemplo, se usan menos de 50 variedades de semillas certificadas de maíz, mientras que de esta especie hay alrededor de 5.000 variedades de semillas criollas en bancos de germoplasma del país.
Además, las semillas criollas ayudan a mantener la diversidad agrícola porque se siembran en policultivo y no en monocultivo. En el policultivo se suelen sembrar muchas variedades de una misma especie, y a la vez muchas especies, en una misma parcela. Entonces, protegen la diversidad a nivel de especie y de la agricultura en general. Esto es cierto para las plantas domesticadas, pero también para las silvestres, porque a veces también se combinan las semillas criollas con parientes silvestres.
De hecho, la agrobiodiversidad es un componente clave del policultivo, pues en la lógica misma de este modelo está jugar con las relaciones ecológicas que existen entre las plantas. Así, por ejemplo, al usar menos o ningún agroquímico, se necesita combinar muchas plantas diferentes para que sirvan como control biológico.
¿Hay algún ejemplo concreto de esto que está diciendo?
Uno es el típico caso de la milpa, donde se siembra en asocio frijol, maíz y auyama. El fríjol ayuda a fijar el nitrógeno en el suelo y aumenta la fertilidad de la tierra, y, como es una enredadera, se siembra con el maíz para que le sirva de soporte. Por su parte, la auyama es una planta rastrera y, por lo tanto, contribuye a evitar la propagación de otras plantas que lleguen a ser maleza para el cultivo.
La milpa da lugar a una dieta balanceada, en la que hay vitaminas provenientes de la auyama, proteínas del fríjol y carbohidratos del maíz. Por todo esto, es diferente del monocultivo, que se caracteriza por que en una región puede haber cientos o miles de hectáreas sembradas con muy pocas variedades de una sola especie —por ejemplo, de maíz, palma aceitera, soya o algodón—, que son las variedades que más demanda el mercado.
Otro ejemplo es el bosque cafetero, que promueven organizaciones agroecológicas de base como Asproinca [Asociación de Productores Indígenas y Campesinas de Riosucio, Caldas]. En este modelo productivo el cultivo del café replica la estructura ecológica del bosque, aunque, por supuesto, con menos biodiversidad.
Las variedades tradicionales de café necesitan crecer a la sombra de árboles nativos, como el guayacán, y de cultivos de pancoger como el plátano. Este modelo de policultivo contribuye a mantener la estructura boscosa, proteger las fuentes de agua y la agrobiodiversidad y garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria de las familias cafeteras, en especial en tiempos de precios bajos del café, cuando tienen menos ingresos para comprar alimentos.
Pero es posible sembrar en policultivo con semilla certificada…
Sí, con semillas certificadas se puede sembrar en policultivo o en cultivos un poco más diversos que el monocultivo, como ocurre cuando hay rotación de cultivos. Sin embargo, la lógica de la agricultura industrial, tecnificada y de paquete tecnológico en la que se insertan las semillas certificadas es justamente que se aproveche hasta el último rincón de tierra para sembrar el cultivo de interés comercial, de manera que aumente la productividad y la rentabilidad.
¿Es posible desarrollar procesos de certificación de las semillas criollas que permitan mantener sus ventajas, pero a la vez cuenten con el respaldo de gremios y centros de investigación agropecuaria?
La idea del gobierno es iniciar un proceso de certificación de semillas criollas para garantizar su calidad y fitosanidad. Si se les pregunta por esta iniciativa a los activistas y a los guardianes de semillas agrupados en la Red de Semillas Libres de Colombia, seguramente van a decir que no comparten los criterios bajo los cuales se piensa otorgar la certificación, pues estos se centran de manera casi exclusiva en la productividad e ignoran otros aspectos culturales y agroecológicos de las semillas.
Otro temor tiene que ver con que solamente una pequeña cantidad de variedades de semillas criollas va a ser certificada. Entonces, la pregunta es si las semillas criollas que no sean certificadas van a pasar a ser ilegales. Sobre esto no hay claridad, pero si el gobierno va a empezar a exigir que solo se usen semillas certificadas —criollas o no—, estaríamos de nuevo frente a una política que criminaliza el uso de semillas criollas. También es posible que terminemos impulsando los derechos de propiedad intelectual, en el sentido de que es posible que las semillas certificadas criollas terminen teniendo por lo menos derechos de obtentor. No necesariamente patentes, pero sí derechos de obtentor. Entonces, ahí hay una relación entre certificación y propiedad intelectual.
Es cierto que no todas las semillas certificadas tienen derechos de obtentor, pero la certificación puede contribuir a iniciar ese proceso de ir hacia ciertas formas de propiedad intelectual. Y, en todo caso, restringe la libre circulación de las semillas criollas por parte de los agricultores y apunta a poner en pocas manos —las manos de los científicos formados en prácticas de biotecnología— su desarrollo.
¿Qué son los derechos de obtentor y en qué se diferencian de las patentes?
Los derechos de obtentor son una forma de propiedad intelectual sobre material vegetal que reconoce el mejoramiento de una variedad. Son menos restrictivos que las patentes en cuanto al derecho que tienen los agricultores de acceder libremente a las semillas, un derecho que está garantizado internacionalmente, por ejemplo, por la Convención de Diversidad Biológica de la cual Colombia es signataria. Los derechos de obtentor también son menos restrictivos en lo que respecta al derecho que tienen los científicos de acceder al germoplasma vegetal para desarrollar nuevas variedades de semillas.
Por último, ¿cuál es su punto de vista frente al difícil balance entre tener alguna regulación de las semillas que evite los fraudes y las mermas en la productividad, por un lado, y el derecho de los agricultores a seleccionar y sembrar su semilla, por el otro?
Efectivamente, se requiere algún tipo de regulación de la calidad y sanidad de las semillas. No obstante, la regulación debe tener en cuenta los derechos y los intereses de todos los agricultores –en especial de aquellos más vulnerables, como los campesinos– y no solamente los de las empresas de biotecnología agraria que mantienen un control oligopólico sobre el sistema agroalimentario global.
Esto significa que la semilla debe concebirse ante todo como un bien común que garantice tanto el bienestar como la seguridad y la soberanía alimentaria de los pueblos y las naciones, en vez de ser una mercancía que puede ser apropiada por unas pocas empresas para aumentar su rentabilidad y sus ganancias.
Igualmente, esta regulación debe proteger y fomentar la biodiversidad agrícola, en vez de empobrecerla mediante criterios como que las semillas sean nuevas, homogéneas, estables y distinguibles para poder ser registradas. Estos criterios hacen que las variedades de semillas criollas permanezcan fijas, es decir, que no puedan seguir cambiando, evolucionando ni adaptándose constantemente a las necesidades de las comunidades y a las características de sus territorios.
En contraste, la lógica de las semillas criollas es justamente que estas cambien a medida que van circulando por las distintas redes de guardianes de semillas y entre los agricultores. Hay redes de guardianes de semillas y comunidades en el país que tienen sistemas propios de certificación sin ningún tipo de derechos de propiedad intelectual y que se basan en criterios científicos como los porcentajes de germinación o de humedad, pero también en criterios de adaptabilidad a condiciones climáticas difíciles o que tienen que ver con la calidad nutricional y las tradiciones culinarias locales. Esos criterios, que son importantes para las comunidades, también deben ser valorados y reconocidos por sistemas oficiales de certificación de semillas que, sin duda, son importantes.
Fuente: Más Colombia